Es típico de los matrimonios de celebridades ser breves y estar rodeados de escándalos. Pero la unión de quince meses entre Johnny Depp y Amber Heard causó más revuelo que lo habitual porque hay mucho más en juicio que dinero y caras famosas.
Después de solicitar el divorcio en mayo de 2016, Heard obtuvo una orden de restricción perimetral contra Depp, previa filtración a la prensa de fotos con su cara magullada y un video del artista, aparentemente, arrojando botellas de vino y vasos por una habitación. Tras la afirmación de los abogados de que se trataba de un intento de obtener un acuerdo financiero temprano, la pareja llegó, en efecto, a un arreglo extrajudicial con cláusulas de confidencialidad incluidas. Heard retiró su orden de restricción y eso pareció ser todo.
Pero ese no fue el final, como se sabe. Dos años más tarde, Heard escribió un artículo de opinión para el Washington Post sobre cómo había “sentido toda la fuerza de la ira de nuestra cultura por las mujeres que hablan”. Si bien tuvo cuidado de no nombrar a Depp directamente, afirmó que “tenía la rara ventaja de ver, en tiempo real, cómo las instituciones protegen a los hombres acusados de abuso”. Argumentaba que su propia experiencia le había demostrado lo importante que es luchar por un cambio legal, incluida la extensión de las regulaciones del Título IX en las universidades -que en cualquier programa o actividad educativa que reciba asistencia financiera federal- y el fortalecimiento de las leyes de violencia doméstica. (Como dato de color, y como si faltaran, durante el juicio se reveló que fueron empleados de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, ACLU, los que en realidad escribieron el artículo, a cambio de lo cual Heard les había prometido $3.5 millones de su acuerdo de divorcio).
En respuesta al artículo del Post, Depp presentó una demanda por difamación contra Heard por 50 millones de dólares, afirmando que la pieza presuponía que era un abusador doméstico y ella, una víctima. Heard sostuvo que Depp, efectivamente, había sido abusivo y contrademandó por 100 millones.
Heard dañó a las víctimas reales
El mediático juicio terminó hace unos días. He aquí por qué Depp ganó: conforme a la ley, probó que Heard publicó declaraciones porque las escribió en un artículo de opinión e hizo un tuit con el título que decía que sufrió violencia sexual. Demostró que esas declaraciones eran sobre él, porque Heard básicamente testificó eso en el estrado y las circunstancias que lo rodearon dejaron en claro que ella estaba hablando de Depp en ese momento. Probó que las declaraciones eran falsas debido a las contradicciones entre los alegatos de Heard y sus propios testigos, los testigos de Depp, su testimonio, y el de los profesionales médicos. Demostró que las declaraciones fueron difamatorias por los papeles en películas que perdió. Y probó que su ex mujer actuó con verdadera malicia porque las repetidas y atroces acusaciones fueron constantemente socavadas y refutadas por otros testigos y por evidencia extrínseca.
Cualquier interpretación que diga que el triunfo de Depp daña a las víctimas de abuso es absurda. Heard mintió en el estrado, repetidamente. Demostradamente. Incluso, a veces, contradiciéndose. Fue ella quien hirió a las víctimas de la violencia doméstica al hacer posible que las personas sean más escépticas con respecto a las verdaderas víctimas. El jurado realmente no tuvo más remedio que fallar a favor de Depp.
Abuso mutuo
Los encuentros sexuales, las relaciones y los matrimonios suelen ser difíciles. Tratar de dar cuenta de todas las formas en que una persona amargada puede dañar a su pareja, en un intento de asignar el estatus de abusador y abusado, es un ejercicio muy complicado. En el caso, las sórdidas revelaciones sobre lo que parece un matrimonio tóxico pintan ambos lados con una luz triste y miserable. Ninguno sale bien de ese pozo. De hecho, los psicólogos clínicos que testificaron durante el juicio describieron la relación como una de abuso mutuo.
Pero más allá de los detalles sombríos, no se puede pasar por alto los peligros que encierran “creer en la víctima”, como se exhorta a hacer con tanta frecuencia en situaciones como ésta, a partir del dislate del movimiento #MeToo. De hecho, cuando Heard solicitó el divorcio en 2016, el mundo de los medios, que estaba a punto de ser tragado por el inicio de este movimiento, usó el caso para sermonearnos al resto y pretender darnos una lección.
