El triunfo de Mauricio Macri en la elección presidencial en Argentina el 22 de noviembre de 2015 fue una de las noticias más novedosas de la última década. Por un parte ponía fin a la era de los Kirchner-Fernández, y por otra parte daba inicio a un gobierno que proponía —ya desde el nombre de su coalición, Cambiemos— una novedad para la política del país. Su victoria, por otra parte, era un gran referente regional que permitía mostrar una alternativa al socialismo del siglo XXI, como demostró el propio Macri al condenar rápidamente a la dictadura de Nicolás Maduro y solicitar que se aplicara la “cláusula democrática” de la OEA a su gobierno.

Han pasado casi dos años desde ese día, y este domingo 22 de octubre el gobierno argentino tuvo su prueba de fuego al enfrentar elecciones legislativas que eran decisivas por varias razones: eran una primera gran medición para el gobierno, permitían evaluar una proyección de cara a la eventual reelección del propio Macri en 2019 y daban piso político a los cambios promovidos desde la administración. En todos esos aspectos el gobierno resultó favorecido, y por eso la prensa nacional e internacional ha destacado el gran triunfo de Macri.

Hay tres elementos que son valiosos en estos comicios y que merecen una consideración especial.

Primero, el cambio en la lógica de gobierno que ha representado Mauricio Macri en la Casa Rosada.

Segundo, el recambio generacional que se ha producido desde la llegada de Macri al gobierno y que se consolidó con la elección del 22 de octubre. Por ejemplo, Esteban Bullrich, quien derrotó a Cristina Fernández en la elección senatorial en Buenos Aires, tiene 47 años y una vida relativamente corta en política.

Tercero, por la importancia del liderazgo de Macri a nivel regional. Desde comienzos del siglo XXI América Latina estuvo marcada por el chavismo, y la victoria del 2015 bien pudo haber sido, para Macri y para Argentina, flor de un día. Sin embargo, es probable que el resultado de las parlamentarias y la eventual victoria en la próxima contienda presidencial permitan consolidar el cambio en un país dominado casi sin contrapesos por el peronismo durante décadas.

Un punto aparte lo merece Cristina Fernández de Kirchner, mujer de gran popularidad y, sin duda, una figura en la política trasandina reciente, en esto no hay que engañarse. Sin embargo, es evidente que desde hace algún tiempo ella vive su fase de decadencia: su gobierno experimentó numerosos y crecientes problemas, su comportamiento fue poco republicano en la transmisión del mando a Macri, su poca costumbre con la derrota se manifestó de la peor manera. Adicionalmente, el deterioro de su liderazgo no lo vivió de la manera adecuada y hoy ha decidido volver a la primera línea, obteniendo un resultado ambivalente: una derrota electoral frente a Bullrich, pero accediendo al Senado, al lograr la segunda mayoría.

No está clara su posición en el nuevo escenario. Dilma Rousseff, la destituida líder brasileña, envío un mensaje de felicitaciones para Cristina, señalando que el resultado “confirma su condición de principal líder de la oposición al gobierno conservador de Mauricio Macri, en todo el país”. Lo más probable es que esto sea una manifestación de amistad y una declaración de intenciones, más que un análisis político real. En parte, porque Cristina Fernández debe enfrentar, además de la actividad política, un incierto escenario judicial. Por otro lado, porque la oposición argentina vive un proceso interno de fragmentación y lucha por el poder que está recién comenzando, y son más quienes desean jubilar a la ex gobernante que los que esperan verla nuevamente ejerciendo un gran liderazgo.

En cuanto al gobierno de Macri, ahora tiene otra gran prueba de fuego. Precisamente se le medirá, al menos en parte, por si es una administración de sello “conservador” —aunque no en el sentido atribuido por Rousseff— o bien un gobierno transformador, como muchos argentinos han soñado en las últimas décadas. El tema de fondo es que Argentina tiene la capacidad y el potencial para ser uno de los países más desarrollados del mundo y no tiene sentido que millones de personas vivan en la pobreza y continúen sufriendo las lacras propias del subdesarrollo.

Para lograr el progreso económico y social se requieren cambios institucionales y culturales, y Macri parece ser la persona indicada para liderarlos. Ahora tiene un nuevo respaldo para acometer la tarea, ciertamente difícil, pero que va en la dirección que la sociedad argentina le ha confiado nuevamente al Presidente y a Cambiemos.

 

Alejandro San Francisco, historiador, académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la Universidad San Sebastián, director de Formación del Instituto Res Publica (columna publicada en El Imparcial, de España)

 

 

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