El 9 de noviembre de 1989 fue uno de los días más importantes del siglo XX, una época que tuvo muchos momentos gloriosos y otros francamente desastrosos.

Cuando Winston Churchill denunció la Cortina de Hierro que se levantaba para dividir a Europa, advirtió que muchas naciones estaban quedando sometidas a la órbita de influencia soviética y perdían sus libertades. La dictadura comunista se consolidó en esos territorios en los años siguientes y debieron pasar muchas décadas para ver de nuevo espacios de libertad. Entre ellos estuvo Alemania Oriental, que para vergüenza de sus líderes comenzó a edificar la gran muralla berlinesa en 1961, para evitar que la gente huyera buscando un destino mejor en Alemania Occidental, una historia bien narrada por Dionisio Garzón en “El Muro de Berlín” (Santiago, Instituto Res Publica, 2014).

Las décadas siguientes serían de heroísmo, pero también de muerte y represión; tendrían una policía secreta tan bien informada como la Stasi, dedicada a suprimir las esperanzas humanas más profundas, como el deseo de libertad y la posibilidad de labrar el propio destino. Así lo percibieron muchos líderes que padecieron detrás de la Cortina de Hierro, como Solzhenitsyn, Lech Walesa, Vaclav Havel y otros. En 1989, ellos —y los muertos que quedaron en el camino— obtuvieron una gran victoria cuando el pueblo alemán derribó el infamante Muro.

Sin embargo, es preciso reconocer que eso no significó el triunfo completo de las ideas de la libertad, y que no disminuye la importancia de la batalla cultural que continúa vigente en nuestros días. Si a finales del siglo XX la victoria parecía clara, el comienzo del siglo XXI ha tenido muchas desilusiones y resultados preocupantes, incluso peligrosos, como vemos en algunos lugares de Europa y Asia, en la larga dictadura de Cuba y en proyectos populistas como el de la Venezuela chavista.

En ese sentido, es importante desarrollar iniciativas que tengan claras estas ideas, que trabajen con valentía por promoverlas en diversos lugares del mundo, en alianza con miradas afines, y capaces de generar las políticas públicas necesarias que derroten la pobreza y brinden oportunidades, como en su momento pudieron mostrar las democracias y economías libres frente al socialismo del bloque soviético.

Es verdad que la situación del mundo no es tan dramática como en los años de la Guerra Fría, cuando el dominio comunista abarcaba casi un tercio del planeta. Pero también es cierto que las ideas de la libertad están hoy bajo un fuerte ataque: Estados Unidos muestra una penosa elección entre Donald Trump y Hillary Clinton; en España ha surgido una importante alternativa populista y de raíz comunista, como Podemos; el autoritarismo ruso no tiene contrapesos, y otras numerosas variantes políticas llaman a estar alerta y a seguir trabajando por la libertad.

Chile no es la excepción. El notable progreso económico y social que generaron las ideas de la libertad está en la línea de fuego. Se pueden observar al menos tres amenazas importantes en los últimos años: el arrepentimiento de parte de la izquierda por lo realizado en la transición y durante los gobiernos de la Concertación; el riesgo de una extrema izquierda creciente, encarnada en liderazgos como los de Giorgio Jackson y Gabriel Boric; y la contradicción de «los buenos», manifestada en la renuncia o cobardía a defender con orgullo las ideas de la justicia y la libertad.

Por lo mismo, recordar la caída del Muro de Berlín es una tarea siempre vigente y necesaria. Pero más relevante todavía es dar testimonio presente del inmenso valor de esa lucha a lo largo del siglo XX, recoger la victoria con humildad y generosidad, y trabajar para contribuir a días mejores en el futuro.

 

Julio Isamit, coordinador general de Republicanos

 

 

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