Convencidos de que Santiago no es Chile, con Mauricio Rojas nos propusimos presentar en 13 ciudades nuestro libro de reflexiones sobre el país, Diálogo de Conversos. Es una gira que va de Arica a Punta Arenas, hecho inusual pues usualmente el centralismo termina restringiendo a la capital los lanzamientos de libros.
La recepción en regiones -acabamos de terminar la gira norte, y esta semana vamos al sur- ha sido magnífica por parte de estudiantes, profesionales, pymes y gremios, pero también por la prensa e intelectuales de diversas sensibilidades políticas. Pero por sobre las diferencias propias de una república, prima una convicción común: Santiago no nos escucha y valoramos que los autores nos incluyan al presentar libros.
Con Mauricio Rojas no sólo fuimos al norte a hablar de Diálogo de Conversos y a firmar ejemplares, sino también a escuchar las voces de regiones, ignoradas por el centralismo. Para mí, que he pasado gran parte de mi vida fuera de Chile y vivo en Olmué, pequeña ciudad equidistante de Santiago y Valparaíso, es un ejercicio usual ver y tratar de interpretar a Chile desde sus márgenes. Para Rojas, que reside en Lundt, pequeña ciudad sueca, en la diáspora, también lo es.
En el norte, junto a su enérgica y esforzada gente, me impresionó el descontento soterrado que late bajo sus estremecedores paisajes. Y no me refiero sólo al malestar usual por los déficits del «modelo», la falta de credibilidad en las instituciones, la inquietud por el panorama económico, la inseguridad pública y la violencia en La Araucanía, sino también al abandono que sufre el norte por parte de Santiago.
Tras visitar, escuchar reclamos y reivindicaciones transversales en esa zona, uno intuye que allí se está incubando un volcán social al que debe prestarse atención efectiva y urgente. Los antofagastinos lo tienen claro: la región aporta el denominado sueldo de Chile, ha cofinanciado el auge económico nacional, pero tras 100 años de Chuquicamata es poco lo que la mina dejó allí, y ahora intuyen que en la crisis que se avecina, quedarán abandonados a su suerte.
En Arica también hay un descontento transversal: los santiaguinos se acuerdan de ella poco antes de las elecciones, después desaparecen. Arica se siente prisionera: por un lado Santiago, por el otro Lima y La Paz, capitales enfrascadas en una disputa, mientras Arica queda en un limbo de incertidumbre que desalienta las inversiones e impide su crecimiento. Además, reclaman que Tacna les va sacando ventajas gracias a las políticas de impulso fronterizo activadas por Perú y parlamentarios peruanos regionalistas. Ya se habla de empresas chilenas que se trasladan a Tacna, pues allá los reciben de mejor forma. A juicio de muchos ariqueños, lo último positivo que se hizo en favor de la ciudad fue la Junta de Adelanto, iniciativa de hace más de medio siglo.
«El 2029 cumpliremos el centenario como ciudad chilena», me comenta un empresario, «y créame que mucha gente acá, cansada del abandono y la postergación centralista, va a preguntarse qué ventajas ha traído ser chilenos y va a compararse con Tacna».
Lo que bulle en el norte, aún a fuego lento, no deben ignorarlo las autoridades centrales, menos aun cuando dos de sus senadores -Orpis y Rossi- están temporalmente casi fuera del juego por razones conocidas. Pero también los nortinos deberán tomar conciencia de que tiene una capacidad de influencia mayor a la que suponen, y que deben escoger en las elecciones a personas plenamente identificadas ellos. Gran parte del centralismo también se basa en que las regiones eligen a candidatos de Santiago, ajenos a la historia y la sensibilidad de la respectiva región.
En fin, la gira por el norte presentando Diálogo de Conversos se ha convertido también en un aleccionador diálogo con regiones, y nos ha permitido escuchar y sentir el malestar, las reivindicaciones, los temores, las frustraciones y los sueños de esas regiones postergadas por el centralismo.
Roberto Ampuero, Foro Líbero.