La muerte de Jorge Edwards me sorprende, hoy, nuevamente, y por tercera vez, contagiado de Covid. Pensaba visitarlo en Madrid en los próximos meses. Nuestros últimos encuentros privados, en su departamento frente al Cerro Santa Lucía, en Santiago de Chile, acontecieron en época de pandemia.

Durante el 2020, creo, al menos cuatro veces almorzamos juntos en su departamento. No le temía al virus. Se le notaba ya cansado, pero con una gran fortaleza y lucidez. Le ofrecí todo mi apoyo para que terminara el tercer tomo de sus memorias, en las que él estaba trabajando en esos días, junto a la traducción del inglés al español de unos cuentos de Joyce. Pero Jorge era escritor y por ningún motivo acudiría al dictado.

Cuando lo acompañé en la Embajada de Chile en Francia, recuerdo que una preocupación suya era cómo estaban de salud mis amigos filósofos, cuatro años mayor que él. Le preocupaba llegar bien a la “vejez”, que nunca le llegó.

A propósito de recuerdos, en una oportunidad me comentó, con simpatía, que un joven escritor chileno había quedado sorprendido al enterarse que él, Edwards, era un gran conocedor de Joyce. Pensaba que sólo era -y por excelencia- escritor. Compartí con él una broma -que le sacó una sonrisa-, que hacen los rusos con un personaje “chushka”, quien al momento de recibir un premio literario, el periodista le preguntó: ¿qué lee Chushka? Y Chushka respondió: Chushka, no lector; Chushka escritor.

Hombre sobrio, alegre, simpático, culto, de trato llano y entrañablemente jovial. Formador de la lengua española. Amigo de los amigos. Un vacío deja en la literatura, en nuestras vidas. Un lujo para nuestro país, Chile. 

Patricio Brickle

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