Hasta no hace mucho –para ser más precisos, hasta antes del 4 de septiembre pasado– la ratificación del TPP11, que llevaba años en una interminable lista de espera parlamentaria parecía una perfecta imposibilidad política. El trámite no podía ser más simple: bastaba con poner la cuestión en tabla en el Senado y someterla a votación de la sala. Pero muy pocos se interesaban en darle curso. Chile se daba así el caro gusto de quedarse afuera de uno de los tratados comerciales de última generación más importantes del mundo. Incluso los más entusiastas daban por perdida una eventual votación. Increíblemente, buena parte de la izquierda, sobre todo aquella que había impulsado por décadas la apertura de Chile al comercio internacional, se mostraba abiertamente reticente. No debe haber un caso más esclarecido que este de una renuncia sin mayores fundamentos a una política pública de excelencia que ha puesto al país entre los principales exportadores de América del Sur (por sobre Argentina, Colombia y Perú, y sólo superado por Brasil).

El resultado del plebiscito de salida cambió de un día para otro el clima político en el Parlamento y en cosa de semanas la tenaz oposición de buena parte de la izquierda al tratado cedió como por arte de magia. Poco más de un mes después del acto electoral, el 11 de octubre, se aprobó su ratificación en el Senado por una cómoda mayoría. Lo que se daba por muerto antes del plebiscito casi no se hablaba del TPP11 en los tiempos de la Convención Constitucional– resucitaba ahora a la vida cargado de virtudes (aunque puestas en duda, o negadas será mejor decir, por el inefable subsecretario Ahumada). Notablemente, en un final feliz incomprensiblemente demorado, será promulgado antes de fin de año para bien de todos nosotros.

Siguiendo en el ámbito parlamentario, donde la política se hace al vaivén de los acontecimientos y más todavía de los remezones, el acuerdo administrativo de la Cámara de Diputados y Diputadas –que llevaría en estos días a la testera a la diputada Karol Cariola– no mostraba la menor señal de fragilidad hasta el 4 de septiembre. La joven parlamentaria parecía tener el puesto asegurado para convertirse en la primera militante comunista en presidir una de las instituciones más importantes de nuestra democracia desde su recuperación en 1990. Nada hacía presagiar que el diseño institucional podría resquebrajarse, incluso cuando la locuaz vocería de Cariola a favor del Apruebo incurría en gruesos errores que –ahora resulta evidente– más temprano que tarde le iban a pasar la cuenta. El fuerte terremoto del Rechazo produjo visibles fisuras que pronto devinieron en debilidad estructural del acuerdo administrativo, construido en tiempos cuando la izquierda capitalizaba hábilmente del abultado resultado del plebiscito de entrada. El no menos contundente fallo del plebiscito de salida condujo aceleradamente al colapso de ese arreglo institucional. La reciente elección de Vlado Mirosevic en el codiciado cargo que el PC se aprestaba a ocupar alegremente, es una muestra palmaria de los significativos efectos políticos que siempre se producen, casi mecánicamente, tras un resultado de la contundencia del Rechazo.

Pero quizá el efecto más profundo y duradero del choque de las placas tectónicas del sistema político que resultó en el terremoto del Rechazo es la preeminencia sin contrapeso del socialismo democrático en la gestión del gobierno, algo que resultaba impensable cuando el Presidente Boric y una generación de jóvenes de la nueva izquierda asumieron orgullosamente el mando de la nación en marzo pasado. De hecho, las áreas más importantes y políticamente sensibles se encuentran ahora a cargo de ministros que provienen de la centroizquierda. Tohá, Marcel y Uriarte, a los que cabría sumar a Carlos Montes, Maya Fernández y al subsecretario Monsalve, constituyen un núcleo socialdemócrata de políticos moderados y sobradamente experimentados que están al frente de las principales iniciativas impulsadas por el gobierno. Más aún, si se produjeran cambios ulteriores en su composición, algo que no debe descartarse de cara a los enormes desafíos que enfrenta la administración de Boric, lo más probable es que sean figuras del socialismo democrático las que refuercen las filas del gobierno.

Si se echa un vistazo desapasionado a la lista corta de las autoridades que lideran el país después del Rechazo se podrá apreciar, no sin cierta sorpresa, que se trata de políticos moderados –admitiendo que la versión del Boric gobernante es la del candidato de la segunda vuelta–, que están ahora al mando de una nación que reclama una conducción de líderes capaces de devolverla al rumbo del desarrollo y la prosperidad que ha extraviado ya por demasiado tiempo. Quién lo iba a decir, cuando no hace tanto que la Convención Constituyente, con el auspicio del propio gobierno, se proponía una refundación en toda la línea.

Claudio Hohmann

Ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones

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