Durante cuatro días el Papa Francisco ha visitado a Chile, en un viaje que, como sabemos, fue a la vez pastoral y de Estado. De esta manera, el Sumo Pontífice fue invitado y recibido por las autoridades civiles y por las eclesiásticas. Si bien Chile cuenta hoy con una población que es menos católica que hace algunas décadas, tanto en cantidad como en prácticas religiosas, con la visita papal se produce algo especial: los canales de televisión y las radios, la prensa escrita y los líderes de opinión, todos parecen participar del ambiente que se produce, comentan los eventos y declaraciones.
Por otra parte, se ha podido apreciar una vez más el sustrato católico de la sociedad, sin perjuicio de lo cual esto deba matizarse en un análisis más profundo. Pero sin duda llama la atención que el Santo Padre haya logrado reunir más de 400 mil personas en una reunión masiva, así como que fuera capaz de mostrar una capacidad para sorprender nuevamente con algunos aspectos de su agenda. En este sentido fue particularmente emotiva su reunión con las reclusas en el Centro Penitenciario Femenino, muchas de las cuales son madres y a quienes animó -a ellas y a la sociedad- a que se reinsertaran. Tuvo encuentros con jóvenes y con autoridades políticas, con la comunidad de jesuitas del país y con clérigos y religiosos. Adicionalmente visitó dos regiones muy distantes de la capital: La Araucanía e Iquique, una zona que se distingue por la población de pueblos originarios y otra que se caracteriza por una gran inmigración.
Otro momento importante fue cuando llegó a la Pontificia Universidad Católica de Chile. Se trata de una institución especialmente ligada a la Iglesia, como su nombre lo indica, pero también es una casa de estudios que se mide de acuerdo a estándares internacionales, ubicándose sistemáticamente entre las mejores universidades de América Latina y también formando parte de las listas a nivel mundial. La situación se da en un momento en que la reflexión sobre la importancia de las universidades en la sociedad, su función propia y su potencial para el progreso social y las dimensiones inmensas que plantea el saber y la investigación no son parte del debate cotidiano ni generan especial interés en la opinión pública, ni siquiera entre los propios actores del mundo educacional. Y vale la pena volver sobre este tema.
En 1987, cuando Chile recibió a Juan Pablo II, el Papa también visitó la Universidad Católica, al mundo de la cultura, de las artes y la ciencia, a los constructores de sociedad. En esa ocasión dirigió a la Universidad “un llamado apremiante a un renovado esfuerzo en su trayectoria de servicio al hombre y a la sociedad chilena por amor a Dios, profundizando en aquella visión moral y espiritual de la persona con la que el Concilio Vaticano II, particularmente en la Constitución Gaudium et spes, ha querido dar respuesta no sólo a las esperanzas, sino también a las angustias y a los problemas del hombre moderno”. Juan de Dios Vial Correa, entonces rector de la casa de estudios, agradeció la visita pastoral y recordó que la UC le había entregado al país “un flujo ininterrumpido de hombres públicos y de profesionales que han trabajado en construir la sociedad chilena y han dado en ella testimonio de la vigencia siempre actual del Evangelio”.
Este 17 de enero la situación se repitió y correspondió al rector Ignacio Sánchez acoger al Papa Francisco. El rector Sánchéz señaló en su saludo: “Su visita significará la apertura a un nuevo espacio de diálogo, aliento y renovación en el encargo que Usted mismo nos ha hecho, cual es prepararse a ser una guía en este proceso de humanización de los pueblos y de evangelización de la cultura”. El Santo Padre, que había vivido en Chile a comienzos de la década de 1960, comenzó sus palabras señalando: “La historia de esta universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria”. Recordó al ex alumno San Alberto Hurtado y reflexionó sobre los importantes desafíos que tenía Chile en relación con la convivencia nacional y la capacidad de avanzar como comunidad.
En una fórmula que conviene tener en mente, más todavía en ambientes que privilegian la razón y tienden a dejar de lado o reducir la importancia de otros factores, el Papa Francisco señaló: “Urge generar espacios donde la fragmentación no sea el esquema dominante, incluso del pensamiento; para ello es necesario enseñar a pensar lo que se siente y se hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a hacer lo que se piensa y se siente. Un dinamismo de capacidades al servicio de la persona y de la sociedad”. En definitiva, se trata de superar la fragmentación del saber y estimular “una verdadera universitas”.
Por otro lado, en la relación entre la Universidad y la sociedad, el Papa mencionó las misiones en las que miles de estudiantes se vuelcan cada año a distintas ciudades y pueblos de Chile a compartir el Evangelio, lo que sería propio de “una Iglesia joven, viva y ‘en salida’”. Todo esto lleva a redefinir y ampliar el concepto de comunidad educativa, la que “es desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendita tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de ‘olfato’, que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular”.
Esto último no sólo exige un ejercicio de prudencia, sino también de humildad, de decidida apertura a enseñar, pero también de genuina vocación por aprender. Así como muchos documentos pontificios han insistido en la necesidad de articular y no dividir fe y razón, como ilustran Ex Corde Ecclesiae (1990) y Fides et Ratio (1998), en esta ocasión Francisco ha tomado otro camino igualmente importante: esa sinergia entre rigor científico e intuición popular “impide el divorcio entre la razón y la acción, entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la profesión y el servicio”.
La Universidad, como institución, conserva la misma riqueza y profundidad que la vio nacer y consolidarse en Occidente. Una institución que, por definición, está al servicio de la sociedad en la que vive, pero que tiene sus propios fines y ritmo y no se confunde con ella. Por eso podría ser “un laboratorio para el futuro del país”, como también mencionó Francisco, en la medida en que se asuma la vocación universitaria con decisión y trabajo, para seguir transmitiendo la pasión por lo que hacemos, con capacidad de “despertar la capacidad de asombro en nuestros estudiantes”. El Papa culminaba con una invitación que valía para las personas del mundo académico, la cultura, la política y las comunicaciones:
“Hoy resulta profética la misión que tienen entre manos. Ustedes son interpelados para generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en reduccionismos de cualquier tipo. Esta profecía que se nos pide, impulsa a buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que de división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta del avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional”.
Sin duda es la invitación a una gran tarea.
Alejandro San Francisco, historiador, académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la Universidad San Sebastián, director de Formación del Instituto Res Publica (columna publicada en El Imparcial, de España)
FOTO: CLAUDIO ROJAS/AGENCIAUNO