De los que se moderan es el Reino de los Cielos

Administrar resultados sorprendentes después de una elección es difícil para los que ganan y para los que pierden. Aquí sucedió un cambio mayúsculo que no se veía desde hace medio siglo. El efecto se multiplica porque hubo un solo partido triunfador y las coaliciones -con diferencias internas- sufrieron un importante revés.

Todas las predicciones anticipaban un triunfo de Republicanos, pero este vaticinio venía acompañado de un crecimiento igual de importante del PDG, partido que tuvo a bien trastabillar al filo de los comicios y terminar desinflándose.

De manera que toda la oposición se enfocó en la crítica al oficialismo, pero sólo uno lo capitalizó eficientemente. Como resultado, Republicanos, el partido ganador, está obligado a invertir la táctica empleada hasta el día anterior, en vista de un objetivo estratégico superior que queda a la vista: la Presidencia de la República.

Este es un partido que no quiere cambiar la Constitución vigente, pero ahora queda obligado a garantizar que el proceso en curso llegue a puerto. Si no lo hace, atraerá las críticas y asumirá la responsabilidad de un fracaso del que se tendría que hacer cargo. Obviamente, “sorprenderá” por su colaboración en llegar a acuerdos.

Kast se esforzó por entregar las señales adecuadas de moderación, mostrando que se estaba consciente de las nuevas responsabilidades. Todo bien hasta que habló Luis Silva, el consejero más votado. En una sola entrevista cometió todos los errores concebibles. Dijo que dialogar no es llegar a acuerdo, se preguntó “¿por qué cresta siendo mayoría tenemos que llegar a acuerdos?”, que si los otros insistían en el aborto a la Constitución “la voy a hundir” y que si llegaban al Gobierno y la izquierda insistía en cambiar la Constitución “los voy a mandar a la mierda”. Eso, para resumir.

El mareo de altura inicial es explicable, el mal vocabulario es innecesario, pero sabotear la estrategia presidencial no resulta aceptable. Así que se suspendieron las declaraciones. O sea que el problema de Republicanos está en su sinceridad.

El Partido Republicano tomó la iniciativa siendo minoría, escogió una táctica ganadora y actuó con disciplina. Pasó del gueto a primer partido del país, pero algunos siguen sin percatarse del cambio de barrio. Ahora está bajo veda comunicacional, en un “silencio de los culpables”, pero eso no puede durar mucho.

Todo depende de si logra consolidar una imagen de moderación, mantener una férrea disciplina y si respeta su liderazgo principal. Muchos lo lograrán, dado el premio mayor a la vista, pero otros no podrán contra su propia naturaleza. Esos serán, de verdad, los principales adversarios. Me atrevo a pensar que los más doctrinarios e irreductibles no serán tratados con excesivos miramientos, al fin y al cabo “Paris bien vale una misa” y no ir tanto a misa, también.

El efecto placebo

Si en la derecha el problema ha sido el exceso en las declaraciones y actuaciones de algunos, pero sobre la base de la mantención básica de la disciplina interna de los ganadores, el panorama en el oficialismo se asemeja más a lo inverso.

El Gobierno reaccionó poco, tarde y mal. Eso se notó desde la intervención del Presidente la noche en que se conocieron los resultados. Al contrario de lo habitual, esta vez la intervención fue desprolija, a menos que se considere que dedicar los párrafos centrales del discurso al partido ganador y recomendarle al Consejo Constituyente el actuar con “responsabilidad republicana” es un ejemplo de buen dominio de las palabras y de sus connotaciones.

Implícitamente, lo que se está haciendo no es asumir los resultados, sino esperar a que pasen sus efectos más importantes. Se realizó un cónclave anodino, no hubo reacción conjunta, sólo por partido y coalición, sacando cuentas parciales y priorizando las diferencias en la caída al interior de los bloques. Los que tuvieron mejores resultados están conformes, los que les fue peor están callados. En lo único que se han unido es en hablar de otra cosa, buscando cambiar de foco.

El placebo es un sustituto de un remedio real y que se utiliza para convencer o para convencernos de que estamos en camino de curarnos. Cuando la enfermedad es imaginaria, como en un hipocondríaco, el remedio imaginario sirve de maravilla, pero es el único caso en el que sirve de algo.

Un acontecimiento político tiene un tiempo para instalarse en la conciencia de la gente junto a la interpretación que nos la hace comprensible. Eso sucede en los primeros días tras el suceso y luego se consolida.

En el caso de la elección de consejeros constitucionales el triunfo republicano se instaló junto a la interpretación de los resultados que venía de la derecha dura. El Gobierno, en la práctica, guardó silencio; y, dentro de lo malo, tal vez fue lo mejor porque las declaraciones posteriores no han sido un gran aporte.

La oportunidad para los acuerdos múltiples

En la selva no se ven muchos animales lentos en reaccionar porque ya se los ha comido alguien. En política no es tan distinto, no asimilar los resultados del pasado 7 de mayo no servirá de nada para evitar el cuestionamiento sufrido por la mayoría de los partidos, incluidos los moderados de ambos lados de la cancha.

La buena noticia es que la percepción de este giro del electorado se dio en una elección no habitual, dando espacio para reacciones más creativas que la simple negación de lo que está pasando.

Es cierto que ha existido un movimiento pendular constante, porque no hay gobierno que deje descendencia de su mismo signo desde el 2006. Eso nos señala una cierta constancia en una secuencia que ya se ha repetido en cuatro oportunidades: entusiasmo en el principio, inauguración optimista del nuevo gobierno, rápida desilusión, cuestionamiento profundo y vuelta a intentarlo con otro. Entre nosotros está durando más la decepción que el entusiasmo.

Por un lado, los electores son mucho más impacientes en la espera de que se le entreguen logros palpables y les preocupa menos informarse de la actividad política cotidiana. Con el voto obligatorio no llegó un votante moderado, sino uno que se caracteriza por su despolitización, con foco en lo inmediato.

Por otro lado, los sectores de centro siguen logrando acuerdos entre sí, pero tras largos procesos y consiguiendo efectos pequeños. El error no está en lograr los acuerdos, más bien es que se logran pocos y consumiendo mucho tiempo.

Por eso viene una etapa de acuerdos múltiples, los moderados se acostumbrarán en pasar las antiguas fronteras para actuar en conjunto a fin de obtener resultados visibles, de otro modo perderán el liderazgo de su propio sector de manera permanente. Todo cambia, excepto que en la selva la dieta principal sigue basándose de preferencia en los lentos.

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