Este domingo se hizo viral un video de una militante comunista, que además es profesora, increpando fuertemente a la ministra de Educación Marcela Cubillos. Dejando de lado la mala educación que demuestra la docente al insultar a otra persona así (más aún en un cementerio), es inevitable la referencia que esta situación hace a otro debate: ¿Qué tanto importan las formas en el debate político? ¿Qué tan legítima es la utilización de un recurso como ese para triunfar mediáticamente e intentar ganar un punto?

En todos los debates, los partidos y grupos de presión toman decisiones y se articulan en torno a dos planos: el fondo y las formas. Con respecto a lo primero, la decisión es una cuestión muchas veces previa, determinada por los principios que mueven al grupo humano respectivo. En cuanto a las formas, la decisión es posterior, más contingente y prudencial, pero no menos importante. De ambas decisiones depende que el diálogo no sea de sordos, y que la fuerza con la que se defiende una postura no devengue en violencia.

Lamentablemente vemos hoy que ciertos sectores, apoyados en el auge de las redes sociales, prefieren crear “impacto” o “rating” mediático a toda costa. Lo anterior sin importar qué se pueda pasar a llevar en el camino. Es así como la funa se ha ido legitimando como una de las herramientas preferidas para posicionar temas, ganar espacios, o derechamente amedrentar posiciones contrarias.

Un ataque personal no puede ser aplaudido como una herramienta legítima de ninguna causa, ya que sólo destruye los cimientos de lo que constituye la vida en sociedad y el sentido que tiene la política.

He ahí lo grave. La funa no ha dejado de ser ilegítima, pero inconscientemente se ha ido incorporando como parte de lo cotidiano. Lo mismo ha sucedido con otros tipos de manifestaciones violentas. Casi sin darnos cuenta, consideramos normal que haya universidades en toma, colegios en paro, y funas a ciertas maneras de pensar. Hemos ido olvidando que, por muy legítima que sea una demanda, no da lo mismo el “cómo”, y que la importancia de una causa no relativiza los demás valores democráticos.

Que no se mal entienda. Es lógico que en una actividad que despierta tantas pasiones como la política haya, de vez en cuando, salidas de libreto. Desafortunadamente, la situación actual va mucho más allá de una salida de libreto. Hoy vemos otra cosa; el debate sobre las formas ha sido dejado de lado, principalmente por sectores que optan conscientemente por avalar y utilizar la violencia, y que están, poco a poco, cumpliendo con su objetivo de normalizarla.

En otras palabras: la profesora tiene todo el derecho a discrepar con la Ministra, a creer que es una inepta y a odiarla si quiere. Pero nadie merece ser tratado de esa forma. Un ataque personal no puede ser aplaudido como una herramienta legítima de ninguna causa, ya que sólo destruye los cimientos de lo que constituye la vida en sociedad y el sentido que tiene la política.

La intención de esta columna no es exagerar, pero sí generar reflexión e instalar la preocupación por un tema que ya ha terminado mal para Chile antes. ¿Estamos normalizando la violencia? Pareciera ser que sí. Pero aún estamos a tiempo para cambiar el rumbo.