Claudio Hohmann: El profundo significado moral del proceso de vacunación
Podría ser que los apreciemos tibiamente o, incluso, como un éxito más bien mediático que no se manifestaría en la realidad cotidiana del país. Esto suele suceder con otros indicadores –los que, por ejemplo, posicionan al país en los primeros lugares de la región en categorías tales como desarrollo humano y pobreza–. Nada sería más equivocado.
No es frecuente que Chile sea objeto de titulares en prestigiosos diarios y revistas internacionales –por ejemplo, The Economist y The Guardian–, ni mucho menos que encabece un ranking internacional en el ámbito de la salud, como lo ha hecho en días recientes. Un impecable proceso de vacunación ha conseguido algo del todo inesperado incluso para los más optimistas entre nosotros: que un pequeño país de ingresos medios (que no produce vacunas) supere en esa tarea a potencias mundiales, algunas de ellas las principales productoras de esos medicamentos.
A la luz de estos acontecimientos, uno no puede dejar de preguntarse respecto al significado que tienen estos reconocimientos para los propios chilenos. Podría ser que los apreciemos tibiamente o, incluso, como un éxito más bien mediático que no se manifestaría en la realidad cotidiana del país. Esto suele suceder con otros indicadores –los que, por ejemplo, posicionan al país en los primeros lugares de la región en categorías tales como desarrollo humano y pobreza–. Nada sería más equivocado. Si la vacunación sigue avanzando al ritmo que trae, la inmunización de la mayor parte de la población podría adelantarse aquí varios meses en relación a lo que se proyecta en países reconocidos por la calidad de sus sistemas de salud. ¿Cuál es la consecuencia de esto? Una del más hondo sentir humano: algunos de nuestros padres y madres, abuelas y abuelos, parientes y amigos, incluso jóvenes, todas personas muy queridas por sus cercanos, van a evitar los efectos mortales del coronavirus. No sabemos quiénes, pero serán miles las vidas salvadas gracias a una inmunización que se adelantará en nuestro país como pocas en el mundo.
Hay en este esfuerzo nacional un profundo significado moral que nos reconcilia con un Estado que, en otros ámbitos, es bastante menos diligente. La capilaridad de la red de salud, que alcanza a los lugares más alejados y menos poblados del territorio, ha sido desarrollada consistentemente en el tiempo y bajo distintas administraciones. A su vez, la capacidad de anticipación y negociación del gobierno ha superado a los más aventajados en estas lides. El círculo virtuoso de adelantar la normalidad sanitaria, o aproximarnos a ella en los próximos meses, se refuerza con el efecto beneficioso sobre la economía y la recuperación de actividades de toda índole, entre ellas la educación de millones de niños y jóvenes, todavía afectadas por la pandemia. ¿Puede haber un logro de mayor calado –impulsado tempranamente por el gobierno, con la mejor versión de Piñera en acción, esta vez con un amplio apoyo transversal– del cual podríamos vanagloriarnos los chilenos en medio de la pandemia más grave que ha azotado a la humanidad en un siglo? Difícil encontrar algo parecido a la connotación moral de esta política pública, en un momento que encuentra al país profundamente dividido y ante una de las encrucijadas más graves de su historia reciente.
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