La centroderecha vive un período de cambios que se explica por varia razones: el golpe de llegar al gobierno y concluirlo en una catástrofe electoral; un recambio generacional que era imposible de seguir postergando y que debió haber ocurrido bastante antes; el evidente efecto que, por anticipado, ya comienza a provocar el cambio del sistema electoral desde el mayoritario actual hacia uno proporcional; y el fracaso del proyecto que pretendió sustituir la política por las políticas públicas, intentando construir un proyecto político “en Excel”.
Una de las expresiones de este período de cambios ha sido el revisionismo -si se me permite el uso de un término tan propio de la izquierda- de las llamadas declaraciones de principios. Estas declaraciones son más bien propias del período de la guerra fría y del inicio de un nuevo ciclo de la vida política del país, luego de la crisis de 1973 y el período de proscripción de la política partidista.
En los 80 se comenzó a re articular una derecha diferente de la que había existido hasta antes del colapso de nuestra democracia. Esta derecha se fundó en dos pilares: el modelo económico liberal, instaurado por los denominados “Chicago boys”; y la Constitución de 1980, sobre la cual se asienta el modelo de desarrollo fundamentalmente a través del denominado principio de subsidiariedad, que consagra la preeminencia de las personas libremente organizadas por sobre el aparato estatal. Aquí están los cimientos que se echaron en el período del gobierno militar y sobre el cual surgieron primero algunos movimientos políticos, que luego se agruparon en un partido, “Renovación Nacional”, el que después de una crisis se dividió para dar origen a los dos partidos que han constituido el sector en estos 25 años.
En ese período fundacional las colectividades de derecha hicieron un ejercicio de rompimiento con un pasado marcado por la carencia de un proyecto político que mereciera llamarse como tal, que sobrevivió a fuerza de caudillos y la vocación de muchos servidores públicos bien inspirados, pero que nunca lograron generar una fuerza política autónoma del clericalismo del viejo cuño conservador o que agrupara el pensamiento liberal de manera consistente.
En ese ambiente de silencio político previo los partidos que surgieron necesitaron definirse, como una forma de marcar diferencias con el pasado, de convocar a los partidarios de las reformas y de darle proyección política a esos cambios en el futuro retorno de la democracia. Así, estas declaraciones de principios se constituyeron en una suerte de pacto fundacional.
Pero hoy levantar nuevas declaraciones de principios tiene un sentido simbólico completamente diferente. Los partidos de derecha llevan 25 años de vida política activa, en que han asumido posiciones en el Congreso, en el debate político, han impulsado candidaturas presidenciales y, lo más importante, han gobernado. Por ello, lo que se entiende de este interés por las declaraciones de principios es precisamente un afán revisionista. Mientras en los 80 cualquiera que mirara estas declaraciones lo hacía para anticipar cómo actuarían estos nuevos partidos en la naciente democracia, hoy más parece que los cambios apuntan a calzar la práctica con lo declarado en el papel.
Sin embargo, estas declaraciones deben responder a la esencia de lo que son las colectividades de centroderecha: la promoción de la libertad individual como centro de la organización social, de la responsabilidad individual como fuente legitimadora de los derechos y del mérito como legítima causa de los roles y las diferencias en la sociedad.
Aquí radica la esencia de la diferencia del proyecto político de la centroderecha con la izquierda, cuyo ideario niega uno por uno la existencia real de la libertad individual, la responsabilidad personal y el mérito. Razón por la cual reivindica al Estado como gran árbitro de las diferencias que ve como esencial e insalvablemente injustas en el orden social.
Se equivocan quienes piensan que los partidos de derecha defienden una forma de organización económica, esta es sólo una consecuencia de los principios en que se funda su proyecto político. La política es la gran discusión sobre la justicia, por lo que la organización económica no es más que una consecuencia de la visión que cada uno tiene de lo justo. Pero esto no relativiza la convicción con la que los dirigentes de centroderecha deben defender la economía libre, muy por el contrario, le da el sustento ético para defenderla sin concesiones, ni menos de manera acomplejada o flaqueando a la hora de sostener sus efectos concretos y prácticos.
Es bueno dedicarle tiempo a pensar en los principios que fundan la acción política, pero con dos condiciones: que hay que estar dispuesto a sostenerlos aunque sean impopulares y que se debe asumir que imponen definiciones necesariamente excluyentes con otras formas de pensamiento.
El partido político que no está dispuesto a asumir ambos costos no tiene verdaderamente un proyecto fundado en principios, por ello los intentos de declaraciones que no tienen defensores capaces de pagar costos por sostener sus consecuencias termina encarnando la proverbial ironía de Groucho Marx que decía: “estos son mis principios y si no le gustan… también tengo estos otros”.
Gonzalo Cordero, Foro Líbero.
FOTO: DAVID VON BLOHN/ AGENCIAUNO