A mediados del año pasado, Joaquín Lavín y Francisco De la Maza protagonizaron una de las jugadas de ajedrez más notables del último tiempo: el enroque en el sillón de alcalde de Las Condes se produjo apenas horas antes del cierre de las listas para la elección municipal, lo que impidió cualquier reacción eficaz. Como resultado, y a pesar de las críticas recibidas dentro y fuera de la UDI, Lavín volvió a encabezar la comuna que ya había gobernado entre 1992 y 1999. Después de todo, en una comuna con triunfo seguro, se podría haber apostado por instalar al futuro líder del partido, a alguna joven promesa o, por último, a algún concejal de la comuna, como premio a su gestión.

Lo cierto es que, haciendo uso indiscriminado del refrán “caballo ganador repite”, Joaquín Lavín supo desde el primer minuto que ganaría la elección de forma cómoda, y quizás por ello realizó una campaña sin mucha evolución —descontando, quizás, el buen uso que hizo de herramientas de big data a través de dinámicas campañas de propaganda por redes sociales—. La campaña de Lavín fue, a grandes rasgos, absolutamente noventera, y así han sido también sus primeros meses como alcalde de Las Condes.

Es lo que han apreciado los vecinos durante este verano a través de los cientos de carteles que inundan la comuna, con mensajes del tipo “Obra 27: repavimentación de calle”, u “Obra 145: mejoramiento de alcantarillado”. El racconto es evidente: en los años 90, Lavín se hizo famoso y reconocido no sólo por su capacidad de hacer una buena gestión municipal, sino también por saber comunicarla de forma masiva y efectiva.

Sin embargo, los tiempos han cambiado. Muchos de los que nacían en 1999, cuando Lavín renunció a la alcaldía de Las Condes para ser candidato presidencial, hoy están en la universidad. Pero él parece no haberse dado cuenta. Sus primeras acciones, de nuevo en Apoquindo 3400, han seguido la misma línea argumentativa y comunicacional de hace veinte años.

Y no sólo ha cambiado su electorado; la forma de hacer política también. Es dudoso suponer que, en la actualidad, gastar recursos en informar a la gente sobre qué obras se están realizando siga siendo un activo. Lo que en los 90 era vanguardista, hoy denota debilidad conceptual y estructural. La gente sabe que paga impuestos y que con ellos la municipalidad debe arreglar las veredas. Punto.

Al contrario, la ciudadanía valora hoy otros bienes públicos, como el compromiso social de sus autoridades. En este sentido, ha sido mucho más efectiva la estrategia de la alcaldesa de Maipú, Cathy Barriga —por cierto, nuera de Lavín—, quien asumió un rol preponderante en la crisis de los incendios del verano al comprometer ayuda de su comuna en favor de los afectados. En tiempos en que la sociedad post capitalista comienza a tomar cada vez más forma —como propusiera alguna vez Peter Drucker—, los nuevos desafíos para un alcalde van incluso más allá de su comuna y se relacionan con el calentamiento global, la defensa de derechos fundamentales, o el combate de ciertas injusticias. No con el autobombo.

Es demasiado pronto para saber si el alcalde Lavín logrará reinventarse, o si por el contrario, lo que vemos es el comienzo de cuatro años de porfiado revival noventero. Lo único claro es que necesitará algo más que buena voluntad y buen consejo para cambiar de papel. Los políticos son, en general, adversos al cambio, y si saben que una estrategia les funcionó en el pasado tienen pocos incentivos para cambiar el curso de acción. Sin embargo, para sobrevivir en los tiempos que vienen, es absolutamente necesario dejar de mirar la sociedad con ojos del siglo XX. A veces, hasta un perro viejo necesita aprender trucos nuevos.

 

Roberto Munita, abogado, magister en Sociología y en Gestión Política, George Washington University

 

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