La reciente encuesta publicada por Elige Educar demuestra que el 97% de los profesores de colegios considera que se debe asegurar el bienestar de los estudiantes por sobre cualquier otro tema. El 57% afirma que la prioridad es la continuidad del aprendizaje académico y un 29%, la evaluación. Al momento de regresar al aula, el 72% destaca que uno de los grandes problemas será abordar la inasistencia por miedo al contagio, mientras que el 51% se enfoca en la nivelación escolar para terminar con el año académico.

Sin embargo, detrás de estas cifras, lo que queda en evidencia es otra primera línea del combate a la pandemia: la que dan los profesores y profesoras.

Se habla de clases online, semipresenciales, envío de material vía correo electrónico y el uso de plataformas digitales que hasta hace unos pocos meses casi no conocíamos ni de nombre. Para algunos el desastre que estamos viviendo precipitó los cambios educacionales necesarios al obligar un cambio de metodologías, formas de transmitir los contenidos y por cierto evaluaciones. Debiéramos estar dando un salto gigante hacia formas de medición de resultados que impliquen el desarrollo del pensamiento crítico y la aplicación de lo aprendido.

Pero ser profesor, profesora, en estos tiempos de pandemia -como siempre- es mucho más que eso. Poco a poco estamos conociendo los esfuerzos heroicos que hacen cientos de docentes. Desde grabarse ellos mismos con sus celulares hasta quienes sin conexión a internet, e incluso con sus propios medios, van a dejar el material que elaboran en sus casas y escuelas a sus estudiantes. Nos enteramos que otros han conseguido el acceso a radios locales y se turnan con sus colegas para transmitir sus clases, pues saben que al otro lado hay niños, niñas, jóvenes y familias que están esperando sus palabras.

Al dar a conocer la encuesta de Elige Educar, Joaquín Walker, su director ejecutivo, destacó no sólo cómo muchos maestros y maestras han debido adaptar su forma de enseñanza al nuevo contexto, sino que -como ocurre siempre en esta profesión- a la realidad emocional y social de los estudiantes y sus contextos. En palabras de Walker, han demostrado “su gran compromiso y sentido ético”, sobre todo en “la contención socioemocional de sus estudiantes”. La misma encuesta demuestra que el 73% de las profesoras y profesores se convertirán -si es que ya no lo son- en pilares emocionales de sus alumnos y alumnas.

Más de la mitad de los docentes declara problemas para convalidar el trabajo pedagógico con el doméstico. Están estresados (53%); preocupados (62%); ansiosos (52%) y cansados (32%). Ser profesor en tiempos de pandemia me recordó a esa otra docente, Gabriela Mistral quien escribió en su Oración de la maestra:

“Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternuna de todos los instantes.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé”…

“Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana… Aligérame la mano en el castigo y suavísame más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando! Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda”.

Si en tiempos normales ya era difícil, hoy, instalados en la primera línea, ser profesor de colegio es un acto de servicio heroico que la sociedad debe valorar.