Con mucha elegancia un inserto de la Embajada de Turquía (29.10.2020) presenta la política antártica turca desplegada desde que firmó el Tratado Antártico en 1996, que data de 1959, y que en 2016 estableció una base en la zona cercana a las bases chilenas. El documento sostiene que científicos de alto nivel han renombrado la topografía del lugar generando una nueva cartografía; así, se pueden citar las Rocas Karaali, el Inan Peak y Tilav Cirque a cargo de la investigación por la ciencia y la paz de la Universidad Técnica de Estambul. Pero construir una cartografía no es una actividad científica, sino política, de un esfuerzo que busca marcar una presencia a futuro de Turquía en el continente helado, marcando una presencia global. Al fin y al cabo, dibujar mapas es una forma de representar las aspiraciones políticas internacionales.

Esta política es solo uno de los varios índices de esta nueva disposición del liderazgo de Tayyip Erdogan, al mando de una corriente conservadora religiosa en el seno de una República que desde la caída del Sultanato se definía como laica en Oriente. El antiguo alcalde en pocos años ha remozado el liderazgo turco, compitiendo en el mundo musulmán y árabe con el chiismo iraní, el wahabismo saudí, el nacionalismo egipcio y las corrientes fundamentalistas; un mundo, el árabe, donde el recuerdo de la Sublime Puerta no era tan bueno. Pero, invulnerable a ello, comentó al Presidente de Israel que cuando Turquía dominaba el Cercano Oriente, los judíos no lo pasaban tan mal. Del mismo modo, Erdogan en noviembre de 2014 sostuvo en televisión que los turcos habían llegado a América antes que los europeos en 1178, basado en una fantasiosa tesis de un profesor islámico de Estados Unidos.

Tampoco está alejada de esta renovación del papel turco en el mundo islámico su fuerte impregnación en producciones televisivas y fílmicas; por ejemplo, Fetih 1453 (Faruk Aksoy, 2012) que exaltan una visión nacionalista turca, que algunos han llamado la política neo-otomana, reminiscente del Imperio Turco. El protagonismo turco se ha expresado de muchas maneras. En incidentes  marítimos con Grecia, Chipre y Francia; en el apoyo al ataque azerbaiyano contra Naborgo-Karabaj; y ahora en los insultos contra Emmanuel Macron por la defensa de la libertad de catedra y de expresión en Francia, queriendo imponer preceptos de la cultura islámica como obligaciones en el régimen jurídico galo. Esto y el acercamiento turco a su antiguo rival ruso marcan una pauta de ruptura para un Estado cuya pertenencia a la OTAN no involucra adhesión a los valores de la Unión Europea a la que en alguna época pretendió ingresar.

Del mismo modo, Erdogan ha participado activamente en la crisis siria. Turquía era parte del circuito de economía informal de ISIS en la venta de petróleo. Desde 2016 construyó un anillo de control en el norte de Siria. En octubre de 2019 Turquía sostuvo que la autonomía de los kurdos era una amenaza terrorista contra Turquía y ocupó esa zona. Y en febrero de 2020 sugirió que atacaría posiciones sirias para anexarse la zona de Idlib. También apoyó la lucha de facciones en Libia, apoyando al Gobierno del Acuerdo Nacional versus el Ejército Nacional Libio. Incursionó en Irak y planea intervenir en Yemen, aunque se ha conformado con enviar a la compañía privada de seguridad Sadat, que también ha estado en estos días en Azerbaiyán. Instaló bases militares en Somalia, Qatar y Sudán. En suma, crea un área de influencia de gran amplitud.

La posición, cada vez más equidistante de Turquía ante Occidente, explica la funcionalidad de Erdogan respecto de Rusia y China. Pero también es contradictoria con la amenaza turca de ser un elemento central en el Cáucaso, zona donde Rusia ha sido el actor preeminente y donde su amenaza hacia Armenia trae malos recuerdos para su población, y es un reto poco disimulado al poder ruso en la zona. La estrategia de Erdogan sin embargo, compromete demasiados recursos en muchos frentes. No ha podido exigir nuevas contribuciones de la Unión Europea, porque debido al cierre de fronteras no tiene capacidad de presionar en este momento. Más allá del manejo retórico de Erdogan, por ejemplo, al sugerir una enfermedad mental de Macron, la consistente voluntad de emplear la fuerza y la amenaza en el sistema internacional terminará siendo una barrera que puede reducir bastante el rol ahora exitoso del proyecto neo-otomano de liderar el mundo islámico y ser parte de las potencias mayores. Turquía, no obstante progresos y avances tecnológicos, dista de tener una fortaleza estructural de potencia de alcance medio. Mientras el programa Neo Otomano sigue su desarrollo, la calificación de su deuda bajó a B2, al mismo nivel que Ruanda y Egipto, y su ingreso per cápita está en 8.900 dólares. El talón de Aquiles de su proyecto es precisamente la economía y el bienestar popular.

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