Hoy resulta parte de la rutina cotidiana de miles de personas levantarse para ir al trabajo, ir al supermercado, comunicarse con algún familiar que se encuentra lejos, comprar medicinas para el dolor de cabeza o, a lo mejor, comprar ese tan ansiado par de zapatos. Sin embargo, no todas estas cosas siempre fueron así de fáciles. Occidente ha vivido durante los últimos siglos una serie de transformaciones que le han permitido a la sociedad avanzar hacia un mayor bienestar. Para el historiador británico Niall Ferguson, quien nos visitará durante los próximos días con motivo del quinto aniversario de la Fundación para el Progreso, existen seis aplicaciones demoledoras (Killer Apps) que explicarían dicha situación.

Ferguson declara que el proceso de apogeo y prosperidad de la sociedad occidental se basa en la predominancia de ciertas ideas e instituciones. De esta manera, establece seis aplicaciones demoledoras: la competencia –tanto a nivel político, como económico-; la revolución científica; los derechos de propiedad; la medicina moderna; la sociedad de consumo; y finalmente, la ética del trabajo. Cabe señalar que dichas instituciones permitieron a Occidente posicionarse por sobre las sociedades orientales por siglos, pero que durante el último tiempo han dejado de predominar, lo que se ha traducido en una pérdida paulatina de esta hegemonía frente a potencias orientales como China y Japón.

Ahora bien, ¿cómo podemos entender la realidad nacional en base a estas aplicaciones demoledoras? Para ejemplificar, concentraré mi análisis en una de estas instituciones: la revolución científica.

Sin duda, los avances científicos son uno de los factores que más han aportado al desarrollo de la sociedad occidental. A pesar de que nuestra capital es una de las mejores ciudades de América Latina para el desarrollo tecnológico según el informe “Tech Cities 2017”, aún nos falta un largo camino por recorrer. Por ejemplo, acorde a datos oficiales, Chile en 2015 sólo invirtió el 0,38% del PIB en este ítem (I+D). Cifra muy baja, considerando que el promedio OCDE está alrededor de 2,38%, y que incluso llega al 4% en algunos países.

Es necesario mencionar que esta tarea debe ser llevada a cabo tanto por los organismos públicos como los privados. Por su parte, el Estado tiene que ser capaz de generar las condiciones institucionales que permitan a las empresas, las universidades, hospitales, y a otros miembros de la sociedad civil, involucrarse con este tipo de acciones, ya sea a nivel educacional, empresarial, científico o clínico. Otro factor a considerar, teniendo en cuenta el dinamismo de los avances tecnológicos, es la capacidad adaptativa de las instituciones. Necesitamos que éstas vayan ajustándose a las nuevas realidades y desafíos futuros, para que efectivamente sean una herramienta de cambio y no un simple freno al desarrollo.

Finalmente, pero no menos importante, requerimos que la sociedad entienda que invertir en este tipo de actividades es una condición esencial para avanzar hacia una mejor calidad de vida.

 

Yasmín Zaror, asistente de investigación Fundación para el Progreso

 

 

FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

 

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