¿Qué duda cabe? Nicanor Parra merecía el Nobel de Literatura. Su trayectoria y sus radicales renovaciones en el arte de la palabra así lo atestiguan, pero razones que se alejan de lo literario hicieron que ese premio le fuera esquivo por siempre al antipoeta chileno que recién nos dejó.
Tres fueron las ocasiones en que Parra fue nominado al Nobel: 1995, 1997 y 2000. La coloquialidad y la genialidad de los “artefactos” fueron la apuesta culmen del proyecto literario que él denominó antipoesía. Ese (anti)proyecto poético puede entenderse como una evolución desde el cancionero tradicional español hasta la ecopoesía, que va modificando de forma paulatina los modos representativos propios de Parra.
Así, desde que en Cancionero sin nombre (1937) nos ofreciera una especie de declaración de intenciones para con la poesía de la Generación del 27 española, fuimos testigos del nacimiento y los primeros esbozos de lo que luego sería la gran antipoesía. Sin embargo, el poemario anticipa ya algo que va a recorrer toda la producción parriana y que, a partir de los antipoemas, va a ser una nota común: lo cotidiano grotescamente representado.
Entre Poemas y antipoemas (1954) y los Artefactos (1972) se produce el primer gran hito. Parra comienza entonces su trasgresión de los criterios poéticos tradicionales y en textos como “Quédate con tu Borges” o “Advertencia al lector” nos anuncia su retirada del Olimpo poético. La publicación de Artefactos supuso el paso definitivo hacia un tipo de escritura donde se hizo patente el hibridaje entre las artes y la trasgresión de los axiomas literarios: la antipoesía, que incluye la superación del formato libro o la inclusión de la imagen en tanto texto.
Los mensajes icónicos y textuales de estos “artefactos” revolucionaron la literatura a nivel mundial y para todos los tiempos. Se trata de mensajes contingentes a la época, atravesados por la filuda daga de la ironía y el sarcasmo, en lenguaje cotidiano y, en muchas ocasiones, vulgar, que busca provocar una reacción de tipo irresoluble en el lector.
Después de los Artefactos, y ya en plena dictadura militar, Parra publica otros poemarios que no abandonaron el tono agridulce de la ironía y donde se hizo patente la intención desacralizadora del texto. Será en el año 1982, fin de la época de la antipoesía tradicional, cuando nace lo que ha sido, hasta sus últimos escritos, su tendencia literaria culmen —la ecopoesía—, que él mismo define en una entrevista como “la poesía ecomprometida con la supervivencia”. La iracunda denuncia de Parra no abandonó, tampoco en esta etapa, el lenguaje cotidiano (chileno) y la ironía incriminadora.
Ciento tres años desde su nacimiento en 1914, noventa desde que empezó a escribir, casi medio siglo consagrado como el gran antipoeta de la historia. Pero a Nicanor Parra nadie lo coronó con el Premio Nobel de Literatura. Esas son las paradojas del mundo que él siempre quiso desenmascarar a través de la palabra.
Pero no importa ya, a tenor de las circunstancias. Démosle en nuestro fuero interno el “Premio Nobel de Lectura” y dejemos a Parra descansar en paz.
Zenaida M. Suárez Mayor, académica Instituto de Literatura Universidad de los Andes
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