Tras revisar detenidamente las últimas apariciones de Beatriz Sánchez en entrevistas de prensa y la franja presidencial del Frente Amplio, queda en evidencia la estrategia que está usando el bloque político liderado por los diputados Boric y Jackson.

Se trata del viejo truco que utilizaron la Concertación en 2005 y la Nueva Mayoría en 2013 para instalar en La Moneda a Michelle Bachelet. La artimaña consiste en colocar al frente a un rostro afable, con una personalidad capaz de generar empatía en las audiencias, que por lo general utiliza un tono melifluo para exponer sus argumentos, y que calza perfecto con el propósito de adobar  un programa de transformaciones, que en el caso del Frente Amplio, parece más radical que la propuesta actual del oficialismo.

En una receta repetida, esta “nueva” izquierda insiste en anunciar una batería de medidas reformistas, pero rehuyendo entregar detalles con sus respectivas bajadas, donde expliquen cómo van a implementar esos cambios, cómo los van a financiar, y cuáles son los plazos para llevarlos a cabo.

Peor aún, al igual que lo observado con algunas reformas impulsadas por la Nueva Mayoría, el Frente Amplio también plantea transformaciones radicales en sectores clave —como salud, pensiones, y desarrollo productivo— a partir de un diagnóstico país tanto o más equivocado que el que tuvo en su momento el oficialismo para diseñar su programa de gobierno.

Ese diagnóstico responde a una distorsión intencional de la realidad que hace la izquierda, con el propósito de justificar su programa de transformaciones, que apunta no a rectificar aquellos aspectos del modelo que, a juicio de ese sector, funcionan mal, sino que derechamente a terminar con las estructuras basales del actual sistema de desarrollo de Chile.

En la práctica, lo que busca una parte importante de la izquierda (incluido Alejandro Guillier, según lo poco que se sabe de sus propuestas) es tratar un resfrío con una quimioterapia, sin medir los nocivos efectos que eso está provocando en el funcionamiento presente y en las expectativas futuras del país. Cabe recordar que el otro candidato del Frente Amplio, Alberto Mayol, ha desempolvado la política de las expropiaciones de empresa como parte de su recetario.

En buena hora, muchos chilenos están siendo sensatos al momento de ponderar los cambios y ajustes que requiere el país, y tal como muestran las encuestas de opinión de manera sostenida, no parecen dispuestos a seguir siendo sometidos a experimentos que vulneran sus derechos y amenazan sus naturales aspiraciones de continuar progresando y mejorando su calidad de vida.

Por eso esta elección presidencial y parlamentaria es tan relevante. Porque de su resultado depende que se conserve el cada vez más frágil dique que contiene este ímpetu reformista radical de la izquierda, que sólo ha podido desplegar parcialmente durante la segunda administración de Michelle Bachelet, manteniendo abierta la ambición de completarlo si es que las circunstancias y la distribución del poder se lo permiten.

Dado el contexto, la centroderecha tiene que mostrar la capacidad de blindar al país de estas tentaciones alucinógenas que exhibe un sector de la izquierda, sobre todo considerando el desdibujamiento actual de la Democracia Cristiana como fuerza política de centro, y los problemas que han enfrentado proyectos políticos moderados, como el que busca impulsar Andrés Velasco.

Ya no queda margen, y por lo mismo no hay que dar espacio para que las fuerzas centrífugas se terminen imponiendo en Chile, especialmente aquellas que quieren llevarnos al despeñadero.

 

Carlos Cuadrado, periodista

 

 

 

Deja un comentario