Un amigo pone sobre aviso a don Otto: su mujer lo engaña. Decidido a verificar la trampa, don Otto decide llegar más temprano a casa para sorprender a los amantes en el acto. Al atraparlos en pleno, decide cortar el problema de raíz…y para hacerlo, vende el sillón.
El chiste aplica a multitud de situaciones, sobre todo en la política. Y es que muchas veces las dirigencias políticas chilensis se ponen el disfraz de don Otto a la hora de resolver sus problemas. Hoy pasa particularmente en dos casos.
Pasa en la Democracia Cristiana, que luego del fracaso electoral en la presidencial y parlamentaria, que incluyó la renuncia de su presidenta y su vicepresidente, ha elegido el camino de don Otto. El sillón, en este caso, toma la forma de la disidencia, representada hoy por el grupo Progresismo con Progreso, de Mariana Aylwin y compañía. Pero el problema es más serio y se relaciona de manera tangencial con que exista una disidencia interna: hoy la DC no se comprende a sí misma, no sabe qué espacio ocupa y de qué manera debería hacerlo, qué ideas -si es que las hay- se relacionan con ese extraño lugar llamado centro político. Así, en lugar de reflexionar seriamente sobre todas las interrogantes anteriores, fruto de más de 20 años de unión con la izquierda -que fue una opción más funcional que por comunión de pensamiento político-, se prefiere un arreglo cosmético. Una clásica manifestación del “matar al mensajero”.
Pero el problema no acontece sólo en el centro.
Pasa también en la UDI, un partido que tampoco encuentra su lugar político, su identidad. Al verse atrapado en la lógica electoral -fueron los grandes damnificados de la elección parlamentaria de la derecha-, ya no encuentran su razón de ser, toda vez que ya no ocupan el espacio del “partido más grande de Chile”. Las bases culturales que sostenían el proyecto gremialista perdieron sentido para sus propios miembros, que a semejanza de don Otto, venden el sillón, esta vez en forma de declaración de principios.
El inconveniente sería, para la presidenta del partido, que “no sintoniza con las preocupaciones que movilizan a la ciudadanía”. Pero el problema es mucho más profundo que un cambio cosmético en un documento. Parte por un proceso de autocrítica serio, tanto en el plano de las ideas como en el de la praxis. Luego, revalorar las ideas de una sociedad libre, la cultura e instituciones que permiten a los ciudadanos participar de manera concreta en la construcción de su futuro. A partir de lo anterior, comenzar preguntarse seriamente por los medios y fines idóneos para avanzar hacia una sociedad en movimiento. Pasa, ante todo, por integrar categorías políticas más complejas a la acción política, paso que no están dispuestos a dar los ya antiguos dirigentes gremialistas.
Como sea, vale la pena cuestionarse el futuro próximo de ambas colectividades, que comparten la circunstancia de haber sido en algún momento fuerzas políticas de gran tamaño. Si pierden el miedo a enfrentarse a sí mismas, de mirarse como en realidad son, sus trayectorias e ideas, quizás despierten del letargo en el que se hallan sumidas. Por mientras, deberán tragar la travesía por el desierto, la probable condena de años de sequía.
Rodrigo Pérez de Arce, Coordinador de cultura, Fundación para el Progreso
FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO