Por fin, tras al menos seis meses en el que políticos, medios y ciudadanos se lo pedían a gritos, la Presidenta Bachelet ha anunciado un cambio en su equipo de trabajo ministerial.

La buena nueva debería tranquilizar, llenar de esperanza y hacer suponer que en las próximas encuestas la evaluación de la mandataria debería tener un alza. Pero ese sería un análisis, al menos, descuidado.

Es un hecho que haciendo este anuncio, Bachelet parece por fin ejercer ese liderazgo que parecía extraviado desde que dejó Nueva York. Además, logró nuevamente marcar la agenda noticiosa, tal como lo hizo hace una semana al comunicar el inicio de un gelatinoso proceso constitucional.

Sin embargo, la Presidenta y sus asesores vuelven a fallar en el modo, razón por la que es de esperar que junto a varios ministros, dejen sus cargos unos cuantos asesores.

Hacer semejante anuncio en horario prime y ante un animador icónico nacional como Don Francisco, es rendirse a la espectacularización de la política, tema latamente investigado en sus beneficios concretos pero también en sus extensos riesgos. Más aún en momentos de crisis de confianza política.

La misma Bachelet dijo tiempo atrás que “el día que tome la decisión de hacer un cambio de gabinete, no lo voy a hacer en un entrevista” y un poco antes había denunciado la presencia de “un periodismo un poquito presa de las redes sociales”. Sin embargo, ella misma finalmente dio la noticia en un espacio televisivo con bastante rating y en un horario en el que buena parte de los televidentes chilenos sostienen en sus manos un teléfono con acceso directo a las redes sociales.

Por otro lado, tal como la última cadena nacional sin anuncio constitucional hubiera sido una enumeración de inciertas medidas a favor de la probidad, la entrevista de ayer sin la noticia ministerial habría sido un abanico de respuestas torpes: nuevamente Bachelet habla de su “intuición” a la hora de actuar, como si se tratase de un campo de fuerza que la exime de los errores que comete, y por enésima vez insiste erráticamente que en sus vacaciones se desconecta a tal punto que se entera de los escándalos familiares por la prensa o llamados telefónicos.

La verdad, es que si lo del peso de su intuición y la desconexión radical es cierto, sólo queda rogar que durante el próximo descanso de la mandataria no hayan emergencias de ningún tipo. Durante esos períodos, el gobierno parece estar acéfalo.

Por último, el plazo autoimpuesto de 72 horas para conformar un nuevo equipo genera la ya desatada histeria de los partidos oficialistas, los llamados telefónicos y las visitas sorpresivas que sólo conducen a un escenario de aún más sospecha en el que la principal perjudicada es la misma Bachelet, pues por mucho que diga lo contrario, pierde libertad de decisión. Un axioma de la política sostiene que los cambios se hacen, no se anuncian.

Bachelet está golpeada política y personalmente y eso la lleva a actuar por instinto a la mejor forma que sabe hacerlo: como candidata, sostenida en la emoción y el anuncio sorpresivo. El problema es que operar así cuando ya se ejerce el poder revela una imprudencia monumental. La posibilidad de que introduzca cambios positivos en ese estado es reducida, lo cual obliga a ponderar cualquier optimismo.

 

Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.

 

FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO

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Alberto López-Hermida

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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