Hacían turnos todas las noches. Eran agricultores que buscaban defender sus campos, muchos comprados a crédito. Se paseaban en auto con radios por todo el sector asignado, mientras las señoras esperaban en sus casas con el susto de no saber si sus maridos regresarían vivos. Era la forma de defenderse de las “tomas” que caracterizaron a la Unidad Popular (UP) en los campos chilenos en la fase más álgida de la Reforma Agraria, de la cual por estas fechas se conmemoran los 50 años.
Y así vivían miles de agricultores todos los días, con ese terror. A veces lograban retomar tierras que les habían ocupado, otras veces no. Es que si el campo caía en toma, era la manera más fácil para que la Corporación de Reforma Agraria (CORA) —argumentando con ideología y no con datos— declarara que la tierra estaba mal trabajada y ordenara arrebatársela, en el total o la mayoría de sus hectáreas, a su legítimo dueño.
Aquí hay que desmitificar. A los socialistas les encanta decir que se trataba de expropiar latifundios que no eran explotados por sus dueños. En realidad, esos fueron casos puntuales, ya que muchos campos expropiados no pasaban de las 80 hectáreas y sí eran trabajados por sus agricultores.
Se supone que tan loable robo legal era para entregarles tierras a los campesinos, a fin de que las trabajaran y salieran adelante. ¿Ocurrió eso? Por supuesto que no. Muchos las volvieron a vender (se produjo un mercado negro) y de esa forma el Estado, a través de la CORA, se hizo con más del 60% de los predios expropiados (cerca de 8,5 millones de hectáreas de uso agrícola). Muchos agricultores quedaron endeudados y muy pocos pudieron recuperar sus tierras en la dictadura. Así, el mayor logro de la Reforma Agraria fue crear rencor y miedo, una actual Venezuela.
Es que el odio y resentimiento estaban en la cúpula de la UP. Porque si hubiesen querido hacer bien las cosas, el Gobierno debió crear un programa de innovación y capacitación campesina de verdad (no los panfletos que se enseñaban en ese tiempo) de mano con los agricultores, y de esa forma el campo chileno se habría modernizado, habría aumentado la competencia y se habrían creado más y mejores empleos.
¿Tenemos catastros serios de cuántos campesinos lograron ser empresarios con la Reforma Agraria? No. Pero cincuenta años después se siguen haciendo celebraciones ideológicas de ese proceso. Cuando así lo hizo la Presidenta Michelle Bachelet hace unos días, ¿entregó acaso los datos de todos los campesinos que lograron volverse emprendedores? En los medios, al menos, nada se publicó. Sólo se han entregado testimonios humanos, es decir, relatos subjetivos, no la información cuantitativa que se necesita para medir el impacto de programas gubernamentales tan radicales como éste.
Otra duda, ¿por qué la Presidenta no hizo la conmemoración en la zona centro sur del país, en un antiguo campo expropiado? Hubiese sido lo lógico, pero ella sabe que habría tenido manifestaciones en su contra. Prefirió resguardase en su palacio, La Moneda, junto a figuras claves del proceso como Jaques Chonchol y Rafael Moreno. Ellos fueron los que les quitaron los patines a los agricultores de ese tiempo, en vez de subir a los campesinos a ellos.
Es algo similar a lo que está ocurriendo hoy con la reforma educacional que impulsa el Gobierno, porque la historia se repite, desgraciadamente, con malos ejemplos. Es que al socialismo le gusta nivelar para abajo, donde pagan justos por pecadores. Porque si efectivamente hay abusos, que se ataquen esos casos puntuales sin hacer un “barrido” como el de la Reforma Agraria, que produjo heridas que no han cicatrizado en cincuenta años.
No veo la razón de celebrar ese proceso, excepto una, la ideológica, porque la mayoría de los que hoy lo recuerdan con añoranza no están entre las víctimas de ese auténtico robo legal que fue la Reforma Agraria.
Rosario Moreno C., periodista y Licenciada en Historia UC
FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO