En otras columnas les he hablado de mis veranos infantiles. Esos veranos eran en la zona que hoy se quema. Y antes que salten los dueños de la empatía, tasadores de los empates e inspectores de los sentimientos, aclaro: todos los incendios me parecen terribles, dolorosos.
Pero evidentemente ver paisajes, lugares, caminos, escuchar modismos y acentos que habitan mis memorias, claro que golpea distinto.
Mis veranos, de marzo a diciembre, fueron a caballo, lanzándole bellotas a los primos que iban adelante, sumergida en acequias que estoy segura me inmunizaron contra hartas cosas, comiendo moras, subiendo pirámides de fardos y sacos, huyendo de la araña “poto colorao” y cosechando tomates.
Cierro los ojos y ahí están todos los colores, aromas, sabores y, sobre todo, personas. No recuerdo haber aparecido en alguna casa en que no se me ofreciera pan de trilla, agüita helada con harina tostada y azúcar o ya derechamente su sandía.
Recuerdo el mote con huesillos en Chillan, conversando con los parroquianos, la fiesta de San Sebastián en Yumbel, la cuna de Prat en Ninhue, San Carlos que le dio una Violeta muy famosa a Chile y bueno esta es la cuna también de un tal Bernardo, pero parece que lo cancelaron.
¿Se imaginan que en mitad de esta tragedia el Colmed estuviera llamando a una mesa paralela con la Fundación Luna para un cambio en la gobernanza de los incendios? Sería horrible. Porque una cosa es criticar, que podemos y debemos, y otra es aprovechar una crisis para golpear al adversario de la manera más artera.
Díganme la verdad; yo sé que muchos votaron por Boric porque Kast es muy rubio y muy alemán. Pero en serio, ¿alguien pensó que el dream team FA-PC es capaz de administrar algo más grande que un camping?
Yo tiendo a creerle a los alcaldes, básicamente porque los hemos visto. Lentos, la vocera despeinada, al borde del llanto, llamando a los que ya estaban y siempre están, a estar. La ministra del Interior permanentemente descompuesta, dando unas condolencias como trámites. El ministro de Agricultura (yo lo miro y no me evoca agricultura, más bien trova setentera) siempre dispuesto a educarnos en temas improcedentes; y una pléyade de funcionarios con risitas nerviosas a los Siches. El Presidente entre atrasado, asustao, sudoroso y sobreactuao.
Le voy a hacer un regalo Presidente; le voy a regalar algunas cosas que aprendí en el campo.
No infantilicen a la gente, ellos saben que arriesgan la vida, pero están perdiendo aquello por lo que viven, no solo de lo que viven. He visto hombres duros, parcos, de piel gruesa, llorar recordando al caballito que los acompañó por décadas.
¿Quiere que evacúen? Demuéstreles que le importa de verdad y que harán más por salvar sus vidas y la razón por la que viven.
Mi tata decía “es muy ordinario ir a un funeral y llorar más que la viuda”. Es un buen consejo. Contrólense un poquito. Transmitan calma y seguridad.
Sabemos que la reconstrucción es lo que podría darle épica a su gobierno zombi. Pero no prometa reconstrucción sin primero apagar los incendios. Y una vez que los apaguen, por favor, no nos haga leer reportajes del tipo “a 6 meses de la tragedia, la reconstrucción que no fue”.
Por último, como dice Alanis, el mejor consejo vale nada si es ignorado. La verdad tengo cero esperanzas, pero debo decirlo igual: nada otorga más respeto ni pasa más a la historia que hacer lo que hay que hacer cuando hay que hacerlo. Chile no puede luchar al mismo tiempo contra el fuego y los delitos. Por eso, Presidente, espero que al apagar sus velitas sus tres deseos vayan para el Chile que arde y sufre, y esta vez no para usted. Feliz cumpleaños.