¿Es el Partido Republicano un espejo del Frente Amplio? Las comparaciones siempre son odiosas y, para ambos grupos, debe ser una verdadera “patá en la guata” el paralelo con su némesis. Pero la verdad es que la alegoría sirve; probablemente sea demasiado exagerado hablar de “espejo”, porque es cierto que hay diferencias notorias entre ambas colectividades, pero al mismo tiempo hay similitudes entre frenteamplistas (FA) y el Partido Republicano de Chile (PRC) realmente notables. Veamos.

Partamos por las similitudes, que siempre son más sabrosas. La primera es su forma de armar su relato político: tanto el FA como el Republicanos han optado por una ingeniosa -y rentable, hay que decirlo- estrategia comunicacional, basada en agitar a los suyos y revolver el gallinero. Apelando a lo que Overton llamó la ventana de oportunidades, buscan poner en el debate público ideas irrisorias o extremas, con la intención de mover la negociación a términos un poco más favorables a su posición (Trump fue siempre un experto en este arte). Es lo que hizo el Frente Amoplio cuando se opuso tajantemente a apoyar el TPP-11, o lo que hizo el Partido Republicano cuando los diputados electos en 2021 anunciaron, antes de asumir, que presentarían una reforma constitucional para derogar el proceso constituyente que en ese minuto iba en la mitad. Por suerte, nunca llegaron a concretarlo.

Una segunda equivalencia se da en el terreno de la defensa a ciertas ideas propias de algunas dictaduras en Chile y en la región. Es más, se podría incluso argumentar que, para ambos bloques, los valores democráticos son secundarios, y, por tanto, a veces es preferible un líder autoritario-pero-que-gobierna-con-mis-ideas a una democracia imperfecta.

Sin ir más lejos, hace algunos años, Axel Kaiser (quien quizás no es republicano, pero sí es hermano de uno de los diputados más republicanos que hay) entrevistó a Vargas Llosa y llegó a plantear que la dictadura de Pinochet sería “menos mala” que la de Maduro, tras lo que el Nobel interrumpió y señaló enfáticamente “esa pregunta no te la permito; no hay dictaduras menos malas”.

Después de todo, no es azaroso que, en la reciente acusación constitucional contra el ministro Jackson, el libelo haya hecho hincapié en que la Constitución vigente es la del “Presidente Augusto Pinochet”. Cuando pueden y se sienten seguros, los republicanos sacan a relucir sus chapitas de la dictadura -perdón, del régimen militar- con la misma confusión con que los frenteamplistas admiran a Petro, a Castillo del Perú y, los más osados, a Maduro o a Ortega. La defensa, en unos y otros, es básica: “yo defiendo las reformas económicas y sociales, pero no los atropellos a los DD.HH.”. Y curiosamente, la misma razón sirve para ambos bandos.

Pero es el tercer paralelo el más potente de todos. Tanto el Frente Amplio como los Republicanos han caído en ese insoportable tufillo de superioridad moral. Ambas agrupaciones creen que todo lo que les precede está putrefacto, y que son ellos los llamados a fundar la nueva política. Y así no construyen puentes, sino muros. En el caso del FA es más que evidente (el mismo Jackson lo dijo, lisa y llanamente, en una red social), y en el caso del PRC se puede advertir claramente por sus comportamientos: cuando Chile Vamos se alineó con otros sectores políticos para promover el Acuerdo por Chile los trataron de vendidos a la izquierda, “aliados con el Partido Comunista”. Pero cuando los republicanos se alinearon con la misma izquierda en contra de la acusación constitucional contra la exministra Ríos, “estaban actuando por convicción, no por conveniencia”. Cuando uno les habla a los conversos, cualquier cuña sirve.

Pero no todo es gris para los republicanos. Hay al menos dos temas en los que se nota una clara diferenciación entre la tienda de Kast y los partidos y colectivos de Boric. El primero es el compromiso con el orden público.

Uno de los episodios más vergonzosos para la coalición oficialista se vio durante el estallido social, cuando innumerables actores del FA, aleonados por el ñuñoísmo de Twitter, fueron cómplices de la violencia que se tomaba las calles. Siempre con medias tintas, defendieron lo indefendible, inventaron supuestas torturas y trataron de hundir al Presidente de la República. Republicanos, en cambio -salvo el intento desenfrenado de los más radicales de acusar cierta cobardía por parte del Gobierno- no hicieron nada de esto. Al contrario, se manifestaron desde el primer minuto en contra de todo acto de violencia. Punto para ellos.

La otra gran diferencia tiene que ver en la capacidad de armar acuerdos. El FA nació como una cofradía de diversos micropartidos, colectivos políticos y movimientos sociales, algunos muy distintos entre sí. Pero la tenían clara: juntos somos más fuertes. Así, en pocos años lograron destronar al Socialismo Democrático, instalando a uno de los suyos en La Moneda, empatándoles en la Cámara, y superándolos incluso en la primera Convención Constituyente. Los republicanos, por el contrario, han devenido en una suerte de Frente Estrecho, muy cohesionado, pero con pocas chances de crecer. Tal como en una religión alternativa, son pocos los elegidos, pocos los que logran descifrar el mensaje, y pocos los que se salvarán. Es casi insólito que, a estas alturas, un partido que supuestamente cree en la libertad se niegue a tener elecciones internas democráticas, con la fórmula “1 militante 1 voto”.

Por supuesto, el Frente Estrecho tiene todo el derecho a seguir adelante con su proyecto doctrinario y salvífico. Pero si el partido tiene hambre de mayorías -ignoro si realmente lo tiene- deberá abandonar este ímpetu, y abrirse a abrazar los acuerdos, la tolerancia y la humildad. Sólo así se construyen puentes y se derribas los muros. De lo contrario, seguirá siendo un partido extremadamente cohesionado, pero siempre un partido de nicho.

*Roberto Munita es abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University.

Abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University

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