Desde la Segunda Guerra, esta es la tercera Cumbre de real y potencial significado para los Estados Unidos. Nixon-Mao en 1972, Reagan-Gorbachov en 1987 y ahora Trump-Kim en 2018.
De tres, dos tuvieron su epicentro en Asia. La primera, con el objetivo de interpelar y seducir a la República Popular China, que llegó a la conclusión que era Estados Unidos el socio que necesitaba. El secreto del éxito de esta cita se dio por los dos niveles de liderazgo: el político, con Nixon y Mao, y el diplomático, con Henry Kissinger y Zhou en Lai. Fueron estos últimos los reales artífices de la Cumbre y de mucho de lo que siguió como desarrollo de la misma.
En 2018, la historia es algo distinta. Los dos líderes políticos pusieron su intuición y un gusto por el melodrama y la hipérbole, mientras un puñado de países asiáticos hicieron todo el silencioso trabajo de una diplomacia moderna y efectiva. Ciertamente Corea del Sur fue uno de ellos, pero también China, Japón y Singapur, además de Rusia, que jugó un rol significativo pero algo más distante.
Interpretaciones de lo que pasó o no pasó hay muchas. Incluyendo ésta, pero me parece relevante destacar algunos puntos esenciales:
1.- Independiente del status de paria internacional de Corea del Norte, era imperativo interpelarla diplomáticamente y tratar de negociar algo. Se logró una Cumbre entre sus dos Mandatarios. Algo que nunca antes había pasado.
2.- Corea del Norte tiene un pésimo récord en el tema de los Derechos Humanos. Cambiarlo, aunque sea en pasos incrementales, precisaba una aproximación diplomática.
3.- Trump comprendió que había que negociar con Corea del Norte. La opción militar era inviable y el régimen de apremios económicos y comerciales habían ya cumplido su misión. El líder es Kim. Se negocia con quien corresponde. No vale la posibilidad de elegir la contraparte.
4.- Asia, como continente, responde a una idiosincrasia especial y distinta. No se le puede juzgar con cánones occidentales. Ni menos con nuestros baremos de gobernanza, derechos humanos y democracia. Al final lo que cuenta es la efectividad de sus regímenes y sistemas. Y en general pueden exhibir éxitos que son inéditos en Occidente. Tanto en estabilidad política (como Singapur), en crecimiento económico sostenido (como China y la India), en democracia participativa (como Japón y Corea del Sur) y un largo etcétera. Es decir, han legitimado su gobernanza a través de sus éxitos y han abierto una “vía asiática” para el desarrollo y bienestar de sus sociedades.
5.- Así las cosas, la participación multilateral a la que aludo más arriba subraya la centralidad de Asia en la política exterior de los Estados Unidos. Así lo destacó Trump en más de una ocasión durante la Cumbre de Singapur. Vale decir, con la excusa de Corea del Norte, Asia podrá trabajar con Washington en forma colectiva los distintos aspectos de una compleja relación.
6.- La República Popular China vuelve a estar en el centro de los acontecimientos. No sólo como nueva súper-potencia, sino también como un actor gravitante en la geopolítica mundial. Baste observar que facilitó no uno sino dos aviones B-747 para el reciente viaje de Kim. Y, evidentemente, se erige como una especie de garante del largo y complejo proceso de negociaciones que se abren en el escenario post-Cumbre.
7.- Asia, después de la dura experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Vietnam aprendió varias lecciones. De una manera muy dura, pero muy clara (hablaría yo de una catarsis colectiva). No al totalitarismo. No al comunismo. Su población y sus familias como el gran tejido social que se aglutina a través de sus culturas. Las principales de ellas (culturas) tienen decenas de siglos de existencia. Y elementos de las mismas apelan al día a día del asiático del siglo XXI. Me refiero, como ejemplos, al confucianismo, al budismo, al hinduismo, etc. La libertad de la persona como motor de la economía. Hecho que ha sido reconocido incluso por China y Vietnam, y un ámbito donde Corea del Norte está dando sus primeros pasos.
8.- Esta cohesión cultural, de larga data, es la que aloja códigos de comprensión de la realidad y de las conductas compartidas. De allí la efectividad del esfuerzo regional por llevar a Kim a la mesa de negociaciones. Y de allí el razonable optimismo para poder ver el avance de las negociaciones en el corto y mediano plazo.
Esta realidad camaleónica -desde un escenario pre-holocausto nuclear a un amigable coloquio tropical de dos líderes políticos- se debe a la inclinación de ambos por el melodrama y la política “hacia la sociedad”. Ambos son grandes comunicadores y ambos son muy perceptivos al cambio en la opinión pública. De allí emana su resiliencia para acomodarse rápidamente a escenarios tan cambiantes de una manera efectiva y directa.
Todos habríamos querido una Cumbre a nuestra medida. Con más medidas concretas, con mención explícita a los derechos humanos, con fechas y detalles del programa de desnuclearización. Pero las realidades y los timings en el vasto teatro del mundo son en general complejos e impredecibles. Las oportunidades aparecen y desaparecen con gran celeridad.
Acostumbrados a la gratificación instantánea de una sociedad de consumo, creo que hay que estar más que satisfechos con lo que hay. Y no perder la capacidad de sorpresa y asombro para los capítulos que vienen. El mundo es hoy un escenario donde la política y el espectáculo se confunden. Muchas veces el espectáculo es de poca monta: chabacano y reiterativo. Este al menos es de calidad, lleno de esperanza y de un gran colorido multicultural.
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural