Señor Director,

Hace unos días mantuve un debate con dos activistas del feminismo para un medio de prensa internacional. El tópico a debatir giró en torno al proyecto de ley que habla de «personas menstruantes», concepto que buscaría visibilizar –dicen– otras identidades y expresiones distintas a la femenina, y que, sin perjuicio de lo anterior, correspondería a lo que biológica, fisiológica y anatómicamente sería una mujer, con independencia de sus características exteriores y estéticas. Más allá de las discrepancias legítimas en torno al concepto, lo que más llama la atención en estos grupos promotores de una supuesta diversidad, es que cada contrapunto que se esboza en un debate es catalogado de «violento».

En este escenario mi propia conducta fue catalogada de violenta («pero mira qué violento»), ni siquiera los argumentos. Discrepar, esbozar contrapuntos, contraargumentar en modo alguno implica violencia. En este sentido, los conceptos de «violencia verbal», «violencia simbólica» y «violencia estructural», son ideológicos, y no nos deben inducir a confusión. En suma, disentir no es violencia.

Rodrigo Norambuena, presidente Revista INDIVIDUO.

Deja un comentario