Si usted ya ha pasado la mitad de su vida, probablemente existe en algún lugar de Chile un joven que se parece mucho a usted mismo cuando tenía 25 años. Si usted es un chileno medio, entonces muy probablemente sus ingresos y su calidad de vida son muy superiores a la de sus padres, pero más importante aún, muy superiores a los que usted mismo tenía cuando era un joven de 25 años.
¿Ha notado que cuando se habla de la tremenda desigualdad que hay en Chile, se menciona la diferencia entre un porcentaje de los chilenos de mayores ingresos (los más ricos), por ejemplo, el 10% o el 1% más rico, y el mismo porcentaje de los chilenos más pobres?
Pues bien, cuando los medios de comunicación reproducen los comentarios de la gran mayoría de los analistas de encuestas como la recientemente publicada CASEN, que señalan que el índice GINI o la proporción 10/10 (número de veces en que el ingreso de los más ricos supera el ingreso de los más pobres) se han mantenido estables en el tiempo, para concluir que en Chile los ricos siguen siendo tanto o más ricos que los pobres y que la desigualdad en nada ha mejorado, están siendo cómplices de una feroz tortura de los datos.
Mientras los datos nos informan que un porcentaje de la población genera un cierto porcentaje de los ingresos del país, estos nada dicen respecto de quiénes son esas personas. Puede que sean los mismos de siempre, como sugieren los comentarios ideológicamente sesgados de los analistas, pero también podría ser que las personas que integran esas categorías estadísticas sean totalmente distintas. Desde ya usted mismo a los 25 años estaba entre los chilenos de menores ingresos y hoy, 20 o 30 años después, puede estar en el tope de la tabla. ¿Podemos concluir de esa medición que en Chile los ricos siguen siendo ricos y se siguen llevando un alto porcentaje de los ingresos del país?
Por ejemplo, en este último año la llamada bancada estudiantil, los parlamentarios recientemente electos, pasaron a formar parte del 10% de chilenos con mayores ingresos. O sea, si medimos la diferencia entre el 10% más rico y el 10% más pobre en Chile entre el 2013 y el 2014, ésta podría haberse mantenido inalterada. Sin embargo, las personas que componen el 10% más rico de la población sí cambiaron. Ahora incluyen a Camila, Giorgo, Karol y Gabriel. ¿Son estos parlamentarios parte de los poderosos de siempre?
Las mediciones de desigualdad que tradicionalmente utilizamos son inadecuadas para las conclusiones que normalmente se derivan de ellas. Como bien lo explica el economista Thomas Sowell en su libro “Intellectuals and Society”, mientras las mediciones nos hablan de categorías estadísticas, la desigualdad tiene que ver con personas de carne y hueso.
Si realmente queremos entender la realidad humana de la desigualdad, necesitamos una medida de movilidad social. Por ejemplo, cuál es la probabilidad de que en Chile el hijo de una familia de bajos ingresos llegue a ser una persona de altos ingresos. La injusticia que los analistas denuncian utilizando las mediciones tradicionales de desigualdad, en realidad está referida a la imposibilidad de progresar o a la certeza de que quienes nacen en familias ricas, independientemente de los méritos que tengan, cuando sean adultos terminarán engrosando las estadísticas de los chilenos más ricos.
No pretendo sugerir que en Chile no tengamos un problema con la desigualdad, pero sí quiero denunciar la mañosa y equivocada utilización política que se hace de los datos. Si queremos ser serios en el análisis de nuestros problemas sociales y en las soluciones que se proponen para ellos, tenemos que partir por cambiar los instrumentos que utilizamos para medir dicho problema. Sergio Urzúa, investigador de Clapes-UC, en una presentación realizada en el CEP muestra que la movilidad social en Chile es peor que la que se observa en USA o en Europa. Mientras en Chile, la probabilidad de una persona nacida en el 25% de las familias más ricas de permanecer en ese segmento de ingreso es superior al 50%, en Estados Unidos o Europa dicha probabilidad es poco más de 30%. Esto es un ejemplo del tipo de mediciones que sí sirven para abordar con seriedad el tema de la desigualdad.
Ya sea por la diferencia de edad, como usted comparado con usted mismo hace 25 años; ya sea por estilo de vida, alguien puede preferir vivir rodeado de la naturaleza y con menos ingresos a vivir estresado en la ciudad pero con mayores ingresos; otros preferirán perseguir sus sueños y dedicarse a la música o la pintura sabiendo que van a ganar menos, mientras que sus compañeros eligen emprender un negocio; otros tendrán suerte o un papá que los apaña, etc. Las fuentes de diferencias en ingresos son muchas y muy legítimas. Lo que no nos parece legítimo son los privilegios. Nos molesta que un “porro” gane mucha plata porque tiene un pituto en una empresa. Nos molesta que un estudiante talentoso no pueda desarrollar dichos talentos porque el colegio municipal al que asiste es como la mona. Nos molesta que la nacionalidad, la religión o el color del pelo sean elementos relevantes para definir las oportunidades laborales de las personas, etc.
Sin embargo, sólo cuando dejemos de torturar las estadísticas para ajustar los números a nuestras convicciones políticas, cuando no hagamos cálculos políticos para amordazar a quienes debieran comentar los buenos resultados en reducción de la pobreza que surgen de la encuesta CASEN, cuando nuestros jóvenes e idealistas parlamentarios tengan un discurso coherente con la realidad y no se llenen de consignas, cuando los medios de comunicación sean inquisitivos con sus fuentes y no reproduzcan cualquier barbaridad que se dice sin fundamento, sólo entonces podremos realmente ponernos a trabajar en desterrar las verdaderas causas de la desigualdad en Chile.
José Ramón Valente, Foro Líbero.
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