El enfrentamiento entre el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet y el ex presidente Sebastián Piñera dice tanto sobre las personalidades de ambos líderes como del complejo momento por el que atraviesa el actual gobierno. Acorralado por la presión del movimiento estudiantil que le exige cumplir promesas de campaña y las voces moderadas que quieren evitar alienar a la clase media, Bachelet pasa por el momento más incómodo desde que regresó triunfalmente al país en marzo de 2013 para asumir su candidatura presidencial.
Con la frontal honestidad que le caracteriza, Piñera entró a la política cotidiana como elefante en cristalería. Además de sufrir un lapsus al hablar de un “cambio de gabinete” para referirse al Consejo de Gabinete al que había convocado Bachelet, el ex presidente habló de improvisación y confusión ideológica, al criticar las reformas del gobierno de la Nueva Mayoría (NM). Aunque también pidió “mayor sensatez y moderación”, las duras palabras provocaron una inmediata e igualmente frontal respuesta por parte del ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo.
La irrupción de Piñera en la política cotidiana —la más directa que ha tenido desde que dejó el poder hace 6 meses— confirma que la carrera presidencial de 2017 ya está desatada. Aunque hoy no hay otros líderes en la Alianza que puedan desafiar su popularidad, Piñera tiene más rechazo entre la gente que el que tenían sus dos predecesores —Ricardo Lagos y Bachelet— a 6 meses de haber dejado el poder. Además, la irrupción del senador RN, Manuel José Ossandón —que goza de mayor valoración positiva que Piñera, aunque es menos popular en la propia derecha—, y la nunca descartable candidatura del senador Andrés Allamand, recuerdan a Piñera que la ausencia de rivales no durará hasta 2017. Por eso, el ex presidente ha optado por testear las aguas presidenciables. Siguiendo su costumbre, en vez de entrar tranquilamente a la piscina, saltó asegurándose de que salpicara agua por todas partes.
En parte, la responsabilidad por el temprano inicio de la carrera presidencial recae en la propia Bachelet. La Presidenta designó un gabinete con pocas figuras presidenciables. Si bien se aseguró de incorporar al gobierno a Claudio Orrego y Ximena Rincón —candidatos de la primaria presidencial DC— y también invistió como presidenciable a Nicolás Eyzaguirre, Bachelet dejó fuera a Andrés Velasco, el candidato independiente que obtuvo el segundo lugar en las primarias de la NM, y a Marco Enríquez-Ominami, cuyo programa de gobierno en 2009 inspiró buena parte del programa de la NM en 2013. Con Velasco y ME-O fuera del gabinete era inevitable que al primer traspié del Gobierno los focos se centraran en los principales nombres que aspiran a encabezar la renovación de la centro-izquierda después del periodo de Bachelet. De haberlos incorporado al gabinete, la mandataria tendría hoy controlados a Velasco y ME-O. Es más, ambos presidenciables estarían desplegando toda su energía actual para hacer lucir a la Presidenta y así posicionarse desde el interior del Gobierno, y de la NM, de cara a 2017.
Las palabras de Piñera también dejan claro, ahora que el Gobierno aparece empujando una reforma educacional impopular, que la Alianza está aprovechando la oportunidad de tomar banderas mayoritarias. Como el Gobierno está a la defensiva —y atribuye el rechazo a la reforma a la desinformación, confusión o incapacidad de la gente para entender temas complejos— la derecha defiende la libertad de los padres de clase media para pagar por lo que valoran como una mejor educación para sus hijos. Después de que el ministro Eyzaguirre hiciera gala de incontinencia verbal, el Gobierno ha tenido que salir a corregir y explicar los confusos —o demasiado francos— dichos del titular de Educación. Pero las metáforas de Eyzaguirre que han marcado el debate han ayudado a debilitar el apoyo popular al proyecto del Gobierno. Con frases como “quitarle los patines” a los alumnos de educación particular subvencionada para que haya competencia justa con los niños de pies descalzos de la educación pública, Eyzaguirre ha hecho más daño a la reforma educacional que cualquier campaña que pudiera realizar la derecha.
Como los chilenos prefieren el diálogo y las negociaciones —y el Gobierno se benefició de ello al forjar un acuerdo con la oposición en la reforma tributaria—, el llamado de Piñera a privilegiar la sensatez y la moderación debió haber dejado en silencio al Gobierno. Pero la forma poco moderada en la que el ex presidente entregó su mensaje dio oportunidad al Gobierno para que se centrara en criticar al mensajero, desconociendo lo razonable del mensaje.
Así y todo, las palabras de Piñera sobre la reforma educacional resuenan como evidencia incontrovertible de que, en su afán de satisfacer la presión de los grupos más radicales, el Gobierno se ha metido en una pista de hielo sin saber andar en patines.
FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO