Como recordarán, para la primaria de la izquierda radical, el pre-candidato del PC Daniel Jadue eligió un sparring para lucirse y ganar con holgura. Iba a ser un mero trámite, con un “paquete”, como se dice en jerga pugilística. Pero en ese primer combate Jadue perdió por decisión dividida y el sparring pasó a ser incluso candidato a la pelea por el título. Primero, eso sí, debía dejar en el camino a  varios retadores que se veían sólidos como potenciales campeones de la categoría. Finalmente el sparring logró llegar al combate final, que terminó ganando, también en decisión dividida, para alzarse con el cinturón de la categoría y el título.

Lo que se viene para Gabriel Boric y para Chile es una incógnita completa. El propio presidente electo no sabe a lo que se deberá enfrentar al interior del conglomerado de movimientos y partidos que le sirvieron de apoyo para erigirlo como su campeón. No sabe si se aglutinarán en torno a una idea central de buen gobierno para Chile o si al poco andar se empezarán a sentir las discrepancias cuando perciban que no todo lo que quieren es posible. No sabe tampoco si podrá controlar al Partido Comunista y menos sabe nuestro Chile si quiere incluso controlarlo. Gabriel Boric no sabe lo que se le viene encima y Chile no solo no sabe lo que se viene para nuestros país, sino que tampoco sabe quién es Gabriel Boric, qué busca como gobernante, ni cuál es en realidad su visión de país y de gobierno. Es una completa incógnita. Por ello me resulta tan sorprendente que el electorado -que erróneamente juzgué con mucho más sentido común- se inclinara por la opción de las incertidumbres en lugar de las certezas.

Nunca antes un gobierno de izquierda tan radical tuvo tanto apoyo popular. Allende apenas se empinó al 36% en una época en que no existía segunda vuelta y, de haber existido, no habría alcanzado el poder, al menos en 1970 -recordemos que ese era su cuarto intento-, aunque quizás sí en 1976. Boric partirá su gobierno con un apoyo muy grande y también con un 45% de votantes que preferían un camino diametralmente opuesto. Ese porcentaje de ciudadanos por cierto espera haberse equivocado en su apreciación de lo que vendrá y le desea un buen gobierno, pero también será una oposición atenta y dispuesta a cuidar el país, sus instituciones, sus tradiciones y las expresiones de chilenidad que están arraigadas en el alma nacional desde la gestación de las luchas de independencia. Además, ese importante porcentaje de ciudadanos que votó por José Antonio Kast tiene fundados temores; temores a la radicalización de las posturas de la izquierda, la pérdida del orden público, el aumento de la violencia y del descontrol, la inflación galopante, la escasez, el aumento del narcotráfico, el rol que pueda ahora tomar la convención constituyente y un largo etcétera. Todo ello contribuye a que haya tantas dudas respecto al futuro inmediato. Si el nuevo gobierno no entrega rápido certezas que den tranquilidad e indicaciones claras que las pretensiones de cambios refundacionales se mantendrán en límites aceptables para moros y cristianos, la luna de miel puede durar bastante poco. Nada podría dañarnos más que ver a desencantados representantes de la primera línea exigiendo en la calle el cumplimiento de las promesas pendientes, ahora sin ningún contrapeso.

Si bien no hay forma de anticipar lo que puede venir, no podemos cegarnos a la evidencia de los efectos más inmediatos que ha producido la elección de Gabriel Boric: un aumento en la demanda por dólares -seguirán saliendo capitales de Chile-, la caída de la bolsa y la detención o postergación de muchos planes de inversión y desarrollo.

Esperemos solamente no llegar a ser en breve uno de los ejemplos de futuras ediciones del libro “Por qué fracasan los países” y nos tengamos que tragar decirles a nuestros jóvenes: “se los advertimos”.

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