Ni una semana ha pasado en que este gobierno de instalación perpetua haya dejado de sorprendernos. Entre el doblepiensa, el gaslighting, la emisión de información incorrecta, las disculpas republicanas y lo que la prensa llama “errores no forzados” (que cada vez se parecen más a la incompetencia), estoy agotada.  

Resulta agobiante la impudicia cotidiana; lo del presidente ya no son volteretas. Cada día hay que tratar de adivinar si estamos frente al Boric de primera o segunda vuelta , el que le habla a solas a su coalición, compañero, el del discurso inaugural, el que le gusta que el poder incomode a la prensa (¿no era así?), el de la cuenta pública, el amigo de los niños, el on tour, el progresista de primer mundo, el anti imperialista, el “no son 30 pesos, son 30 años”, el laguista, el que necesita la nueva constitución, el que no la necesita… ¡No! Perdónenme, no son volteretas. Eso de alguna manera implica un giro, retractarse y eso lo hemos visto poco y nada. ¡Aquí estamos para la película Split! Pero con más personalidades que Kevin… cualquier día nos sale con “mi nombre es Patricia”.

Pocazo pudor vimos también en Irina I, que efectivamente, no era ni primera ni dama, era un gabinete completo. ¡Versallesco! El poder y el presupuesto para sacar adelante una agenda afín a la causa y a su corazoncito parece que lo justifican todo. La guinda: nuestro ministro secretario general del Komintern salió a decir que nadie sabía. ¿Quién le cree? Pésima defensa: o son mentirosos o incompetentes y arrogantes.

Otra impúdica defensa es la de la prensa. Algunos se han convertido en una especie de exégetas del presidente y salen a dar rebuscadas y muy favorecedoras explicaciones para sus actos y omisiones. Todo lo cual cae en segundos aplastado por la verdad, con un simple “no, el presidente no sabía”, o solo con mirar el lenguaje no verbal de don R… ¡compañero grita tu rut! 

Y por último, hay harta impudicia entre arbolitos, criaturitas del bosque y niños índigo sub 50 que no pierden ocasión para prestarle el closet entero y, puritanos como son, lanzar a la hoguera de redes sociales a cualquiera que se atreva a cuestionar al bienamado líder.

Todos tenemos derecho a cambiar de opinión. Es incluso una demostración de madurez y de la flexibilidad que suele resultar de la inteligencia el enmendar los errores y mejorar. Pero, cualquiera que haya logrado en su vida algo semejante sabe, primero, que es muy difícil, y segundo, que es un proceso que requiere de reflexión y tiempo. No hemos visto eso. Desde la segunda vuelta especialmente, todo ha sido disfrazarse de cosas que no son para lograr más votos. O repetirnos hasta el hartazgo que son la nueva política impoluta. Los más observadores habrán notado hace mucho un germen de tiranillo en estos nuevos rostros y su llegada al poder solo ha comprobado que son los mismos viejos vicios y quizá hasta peor por el delirio mesiánico que los hace desdeñar el pudor que cualquiera sentiría en su lugar.

“La verdad es siempre más atractiva que la mentira”, decía un profesor mío. Parece que tenía razón y la verdad y la realidad (cosas muy burguesas) están haciendo lo suyo, según las encuestas.

Desde esta humilde columna, solo me queda esperar que Chile, que hace unos años clamaba por el regreso de los lentos, empiece a añorar también el regreso del pudor. Que dejemos atrás las reconfortantes mentiras que amarran y elijamos el camino de la verdad, que, aunque a veces dura, lleva también a la libertad. #quevuelvaelpudor 

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