El proceso migratorio responde a diversas causas, tales como huir de la barbarie de un ejército invasor -como vemos actualmente en Ucrania- o escapar de la persecución política o racial. Asimismo, es también muy probable que buscar un nuevo país tenga por objetivo obtener una mejor remuneración y con ello ayudar a los familiares que quedan en casa.
En las últimas décadas, las mejores condiciones económicas de Chile comenzaron a atraer inmigrantes desde Perú y, de manera reciente, a personas desde Haití y Venezuela, lo cual ha generado un cambio sustancial en numerosas dimensiones de nuestra sociedad. En el mercado del trabajo, en particular, el INE estima que en el trimestre dic.2021-ene.2022 hubo cerca de 1 millón de ocupados de origen extranjero, lo cual representa cerca del 11% del total de personas que trabajan en Chile. Las cifras se refieren al mercado laboral, ya que al considerar el total de inmigrantes viviendo en Chile, cerca de 1,5 millones, ellos representan cerca del 7,8% de la población total en nuestro país, lo que comparado con la participación laboral da cuenta de la gran cantidad de extranjeros que vienen exclusivamente a trabajar, enviar dinero a su familia, con la esperanza de que en algún momento podrán volver a su hogar o tal vez traer a su familia a Chile y hacer una nueva vida aquí.
Esto ha generado un fenómeno habitual, observado en varios países, en donde hay ciertas actividades en donde ya no hay chilenos, tal como ocurre hace décadas en Estados Unidos, ya que es muy inusual encontrar un conductor de un taxi en Nueva York que haya nacido en EE.UU. Este efecto desplazamiento es habitual y las experiencias de otros países que ya han atravesado por esto es mantener alto nivel de formalidad, de manera tal que no se genere un grupo de inmigrantes ilegales, con trabajo precarios, temerosos de un Estado que los puede deportar y en donde se comienza a cultivar un odio creciente hacia la sociedad que los recibió.
Ahora bien, este millón de ocupados extranjeros obtienen su ingreso y parte de él lo envían a sus familias que están en los países de origen. En 2006, el total de esas remesas era de US$238 millones, lo que al 2016 había subido a US$774 millones y que en 2021 se empinó hasta US$2.894 millones. Es decir, en menos de 15 años las remesas se han multiplicado por 24 veces.
Hay países en donde esos dineros son importantes para la actividad económica, como es el caso de Centroamérica, en donde la guerra civil de los ochenta generó la huida de muchas familias hacia Estados Unidos, donde ya se han asentado, y en la actualidad envían dinero a los parientes que se quedaron allí. En el caso más reciente, el gobierno venezolano intentó frenar dichas transferencias hasta que se dieron cuenta de que era un volumen sustancial de dólares que ingresaban a esa alicaída economía, en donde el salario mínimo es de US$29 mensuales aproximadamente, por lo cual recibir una transferencia, de por ejemplo US$150, hace una diferencia significativa en la calidad de vida.
En el caso de los chilenos que viven en el extranjero, las remesas se han mantenido estables, ya que en 2006 era de US$238 millones, mientras que en el año pasado fueron US$336 millones; es decir, un incremento muy modesto.
De esta manera, al tener Chile un 7,8% de población inmigrante, estamos aún un poco lejos de los porcentajes que exhiben España y Estados Unidos, que llegan a 13% y 15% respectivamente, por lo cual la nueva regulación y su implementación es crucial para determinar la realidad que vivirá Chile, en esta materia, en una década más.
*Tomás Flores es economista.