Aunque la caída del muro de Berlín en 1989 fue lapidaria para el utópico sueño marxista y se convirtió en una confirmación de cuál era el camino a seguir para la recién recuperada democracia chilena, 25 años después, en Chile todavía quedan algunos nostálgicos que creen que las sociedades son mejores cuando el Estado torpe, pero voluntaristamente, busca ser el paladín de las prohibiciones.

Cuando se produjo la caída del muro de Berlín, la contradicción con la derrota que un año antes había sufrido el proyecto de democracia de la dictadura frustró el intento derechista nacional por apropiarse del triunfo de la democracia capitalista. Es verdad que Pinochet combatió el comunismo, pero el muro de Berlín cayó por la victoria del capitalismo democrático, un modelo con el que ni Pinochet ni la derecha chilena entonces comulgaban. Para los que botaron el muro —y para que los que celebraron su caída en todo el mundo—, Erich Honecker y Augusto Pinochet pertenecían al mismo grupo de opositores a la libertad y a la democracia.

Cuando cayó el muro, buena parte de la izquierda chilena recién avanzaba por su camino de renovación. Después de haber abrazado el sueño comunista, la izquierda en el país comenzaba a aceptar las bondades del mercado y a reconocer que sus otrora héroes habían sembrado el terror y la represión en los países que habían gobernado. Peor aún, una buena parte de la izquierda —incluido el PC, pero también sectores del PS— sintieron la derrota del socialismo real como propia. Algunos, incluida la propia Presidenta Bachelet, hasta el día de hoy tienen dificultades para reconocer que en Alemania Oriental se violaban los derechos humanos. Imbuidos por un equivocado sentido de agradecimiento con el pueblo que los acogió tan humanamente, estos ex exiliados chilenos son todavía incapaces de mostrar su solidaridad con los millones de europeos que sufrieron a manos de las dictaduras comunistas.

En Chile, los únicos que justificadamente celebraron la caída del muro fueron los que se oponían al modelo socialista de Allende y estuvieron en contra de la dictadura militar. Representados principalmente por el PDC —aunque también los hubo liberales y demócratas no alineados—, estos chilenos que creían en la democracia burguesa y representativa tuvieron poco tiempo para celebrar la caída del muro. Amenazados por los revolucionarios que se negaban a aceptar el fracaso del comunismo y por los nostálgicos del autoritarismo militar que defendían la democracia protegida, los verdaderos aliados de la victoria ideológica de la caída del muro tenían las manos llenas tratando de construir una democracia en Chile.

Dos décadas después, algunos en la izquierda y otros en la derecha parecen no haber aprendido la lección de la caída del muro. En la izquierda, los revolucionarios nostálgicos sueñan con retroexcavadoras y cambios fundacionales para construir una sociedad donde la igualdad sea el principal norte. Desconociendo las leyes del mercado y las lógicas de funcionamiento del capitalismo, estos revolucionarios voluntaristas creen que basta con construir muros legislativos para prohibir lo que ellos estiman es nocivo para la sociedad. Así como los jerarcas de Alemania Oriental querían proteger a su pueblo del capitalismo, los ayatolas de la Nueva Mayoría quieren proteger a los chilenos del lucro y de sus perniciosos efectos.

En la derecha también hay constructores de muros. Decididos a restringir las libertades individuales en temas morales y convencidos de ser dueños de la verdad, creen que la mejor forma de avanzar es comprándose a ciegas los dogmas de un modelo. Es cierto que rechazan el comunismo, pero no entienden que el error de la revolución comunista fue el dogmatismo extremo y la incapacidad para entender que solo se avanza con pragmatismo y gradualidad.

Porque han estado más tiempo en el gobierno y ahora tienen más herramientas para influir en el curso que tome el país, los constructores de muros de izquierda pueden hacer más daño en este cuatrienio. La obsesión de algunos en creer que a costa de prohibiciones pueden frenar las ansias de libertad de las personas llevó al gobierno socialista de Alemania Oriental a construir un muro que todavía hoy es recordado como símbolo de represión y dictadura. En Chile, esa misma obsesión amenaza con llevar al actual gobierno a tratar de implementar reformas refundacionales en educación que desconocen la realidad de un país que ha tenido provisión mixta de educación, y donde los padres —por razones objetivas y subjetivas— han podido optar entre oferentes públicos y privados (con y sin fines de lucro) por varias décadas.

25 años después de la caída del muro de Berlín, lo sorprendente no es pensar en la locura de aquellos que lo construyeron pensando que podrían frenar el curso de la historia. Lo sorprendente es que en nuestro país hay algunos que todavía piensan que los muros de prohibiciones que tan cuidadosamente intentan construir no se van a terminar cayendo igual que el Muro de Berlín.

 

Patricio Navia, Foro Líbero y académico Escuela de Ciencia Política UDP.

 

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

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