“Desde la puerta de ‘La Crónica’ Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Así comienza Conversación en La Catedral, una -de las varias- obras maestras de Mario Vargas Llosa. La pregunta planteada, que cruza toda la novela, es una de las frases literarias más recordadas de nuestra época y, con toda seguridad, la más repetida en estos días quizás en el mundo entero. También en Chile, desde luego, pero con la peculiaridad de que los chilenos que, al observar los hechos recientes en nuestro vecino repiten “¿cuándo se jodió el Perú?” suelen no considerar que nuestro país ha estado también a punto de “joderse” y no una vez sino varias durante los últimos años y sigue siendo “jodido” en este mismo instante.

Lo estuvo cuando nuestros políticos -o la mayoría de ellos y a diestra y siniestra- confundieron un reclamo social que movilizó a millones, con la acción violenta y anárquica de sólo centenas que vandalizaban bienes públicos y privados, jugaban con demencial temeridad a desafiar a la policía (incluso atacando sus cuarteles) y exigían, por intermedio de “voceros” que periodistas paternalistas convirtieron en héroes, todo y ahora, aunque lo que pedían fuese imposible.

Esa confusión llevó a nuestros políticos -o a la mayoría de ellos a diestra y siniestra- a buscar congraciarse con quienes gritaban más alto o mostraban mayor ferocidad, y a tomar decisiones que hoy probablemente los avergonzarían: aprobaron reformas constitucionales que permitían a trabajadores cuenta habientes de fondos previsionales retirar porcentajes de esos fondos, aun sabiendo que con ello no sólo causaban un enorme daño a esos trabajadores sino también a la economía nacional; convirtieron la acusación constitucional en una suerte de arma que podían disparar desde la cintura a quien se moviera, incluido el Presidente de la República; aprobaron un absurdo sistema electoral para una sí necesaria Convención Constitucional, convirtiendo en constituyentes a quienes esos periodistas paternalistas habían convertido en héroes.

Y muchos de esos políticos se mostraron, además, dispuestos a aprobar el proyecto de Constitución que, aunque no redactada por esos “héroes”, si fue escrita bajo su presión moral, una nueva Constitución que proponía un Poder Legislativo en el cual una casi omnipotente Cámara de Diputadas y Diputados iba a poder actuar prácticamente sin contrapesos, tal como lo hace en nuestros días el Congreso del Perú.

Más recientemente, luego que la mayoría abrumadora de las chilenas y chilenos rechazara ese proyecto constitucional, parecieron ignorar el llamado a la cordura y a la moderación que ese rechazo debía significar y, luego de resolver responsablemente lo substantivo del proceso que debería llevar a la elaboración de una nueva, pero esta vez aceptable  Constitución al aprobar las bases o bordes de ese nuevo texto, se entretuvieron  discutiendo lo que para todo Chile no podía sino ser entendido como un monumento a la pequeñez: la forma de elección o designación de quienes elaborarían tal texto, tema que abordaron entusiastamente con calculadora en mano para tratar de sacar ventaja en la negociación.

En otras palabras, borraron con el codo de la mezquindad y el interés propio la imagen que habían logrado dibujar con la mano de la responsabilidad. Volvían, así, a justificar la opinión mayoritaria que sobre ellos arrojan las encuestas y volvían a “joder” a un país que necesita a políticos inteligentes y responsables.

Y terminaron de “jodernos” el viernes recién pasado, cuando una vez más demostraron que los mezquinos intereses priman sobre el bien común en la política chilena. Y lo hicieron cuando todo estaba dispuesto para un acuerdo, luego de que el Presidente Boric, sin duda escuchando el clamor de muchos, el pasado miércoles afirmara “por sentido de responsabilidad, para tener un nuevo pacto social, para todos quienes hicieron campaña pidiendo una nueva Constitución, les digo: no podemos seguir esperando».

Y quizás lo más importante, aunque lo más simple cuando de una negociación se trata, les dijo también que, no obstante, la posición que había sostenido el Gobierno, para él era preferible un “acuerdo imperfecto» (y debe entenderse “imperfecto” desde esa, su, posición) que “no tener ningún acuerdo”. Hablaba desde la primera página de cualquier manual de negociación, primera página que ninguno de los negociadores parecía haber leído o que preferían ignorar: aquella página en la que se señala que el resultado de una negociación entre dos partes opuestas nunca va a satisfacer en un ciento por ciento a ninguna de las dos partes, nunca va a ser “perfecta” para ninguna de las dos, aunque sí es necesario que contenga, para las dos, lo esencial del objetivo que persiguen con la negociación. Y en este caso el objetivo era, y sigue siendo, un procedimiento confiable para todos al objeto de elaborar una nueva Constitución para Chile.

Pero ese objetivo no se logró. Los políticos y sus partidos una vez más fueron incapaces de dejar de lados sus intereses particulares o sus ambiciones y se mostraron incapaces de ceder ese poco que habría permitido llegar a un acuerdo. Un acuerdo que se desprende lógicamente de la primera página del manual de negociación y que no puede sino situarse a medio camino entre dos posiciones: la original del oficialismo, que exigía una Convención ciento por ciento electa y que, por ello y escaños reservados mediante, se acercaba al diseño de la Convención cuyo proyecto fue rechazado el 4 de septiembre, y la proposición de la oposición, que exigía un papel protagónico a expertos que garantizaran un cordón sanitario de experiencia y conocimientos en materia constitucional a quienes iban a elaborar el nuevo texto. Una solución que, en consecuencia, no puede sino tener la forma de una Convención Mixta.

Una vez más, pues, los políticos y sus partidos “jodieron” a las chilenas y chilenos que, aún preocupados por problemas que pueden parecer más urgentes o apremiantes, no dejan de tener presente la necesidad de contar con una buena nueva Constitución.

Aún existe la posibilidad que esos políticos lleguen finalmente a ese acuerdo tan obvio y anunciado. Todos los chilenos y chilenas así lo esperan y los políticos tienen todavía otra oportunidad. Si no lo logran, deberán tener la seguridad de que todo el mundo sabrá contestar la pregunta ¿cuándo se jodió Chile?  

*Álvaro Briones es economista y escritor. Ex subsecretario de Economía y ex embajador de Chile.

Álvaro Briones

Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile

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