Es muy difícil encontrar un caso que reúna más elementos de doble estándar que el tratamiento que están dándole el Gobierno y la izquierda a la situación que enfrenta hoy la Universidad Arcis.
Fíjese usted. La Arcis no está acreditada; la gestión administrativa es caótica y fraudulenta; se adeudan sueldos, indemnizaciones y el pago previsional de ex trabajadores; y los balances y estados financieros se alteraban. Ha sido objeto de varias comisiones investigadoras en la Cámara de Diputados por denuncias de prácticas ilegales y el retiro de ganancias a través de una red de sociedades comerciales, entre ellas la de Max Marambio y una editorial del PC. Su déficit financiero es de $1.800 millones y, si bien las primeras señales de problemas parten el año 2000, el Partido Comunista —que controló diez años el plantel a través del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz— terminó de hacer el trabajo.
Destacados académicos, entre ellos el Premio Nacional de Historia 2006, Gabriel Salazar, han denunciado un proyecto sectario, en defensa del cual no se admitían en sus aulas profesores que no adscribieran a una visión determinada de la sociedad. Salazar, que fue despedido de la Arcis y a quien nadie podría acusar de reaccionario precisamente, lo definió como “unitelarismo dogmático”, que en castellano político es sinónimo de totalitarismo.
Es tan evidente que la Arcis es inviable académica y financieramente que la ministra Adriana Delpiano lo dijo con todas sus letras la tarde el lunes: “Hay que poner un administrador no temporal, sino de cierre». Pero como el Gobierno de la Presidenta Bachelet es una caja de sorpresas, en menos de 24 horas la máxima autoridad del Ministerio de Educación fue desmentida por una subalterna, asegurando que la ministra se había excedido “de la información que existía» (por eufemismos, no nos quedamos). Lo que vino después ya lo sabemos: se le está poniendo respirador artificial al plantel, decisión que Delpiano justifica porque “hay mucha gente que le gusta el proyecto que tiene la Arcis”.
A muchos que creemos en la libertad como uno de los soportes de la dignidad de las personas y como primera fuente de creatividad y progreso de la humanidad, nos parece bien que el marxismo (aun cuando reniegue de esa libertad) levante un proyecto universitario y lo ponga a disposición de quienes aspiran a cursar estudios superiores bajo esa óptica. Lo que nos admira es la cara de palo de una izquierda que defiende un escándalo después de azotar por años el prestigio y la credibilidad de casas de estudio que no solo cumplen con la ley y con innumerables exigencias, sino con un estándar académico evidentemente superior a la Arcis (para empezar, el pluralismo del elenco docente).
Permítanme sacar al menos tres conclusiones de un episodio que degrada el nivel universitario de Chile.
Primero: todo lo que toca el Partido Comunista se derrumba, países que progresaban se vuelven pobres, democracias que respetaban las instituciones, se corroen; un proyecto de educación superior que bien pudo sacarse adelante con disciplina y competencia administrativa, se hunde estrepitosamente.
Segundo. A la nueva izquierda (Vallejo, Jackson, Boric y compañía), que hoy calla ante lo que está ocurriendo con la Arcis y la estafa a sus alumnos, le importa un pepino la educación de calidad, la igualdad de oportunidades y el acceso de los jóvenes con mérito a la universidad. Durante años han pretendido que lo público es estrictamente lo estatal, que la capacidad de financiamiento es mercantilismo y que la libertad de enseñanza es un dogma que debe castigarse quitándole el financiamiento a sus alumnos, porque su misión es obstaculizar el acceso a universidades que representan la diversidad de Chile, que se paran por sus propios pies y en cuyas aulas se enseña la evidencia histórica que cuestiona la ideología por la que ellos viven y respiran.
Y, en tercer lugar, el Gobierno de Chile, administrado por la Nueva Mayoría, ha defraudado una vez más la fe pública y está dispuesto a pasarse por el aro la ley, el sentido común e incluso sus propias banderas, para salvar a una universidad de su preferencia.
Porque con la Arcis, otro trato es posible.
Isabel Plá, Fundación Avanza Chile
@isabelpla
FOTO: FRANCISCO FLORES/AGENCIAUNO