Cuando la gente es joven y apasionada, hace promesas que luego son difíciles de cumplir. Se prometen amor eterno y dicen frases como: “todo lo tuyo es mío”.

La evolución de la sociedad ha recogido la cuantiosa experiencia de generaciones y generaciones de promesas incumplidas y ha creado instituciones como el matrimonio, donde las promesas dejan de ser promesas y se convierten en obligaciones legales. Sin duda que establecer mediante un contrato matrimonial la forma en que se deben repartir los bienes de la pareja en el evento de una separación es muy poco romántico. Sería fantástico que fuese suficiente la promesa de amor eterno, pero lamentablemente las promesas incumplidas son demasiado frecuentes.

Las parejas aún pueden decidir voluntariamente, al menos en nuestro país, si contraen o no matrimonio. En otras palabras, si no están seguras de poder cumplir sus apasionadas promesas, siempre tienen la opción de darse un tiempo más, de seguir pololeando eternamente y hasta de vivir juntos sin casarse. De hecho muchos jóvenes hoy toman ese camino. Esa libertad es una buena cosa. Así como es importante cumplir la palabra empeñada y sería ideal que no fueran necesario los contratos, también es fundamental que las personas tengan la libertad de comprometerse o no y que nadie les imponga por ley lo que debe por esencia ser una decisión voluntaria y consensuada solo por las partes involucradas.

Imagínese un país en que la ley le permitiera a su polola llegar un día y declarar unilateralmente: ya llevamos harto tiempo saliendo juntos, te he dado pruebas de mi amor, así que de ahora en adelante “todo lo tuyo es mío”. Ud. probablemente se sentiría agredido, además de ofendido y dañado en su autoestima. Por suerte la ley todavía no ha llegado tan lejos, y aún nos protege de situaciones como esta. Obviamente que la falta de consentimiento mutuo será suficiente para que Ud. termine dicha relación sin consecuencia legal alguna. A menos que decida inmolarse voluntariamente. Pero en un país como ese, probablemente habría poca gente pololeando.

Los inversionistas nacionales o extranjeros al realizar sus proyectos en un país, de alguna manera se comprometen de la misma manera que lo hacen los jóvenes al ponerse a pololear. Nadie los obliga a realizar proyectos con su dinero en el país y nadie obliga al país a recibir su dinero. Ciertamente que los países coquetean con los inversionistas, se visten bien y tratan de lucir lo más atractivos y amistosos posibles, pero al final esta es una relación voluntaria y de mutua conveniencia. Hay incluso algunos empresarios que han declarado amar a los gobernantes de los países en que invierten, aunque me parece que es llevar la analogía un tanto lejos.

Lamentablemente en nuestro querido país, sobre todo en el último tiempo, hay quienes no se dan cuenta que la relación con los inversionistas es un pololeo. Y piensan que los inversionistas están atrapados en un país sin leyes de divorcio. Eso los lleva a actuar como esas mujeres que son lobas disfrazadas con piel de oveja y que después de casarse se sacan el disfraz. ¿Conoce alguna? O esos maridos que prometen fidelidad mientras pololean y luego, cuando son infieles en el matrimonio, se disculpan argumentando que su problema es que les gustan demasiado las mujeres. ¡Como si eso fuese algo muy especial!

Quienes aprueban y aplauden la inversión de Pelambres y ahora rasgan vestiduras por el tranque en Caimanes, quienes promueven la construcción de estacionamientos y ahora pretenden que estos sean gratuitos, quienes viajan por el mundo buscando inversionistas para construir puertos y luego no tienen el coraje de detener una paralización ilegal de faenas, quienes dicen promover el emprendimiento, pero demonizan a los empresarios, todos ellos, y tantos otros que calientan la sopa de los inversionistas para luego pegarles un zarpazo, son como lobos con piel de oveja.

Algunos lectores de esta columna se preguntarán en qué país vive este señor. ¿Acaso no ha visto los escándalos que han protagonizado los empresarios? ¿Acaso no se da cuenta que ellos son los verdaderos responsables de que Chile pierda su buena reputación? Bueno, la respuesta a esas preguntas es que siempre ha habido y siempre habrá maridos infieles. Esa no es razón para que todas las mujeres presupongan que su novio lo será y que basado en esa premisa decidan esquilmar al pobre marido minutos después de que se han jurado amor eterno en el altar. Esa ciertamente es una mala estrategia para asegurar un matrimonio exitoso y una mala estrategia para promover la inversión y el progreso de los países.

Lo que aparentemente no han entendido estos lobos disfrazados es que los inversionistas pueden dejar de invertir. Es más, pueden abandonar el país y buscar una novia nueva. Es cierto que van a perder parte de lo invertido, pero no será diferente que aquel novio engañado que pierde el anillo de compromiso. Mejor perder el añillo que vivir un calvario por el resto de la vida.

Lamentablemente, la constante pretensión de muchos en Chile de expropiarle parte de su inversión o de los retornos de la misma a los inversionistas una vez que estos ya han realizado sus proyectos, ya sea con nuevos impuestos, con nuevas regulaciones o simplemente incumpliendo la ley, nos va a transformar en una doncella de mala reputación con la que nadie querrá pololear y menos casarse.

 

José Ramón Valente, Foro Líbero.

 

 

Foto: FELIPE FREDES F/AGENCIAUNO

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