El sentimiento que llevamos todos de ser personas únicas  e irrepetibles no brota de nuestra imaginación o psiquismo, sino que nace principalmente de la hechura de nuestro ser y, en consecuencia, siempre en el transcurso de la vida deseamos  expresar dicha singularidad en cada una de nuestras acciones y decisiones.

¿Por qué tantas veces experimentamos que muchas de esas acciones y decisiones no representan esa originalidad que somos? ¡Cuántos de nosotros, con una mirada más reflexiva, descubrimos que el mundo que nos circunda dificulta y hasta se resiste a que desarrollemos con mayor libertad esa personalidad única que existe potencialmente en cada uno de nosotros! A veces, también, somos nosotros mismos quienes elegimos ser alguien distinto a quienes somos.    

En efecto, la misma psicología nos enseña, a través de experimentos, cómo el grupo social modifica nuestra manera de ser y de actuar en el mundo. El más famoso de estos experimentos corresponde al del psicólogo Salomón Asch en el año 1951, el cual quiso probar el nivel de conformismo social de los individuos ante la presión de una mayoría, a partir de un simple ejercicio de percepción visual. La prueba consistía en que los participantes observaran una serie de líneas y luego respondieran en voz alta preguntas sencillas, tales como,  cuáles eran las más largas y cuáles eran similares entre sí.

En realidad, casi todos los participantes eran actores, salvo uno que era el verdadero experimentado. Pues bien, los actores estaban preparados de antemano para dar una respuesta incorrecta, la mayoría de las veces. El alumno experimentado al comienzo difirió de la respuesta que daba la mayoría, sin embargo, posteriormente cedió al grupo e indicó la misma respuesta incorrecta, aunque fuera evidentemente incorrecta. ¿Qué demostró el experimento? Demostró que muchas de nuestras opiniones y percepciones de las cosas no se fundamentan en la realidad objetiva de éstas, sino que descansan en el deseo de acomodarnos al grupo para evitar diferenciarnos de los demás y ocultar lo que pensamos genuinamente. 

Lo verdaderamente asombroso y preocupante del experimento de Asch no estriba, solamente, en que nuestras opiniones sensoriales del mundo se amolden a lo que dicta una mayoría, sino que el ethos y la personalidad nuestra se construya esencialmente a partir de la influencia que ejerce el comportamiento de un grupo o incluso una multitud.

A propósito de esto mismo, el filósofo Sören Kierkegaard, expresó con sabiduría que “la multitud es mentira”, pues, ya en su tiempo los periódicos incentivaron a que centenares de personas estuvieran más propensas  pensar y a elaborar criterios de vida  a partir de una visión sesgada con la que, frecuentemente, se escribían las noticias en estos medios.

Si hoy viviera, Kierkegaard pensaría que esa mentira se extendería aún más, dada la vasta información que ofrecen los medios de comunicación y las redes sociales, muchas veces emitida de manera instantánea y sin estar rigurosamente documentada. Sin embargo, no profundizaré en esto último. Más bien, me quiero detener en cómo afecta en el proyecto vital de las personas cuando abdican a su propia originalidad. 

 Gradualmente estas personas terminan traicionando su ser, se dejan guiar habitualmente por una vida superficial, razón por la cual no comprenden lo que quieren de verdad, ni menos lo que anhelan los demás y son las más propensas a adoptar formas de vidas extrañas procedentes de las modas sociales que surgen del momento. Siempre se mueven a nivel epidérmico, se dejan llevar por las sensaciones y emociones, carecen de experiencias singulares de los aspectos importantes de la vida, sin que esa manera de vivir les impida a muchas de ellas desempeñarse en carreras profesionales de gran prestigio.

Por otra parte, muchos de estos profesionales destacados y competentes, llevan dentro de sí un sentimiento de desesperación, del que no logran desembarazarse porque tienden a ahogarlo y rehuir de él. Muchos lo acallan con fármacos que alivian sus síntomas. 

¿De qué manera la educación en Chile es responsable de que prolifere cada vez este individuo sin identidad propia, propenso a dejarse manipular por otros?  

El sistema educativo en Chile persigue con ahínco la igualdad entre la educación privada y la educación pública. De hecho, de manera un tanto desesperada se pretendió buscar tal objetivo con la nueva Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), sin embargo, los resultados demostraron que no se logró superar en lo absoluto la brecha entre los colegios privados y públicos. Permanecieron los colegios privados en el ranking de los mejores resultados.

Lo más complejo es que para aquellos colegios que no figuran en el ranking de los mejores todos sus esfuerzos educativos parecen fracasar porque en Chile el sentido de la educación se reduce, lamentablemente, a la evaluación y rendimiento, en especial de esta prueba, pero descuida muchas veces, que los estudiantes se entusiasmen y se involucren personalmente en el proceso de aprendizaje y descubran a partir de éste un sentido de vida. 

¿Acaso esta educación igualitaria esconde una falacia que contradice el sentido profundo de la palabra educación? ¿No será que esa pretendida igualdad descansa en una visión materialista del ser humano y desconoce que éste es una persona dueña de un mundo interior, único e irremplazable?

Una verdadera educación no aspira a que las personas sean iguales, piensen, hablen y se expresen de igual manera, sino que pretende cultivar eso que es desigual entre ellas, pero que constituye lo más personal e inédito de ellas mismas. Es loable que el sistema educativo pretenda brindar a los jóvenes igualdad de oportunidades económicas, pero, por otra parte, olvida que aquellas surgen naturalmente no cuando son perseguidas como metas en sí mismas, sino más bien queridas como un fruto de una educación integral, cuya esencia consiste en potenciar lo más creativo de las personas. 

Para promover dicha educación integral, recomiendo a los profesionales de la educación, tanto escolar como universitaria, inspirarse en ese profesor de música que protagoniza la película francesa ‘Los Coristas‘, pues él admira lo más inédito de sus alumnos, los sitúa a todos en un puesto especial del coro para finalmente crear una música fundada en la único de esas voces. Sí, porque es una verdad ineludible que cuando las personas redescubren la manera singular de estar en este mundo, comienza una nueva creación en su interior y necesariamente se encaminan hacia la plenitud y madurez.

¡Cuántos jóvenes chilenos dejarían una vida sin propósito si tan sólo imitáramos con nuestros propios medios a ese profesor de música!

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