En política –y en la vida misma– el silencio es protagonista, tanto o más que la palabra, de todo lo que se comunica. Un uso estratégico de éste puede hacer la diferencia entre una buena comunicación política o un estilo desastroso de intentar exponer las ideas.

El gobierno de Sebastián Piñera es un buen ejemplo de lo que precisamente no conviene hacer con el silencio: declaraciones atolondradas e intempestivas llevaron permanentemente a explicaciones confusas e insuficientes. Mucho se ha dicho y escrito de esto y no vale la pena profundizar más en ello (al menos por el momento).

El caso de Bachelet, por su parte, resulta tan fascinante como desconcertante. Llama la atención cómo la que el 2005 fue una candidata y luego una Presidenta disciplinada y estratégica en el uso del silencio, el 2012 evolucionó en una mujer política titubeante y confusa tanto al hablar como al no hacerlo.

Durante su primer gobierno, Bachelet supo coordinar los ritmos con los que hablaban sus ministros y aquel con el que intervenía ella. En ese sentido, tener a un Francisco Vidal como vocero fue a todas luces un acierto.

En este su segundo gobierno, en cambio, la cosa ha ido de mal en peor. Quizás se pueda cifrar como primer síntoma de esta enfermedad el ya famoso “paso” que lanzó la entonces candidata el día que presentaba a su equipo de campaña. Por decirlo de algún modo, fue ése un silencio pésimamente titulado. De igual modo, durante el primer año de gobierno se ha seguido en la línea de esquivar temas, omitir afirmaciones y apostar por slogans y ha habido largos silencios en temas prioritarios para la opinión pública.

En este sentido, las vacaciones de verano que ya terminan para la Presidenta son un tropiezo más en el uso de los silencios por parte del gobierno de la Nueva Mayoría y quien lo conduce.

Es alarmante el silencio que hasta ahora ha mantenido Bachelet en asuntos como el presunto tráfico de influencia por parte de los suyos –familiares y funcionarios– en casos como los ya bautizados Nueragate y Yategate o la situación de violencia que se vive en la Araucanía.

A la fecha, este parece ser el peor de los silencios que ha guardado la Mandataria. Esto porque una cosa es el silencio de quien está presente, atento y preocupado –véase a modo de ejemplo la Marcha del Silencio celebrada hace pocos días en Argentina-; pero una cosa muy distinta es el silencio generado por la ausencia. ¿Tenía Bachelet que suspender sus vacaciones y retomar antes sus labores? Difícil saberlo, pero sí es un hecho que en estas vacaciones ella ha perdido oportunidades claras para apaciguar los ánimos nacionales y cambiar el encuadre desde el que se abordan asuntos relevantes.

Como botón de muestra, ¿era muy descabellado que la Mandataria, en ese estilo maternal que parece haberse quedado en Nueva York, descolocara a la oposición y saliera a recibir como buena dueña de casa a quienes encabezaron un penoso intento de funa? ¿Estarían los pasillos, los balnearios, los medios y las redes sociales tan repletos de chistes, memes, sobrenombres y broncas si es que, a la hora de renunciar, al lado de Dávalos hubiese estado de pie su madre, jefa y Presidenta?

En cambio, la Mandataria ha optado por el silencio, respetando sus vacaciones. Está en su derecho, sin duda, pero esa no es la misma Bachelet que el 2007 suspendió su descanso con tal de acompañar a las víctimas de una explosión de gas en Valparaíso.

El lunes Bachelet retomará sus actividades oficiales, según lo programado. Todo parece prever que sus primeras acciones irán orientadas a un cambio de gabinete, medida pedida a gritos por todos los sectores políticos desde hace meses.

Difícilmente aprovechará la ocasión para referirse a la crisis de confianza en la que se encuentra absolutamente toda la clase política. Es probable que no se refiera al escándalo protagonizado por su hijo una semana después de su renuncia. Aún menos dable es que tome algún protagonismo continental en la defensa de los Derechos Humanos tras los hechos acaecidos en Venezuela.

Ojalá este presentimiento esté equivocado, pero el lunes los chilenos seguramente veremos el costo de arrastrar los torpes silencios propios.

 

Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.

 

 

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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