Hoy la Democracia Cristiana, que llegó a ser el partido más grande de Chile, está agonizando. Y no por factores externos, sino que internos, porque se ha traicionado a sí misma una y otra vez por no tener las cosa claras, por ser titubeante. Pero todas las crisis presentan oportunidades, y el partido está en un momento clave para volver a sus orígenes y aprender de una vez por todas del pasado.
La DC nació en 1957 de la unificación de diversos grupos socialcristianos. Participa en su creación la Falange Nacional, grupo escindido del Partido Conservador. ¿Por qué formaron un nuevo referente? Porque querían centrarse más en lo social, pero siempre pensando en ser democráticos y humanistas cristianos. Además, se veían a sí mismos, en plena Guerra Fría, como una alternativa al comunismo. En 1961 comenzaron a formar parte de la Unión Mundial Demócrata Cristiana con sede en Bélgica, donde los unía ser partidos de centroderecha, cosa que no acomodaba tanto a la DC chilena, que siempre tendió a ser de centroizquierda (otro titubeo). La cosa es que en 1964 logran, junto a los votos de la derecha, tener a su primer Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, quien hasta una reforma agraria incluyó en su mandato.
Elecciones de 1970. Gana con mayoría relativa el socialista Salvador Allende. La DC, en sus titubeos —que sí, que no—, finalmente lo apoya con sus votos en el Congreso (y no a Jorge Alessandri), siendo que Allende iba totalmente en contra de sus principios socialcristianos. Aquí se traicionó por primera vez y lo hizo en grande. Fue protagonista del desastre de la UP y del posterior golpe de Estado, al cual los DC apoyaron, aunque les cueste reconocerlo.
De vuelta a la democracia, en 1990, la DC tuvo dos grandes gobiernos: Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz Tagle (1990-2000), es decir, una década en que actuaron como democratacristianos fieles a sus principios, y los resultados estuvieron a la vista. Chile creció entre 1986 y 1998 a un ritmo promedio del 7% anual, con un peak en 1992 de 12,3% de crecimiento. Cifras que hoy parecen ficción, cuando en 2017 hemos “crecido” un magro 1,5%. El país claramente avanzó en muchos ámbitos… pero los DC tuvieron que negociar: llegaría el socialismo, primero bastante liberal con Ricardo Lagos, y después ya desatado con Michelle Bachelet. Y aquí la DC no pudo, no se atrevió a marcar distancias, corriendo su cerco cada vez más hacia la izquierda. Les estaba gustando esta cosa del poder. Nueva traición a sí mismos.
¿Y cuándo terminó por apuñalarse? En 2014, sellando un pacto político que incluía al Partido Comunista, ese que siempre dijeron que no era demócrata y que de seguro intuían que los llevaría al despeñadero; pero la sed de triunfo pudo más.
Como dijo uno de los fundadores de la DC, alguien con verdadera alma decé, William Thayer: “A la Democracia Cristiana le sobra miedo a perder adeptos” y que él “nunca habría aceptado estar con los comunistas”.
Es que no se puede unir agua con aceite. El PC es totalitario y ateo y la DC es demócrata y cristiana. Claramente, la contradicción es total, patética.
Así las cosas, hoy tenemos a una DC que está pagando sus pecados, reducida a su mínima expresión parlamentaria: sólo 14 diputados y cinco senadores. En su época de gloria, en 1997, llegaron a tener 30 diputados y 10 senadores. La actual es la más baja representación de su historia parlamentaria.
Con todo lo anterior, no es noticia decir que hoy, nuevamente, hay dos almas en la DC, que son irreconciliables porque quieren cosas radicalmente distintas para el país.
Una de esas almas es representada por Yasna Provoste (y compañía), que de decé tiene el puro nombre, muy amiga del Frente Amplio, y que seguramente responderá que sí al llamado de alianza amplia hecha por Guillermo Teillier (PC). Provoste es la ex ministra de Educación del primer gobierno de Michelle Bachelet, y se me viene a la mente parte de su currículum, que es fantástico: le mintió a todo Chile con su puntaje de la PAA y, además, fue destituida de su cargo por el Senado, debido a presuntas irregularidades en su cartera.
Del otro lado está Mariana Aylwin (y compañía), quien siente dolor por su partido y es del ala más conservadora. No, la palabra conservadora está mal usada. En realidad ella es del ala más fiel a los principios de la DC. Por eso hoy su partido no la representa y ella no se aguantó de decir que se sentía más cerca de Chile Vamos que de la Nueva Mayoría. Unos dicen que está toreando al partido para que la echen y así formar un nuevo referente que vuelva al alma falangista.
Claramente, la DC de hoy no tiene destino. La separación debe hacerse, ¡ya!, sin miedos, sin esperar a que me echen o no; ponerse los pantalones de una vez y crear un nuevo partido democratacristiano, fiel a sí mismo, pensando a largo plazo, sin miedo a perder votos, y ser de centro, sin apellidos. Chile necesita más centro, necesita una DC de verdad.
Rosario Moreno C., periodista y licenciada en Historia UC