El gobierno de la presidenta Bachelet ostenta el vergonzoso record de contraer la inversión durante cuatro años consecutivos sin mediar crisis externas. Parte importante de ello se debió a la crisis de mercados emergentes, causada por China, cuya principal consecuencia para Chile fue el desplome del cobre. La otra parte fue el resultado (ampliamente pronosticado por expertos de todos los signos políticos), del desenfreno populista de los idólatras del nirvana igualitario. Tanto es así, que el Banco Central -organismo de reconocida capacidad e independencia- a mediados del 2015, cuando no pudo explicar por qué la confianza empresarial con la inversión seguía deprimidas a pesar de la recuperación de China, acuñó el término de “shock autónomo” como la causa de la persistente contracción. Lógicamente, el instituto emisor en su celo por la neutralidad política no quiso explicitar que los shocks autónomos no eran otra cosa que las malas y deficientemente implementadas, reformas del gobierno.

En la actualidad, la discusión de por qué la economía chilena pareciera desacoplarse nuevamente del resto del mundo, aunque ahora crecemos más que el mundo, vuelve a poner en boga el debate de cuál es la causa. Los partidarios del gobierno anterior, los más ignotos y descarados, sostienen que es obra y gracia de las reformas implementadas por ellos; los más letrados sostienen que es parte del rebote cíclico típico de las economías. La teoría de los ciclos económicos es válida, sin embargo, el exceso de crecimiento actual no lo explica sólo el ciclo. La justificación son nuevamente los shocks autónomos, pero positivos en este caso.

Los consumidores debemos recordar que no basta restringir el gasto privado como herramienta de contención a las malas políticas públicas; debemos defender nuestras ideas de libertad y emprendimiento, pero más que nada votar para asegurarnos que los expertos en la oratoria igualitaria no tengan la posibilidad de causar otro shock autónomo, negativo en su caso.

Dicho de otra forma, las expectativas de empresarios y consumidores volvieron a territorio positivo nuevamente, lo que provoca un aumento de gasto de ambos agentes, con el consabido efecto en la demanda agregada que se expande por sobre su potencial, algo que no pasaba hace más de cuatro años. ¿Qué explica este fenómeno? Súper simple, la confianza de todos, en quien maneja el gobierno y especialmente en su equipo económico. Muchos podrán esgrimir teorías conspirativas, delirantes algunas, de que los empresarios le hicieron la guerra desde el día uno a la Sra. Bachelet, lo que no es cierto. Sí estábamos en contra de políticas voluntaristas de corte igualitario, que siempre erosionan el bienestar de los más débiles. Pero quienes están detrás de los shocks autónomos, tanto en los del gobierno anterior como el actual, además de los empresarios, son los consumidores, que entre otras cosas representan 2/3 de la economía, que han vuelto a creer que un gobierno con un claro énfasis en crecimiento económico como herramienta para lograr el objetivo del desarrollo, es mucho más promisorio que uno que cree que repartir la riqueza generada por otros es la solución.

Los politólogos sostienen que la Nueva Mayoría, luego de la derrota electoral, quedó en “shock”, y a pesar de que éste no fue autónomo, más bien auto-infligido, lo que muchos del mundo financiero estamos aprendiendo al evaluar estrategias de inversión es que quien gobierne no da lo mismo. Esto, que hasta hace poco era una exclusividad de mercados emergentes, hoy en día está extendido a los desarrollados también. Los consumidores, los que movemos la aguja del crecimiento económico, no debemos olvidar esta simple lección: no basta restringir el gasto privado, como herramienta de contención a las malas políticas públicas, debemos levantarnos cada día y defender nuestras ideas de libertad y emprendimiento, pero más que nada debemos salir a votar en las diferentes elecciones, para asegurarnos que los expertos en la oratoria igualitaria no tengan la posibilidad de causar otro shock autónomo, negativo en su caso.

Manuel Bengolea, estadístico PUC y MBA de Columbia

 

FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO