Con una sorpresa, generalmente acogida como positiva, vimos los chilenos cómo la Presidenta anunciaba que reviviría un proyecto de ley para que el próximo lunes 2 de enero fuese feriado. El simple anuncio fue carrera ganada, pues con las elecciones en la mira, pocos tendrían la valentía de votar en contra de la medida y arriesgar votos en el futuro. Por tanto, no fue sorpresa que esta decisión fuese aprobada por unanimidad.

Más allá de lo apresurado, sorprende que el enfoque de la discusión se haya centrado en los costos monetarios. Al parecer hemos olvidado evaluar los beneficios, especialmente los no monetarios.

Análisis de costos hubo por montones. El nuevo presidente del Banco Central dijo que este feriado tendría un efecto relativamente marginal y fue apoyado por el ministro de Hacienda, que le asignó al descanso un costo de 0.1%-0.2% sobre el crecimiento mensual del país. De forma más extensiva, la Dipres presentó esta semana un informe separando por región los costos que tendría el feriado. De acuerdo a sus cálculos, la pausa del 2 de enero implicaría 0.25% menos de PIB, o un costo cercano a 33.000 millones de pesos.

A estos costos se suma la desorganización. ¿Cuánta gente habrá comprado pasajes con anterioridad para ver a sus familiares y volver el domingo? ¿Cómo podrán reorganizar su producción algunas empresas en tan poco tiempo? Este proyecto de ley se encontraba empolvado en la biblioteca del Congreso desde 2012. La mala planificación legislativa impone un costo social a esta decisión.

Pero si de los costos abundan cálculos, del beneficio se escucharon pocos números, quizás por la equivocada noción sobre la imposibilidad de cuantificarlos.

En la economía se enseña que no todo es dinero. Más aun, los individuos buscan maximizar su utilidad, un proxy de la felicidad que entrega cada acción. Esta utilidad comprende tanto los beneficios monetarios como los no monetarios, independientes de su tangibilidad. De esta manera, al momento de evaluar acciones eficientes, es posible otorgarle un valor aproximado a los beneficios no monetarios, de tal forma de hacer sumables todos los beneficios y poder compararlos con los costos. Al parecer esto quedó olvidado en las aulas universitarias.

¿Que implica el año nuevo en término de beneficios? Sin duda, en primer lugar, un mayor ingreso monetario en lugares de atractivo turístico y en centros recreacionales. Pero hay otros beneficios, más difíciles de valorizar, que en este caso corresponden al valor del ocio que ganamos por un día en que no se trabaja y las ganas de festejar la llegada de un nuevo año.

Estos beneficios son medibles. En el Transantiago se debería haber cuantificado el beneficio del supuesto menor tiempo de traslado, de tal forma de hacerlo económicamente comparable con el costo de implementación. Al momento de imponer un nuevo sistema de seguridad local, el costo de implementación y mantenimiento debe ser comparado no solo con el beneficio de los menores robos, sino también con los beneficios derivados de las menores tensiones personales. De la misma forma, en el caso de la evaluación del feriado se podría haber valorado el beneficio, monetario y no monetario, que nos reportaría esta medida, para hacerlo comparable con su costo.

En definitiva, comenzaremos el año con un día feriado. Puede ser que haya sido una decisión desorganizada, económicamente ineficiente, “un poquito populista”, agradable, reponedora u otro de los calificativos que se han escuchado esta semana. Faltan elementos para poder determinar si fue socialmente eficiente. Esperemos que esta experiencia nos enseñe como país a pensar los problemas con anterioridad y, más importante, a medir los beneficios de tal forma que sean comparables con los costos. Más aún, empecemos a cuantificar los beneficios y costos no monetarios.

 

Andrés Osorio, economista Econsult

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

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