No es fácil hacer una lectura del proceso constituyente en curso. Las posiciones delirantes se multiplican y desde diversos sectores las fantasías emergen como frágiles realidades sostenidas únicamente por palabras fatuas. En la superficie aparece el oficialismo exigiendo el retiro de las enmiendas presentadas, previamente el Partido Republicano promueve aquellas que han sido aprobadas como si ya fuesen parte del texto final, comunistas llaman a votar En Contra y amenazan con un nuevo proceso estilo bolivariano, la élite económica ansiosa por poner fin a la incertidumbre institucional, mientras la ciudadanía, en buen chileno, “no está ni ahí” con todo esto.

“Nada nuevo bajo el sol” dirán muchos, puesto que este tipo de procesos nunca ha sido atractivo para doña Juanita que está, con justa razón, más preocupada de “parar la olla”, como decimos en buen chileno, y de que no la cogoteen o le hagan un portonazo en la próxima esquina. La pregunta es qué está pasando en el fondo; detrás de las apariencias. 

Platón contraponía el mundo de las ideas al mundo de las apariencias, es decir lo verdadero e incorruptible en contraste con aquello que está destinado al deterioro y la intrascendencia. Intentemos hacer este tipo de ejercicio con nuestro proceso constituyente, la boda a la que el 62% del país no quiere ir. 

Comencemos por el comienzo. Francamente, no sé en qué otro país, si las autoridades del gobierno anterior reconocieran que fueron víctimas de un golpe de Estado, que el gobierno estuvo a punto de caer y la democracia de quebrarse, se estaría hablando de lo que sucedió hace 4 y no hace 50 años atrás. Como académica no logro descifrar las causas de esta situación, como periodista no entiendo que los medios guarden silencio y como chilena me angustia la desconexión de la realidad de parte importante de las élites que tienen el poder político, económico y mediático. El general Mario Rozas lo dijo, también el ex ministro Gonzalo Blumel y la ex subsecretaria de Prevención del Delito, Katherine Martorell: el 18-O fue un golpe de Estado.

¿Por qué nadie está hablando de este intento de quiebre institucional? ¿Cuáles son las consecuencias a nivel moral e institucional? ¿Quiénes fueron y por qué no lo sabemos aún? ¿Cuáles son los motivos de esas autoridades para decirlo ahora y no en el momento de los hechos? ¿Cómo afecta la legitimidad del proceso constituyente? Y, por último, ¿qué haremos si la historia se repite, pero ahora con un cuarto de la institución de Carabineros querellada por haber defendido nuestra democracia?

Estas son las preguntas que hay tras el manto de silencio noviembrista y la fracasada política de acuerdos con una izquierda en cuyo imaginario no existe nada cercano a la idea de respetar reglas del juego que no les favorezcan. La entrevista en este medio a Natalia González es prueba de que los golpistas, extremos, intransigentes, no han cambiado ni sus convicciones ni tampoco su actitud. La revolución legal que están avanzando tras el golpe de Estado del que nadie habla, pueden considerarse uno de los triunfos más arrolladores de la izquierda antidemocrática desde la elección de Salvador Allende

Otro triunfo indesmentible ha sido el respaldo de la élite a la tesis de que, en el plebiscito de entrada, el pueblo chileno -que, seamos honestos, hoy, al igual que en todas las encuestas desde 2015 a mayo de 2019 nunca estuvo interesado en una reforma constitucional- había derogado la Carta Magna de 2005 y exigía una buena y nueva Constitución. Quienes urdieron este ardid quizás con el fin de solucionar el problema que representa la izquierda antidemocrática para nuestra convivencia nacional olvidaron que en ese plebiscito hubo dos papeletas. En la primera ganó el Apruebo que, tras la mañosa interpretación del artículo 142, se supone es un mandato ad infinitum para la redacción, aprobación y puesta en práctica de una institucionalidad “habilitante” aplaudida desde Bachelet al PC.

Lo que la élite noviembrista olvidó es que la segunda papeleta dejaba a los partidos políticos fuera de proceso con un 79% de apoyo a la Convención Constitucional. Y, lógicamente, si mantengo válida una de las decisiones que el pueblo tomó en el plebiscito de entrada, debo validar también la otra. Como la élite política no lo hizo, los golpistas, antidemocráticos y antisistema tienen el as bajo la manga: sea lo que sea que salga del proceso actual, ellos lo pueden deslegitimar en un dos por tres. 

Lo que ningún político, intelectual o columnista podría haber imaginado es que la dirección de la boda iba a recaer sobre los hombros de los únicos detractores al proceso y les ha costado caro. Hasta la aprobación de las enmiendas el viernes, la política comunicacional republicana transmitía la idea de que habían renunciado a sus principios con el permanente retiro de enmiendas y declaraciones que, si estaban fundadas en alguna estrategia, nadie lo entendió así. Quizás era el camino que encontraron para avanzar hacia un texto constitucional que sí contuviera el ideario de una derecha respetuosa de la democracia y la legalidad. Es difícil juzgar, pero las señales no sólo fueron confusas, sino claras concesiones al oficialismo.

El problema que tiene el Partido Republicano es que cuando transa, la ciudadanía lee que claudica. Definitivamente, no le queda bien el traje de Chile Vamos. Tendremos que esperar a las próximas elecciones para ver si el vínculo de una ciudadanía cansada del tongo constitucional, que eligió a los republicanos porque siempre estuvieron en contra del proceso, se recompone y si las confianzas con parte de sus adherentes más cercanos se restablecen, de modo que no terminen siendo el pato de la boda.  

Directora de la cátedra Hannah Arendt, Universidad Autónoma de Chile

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