Lo que ha revelado el caso Depp v Heard no es el odio profundamente arraigado hacia las mujeres que denuncian el abuso doméstico, sino el efecto corrosivo del feminismo contemporáneo. La creencia en Amber Heard, la fe inquebrantable en todo lo que dice, se convirtió en una especie de prueba de fuego moral. La gente buena cree en Heard, la gente mala cree que es una narcisista mentirosa. “Por qué es hora de creerle a Amber Heard”, estampó un titular de Vogue. Aquellos que dudan de “su verdad” claramente han experimentado una “erosión de la empatía”, declaraba la biblia de la moda.
Ser creíbles, un lujo
Por otra parte, el grito de la era post #MeToo es “Believe women”. Pero en los últimos años se ha vuelto dolorosamente claro que esto no significa lo mismo para todas las mujeres. Ser creíbles es un lujo del que disfrutan las mujeres políticamente correctas, pero a menudo se les niega a las que son, de alguna manera, “problemáticas”. Existe una extraordinaria disparidad, por ejemplo, entre la simpatía de los medios concedida a las mujeres educadas en prestigiosas universidades que dicen que alguna vez fueron atacadas torpemente por viejos conservadores, y la reticencia que los mismos presentan a prestarle atención a niñas de clase trabajadora en los terribles casos de violación y abusos sufridos a manos de hombres de ascendencia musulmana en el Reino Unido, por ejemplo. A las primeras, las “buenas”, se les cree instantáneamente y se les da un espacio de máxima audiencia para contar sus historias. Las otras mujeres, las “cuestionables”, son tratadas como una amenaza molesta para el multiculturalismo y, esencialmente, se les dice que se callen.
Incluso en pleno juicio de Depp/Heard saltaron estas disparidades. Cuando se informó que una joven estudiante en el Reino Unido había sido severamente acosada por cuestionar la ideología del transexualismo, los mismos que normalmente dicen “Believe women” sospecharon de su historia de abuso a manos de compañeros transexuales. Dudar de la palabra de Amber Heard es de fanático incrédulo. Pero dudar en relación con una chica acosada por cuestionar el evangelio de la fluidez de género es ser un héroe progresista.
¿Y qué hay de las lesbianas que cuentan historias de haber sido presionadas por “mujeres trans” (hombres) para tener relaciones sexuales? Tampoco hay que creerles. De hecho, los llamados progresistas protestan contra los medios de comunicación que brindan tiempo al aire a esas mujeres. Cuando la BBC publicó un artículo, en octubre pasado, titulado “Algunas mujeres trans nos están presionando para tener relaciones sexuales” hubo furia. La turba woke se volvió loca. Activistas trans y sus aliados se reunieron frente a la sede de la BBC, con una de sus pancartas que decía: “Exigimos que la BBC retire el artículo”.
Feminismo radical
La santificación de Heard, a quien se debe creer, junto con la proyección de sombra sobre otras mujeres a quienes no se debe creer, habla de algunas graves confusiones del feminismo en la actualidad. Confirma cuán ideológico es el eslogan “Believe women”. Quieren escuchar historias de celebridades adineradas que son víctimas del acoso masculino y de empleadas de altos ejecutivos que escuchan chistes sexistas en las oficinas. ¿Pero mujeres de clase trabajadora siendo abusadas por hombres musulmanes? ¿Y las mujeres que critican la ideología trans siendo intimidadas y amenazadas con violación y muerte? ¿Y las jóvenes lesbianas que se sienten presionadas a tener sexo con transexuales (hombres)? De esas cosas no quieren oír hablar porque complican su narrativa moral. Contaminan su agenda política. Y lo que es más importante, plantean la posibilidad de que su propio sistema de creencias (su visión académica, excéntrica y desafiante, de que el sexo es cambiable y que los hombres negros están más arriba en la escala de la opresión que las niñas blancas de clase trabajadora) podría estar contribuyendo activamente a el abuso de la mujer en ciertos entornos.
Este feminismo radical, además de degradar al sexo femenino porque presupone que no puede valerse por sí mismo y necesita la ayuda del Estado (¿puede haber algo más machista?) pretende convertir a sus compañeros, hijos, hermanos o amigos en ciudadanos de segunda. Así, con los hombres silenciados y las mujeres intensamente dependientes del Estado, quien se apropie del feminismo tendrá un poder absoluto. Ya lo advertía Karl Popper, “la libertad es más importante que la igualdad; el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad, y, si se pierde la libertad, ni siquiera habrá igualdad entre los no libres”.
*Eleonora Urrutia es abogado, máster en Economía y Ciencias Políticas.