Antes de escribir esta columna, “entré” a Google buscando algunas referencias que me ayudarán a pensar y escribir sobre “el mundo post pandemia”. En tan solo 0,40 segundos aparecieron 88.200.000 resultados. A continuación lo hice en inglés y en 0,34 segundos, se mostraron en mi pantalla 467.000.000 de búsquedas. Es seguro que al momento de publicarse estas líneas esa cifra será muchísimo mayor, siendo imposible dar siquiera cuenta de una mínima parte de lo que hasta hace unas horas se había escrito.
Desde aspectos generales como repensar la economía, las relaciones sociales, las formas de hacer política, los liderazgos hasta los sistemas de salud pública, el transporte, el comportamiento de los consumidores y la reinvención de las empresas, la seguridad nacional e individual, el tratamiento de los datos, el diseño de las ciudades, el mundo del trabajo, los viajes, la estructura de las empresas, la educación, el medio ambiente y las herramientas y habilidades necesarias para el nuevo mundo, más un largo etcétera, son solo algunos de los titulares que se mostraron en las tres primeras páginas de cada una de las consultas en internet. Sin embargo, todas ellas tienen en común al menos dos cosas: un deseo de avanzar lo más rápido posible para dejar atrás la pesadilla del COVID-19 y la constatación que ese mundo -en cualquiera de sus formas- será distinto.
Lo podemos imaginar, pero fundamentalmente la mayoría de las veces soñar. Tal vez cada uno de esos intentos no sea más que la expresión de un voluntarismo propio de la ansiedad o el deseo que esta coyuntura cambie, para que el sufrimiento de tantos no sea en vano y se aproveche llevándonos hacia un mundo mejor.
¿Será posible encausar positivamente esta aceleración histórica? Puede que parte de esa transformación sea más lenta desde el punto de vista cultural, siendo costoso asimilar los nuevos códigos. Pero desde otra óptica, se están precipitando procesos, realidades que se venían anunciando y que ahora encontraron en esta coyuntura el impulso necesario para entrar de lleno en escena.
Un primer ejemplo es la robotización y la inteligencia artificial. Las noticias nos muestran máquinas desplazándose por las calles entregando nuestros pedidos. Antes de lo esperado, robots y drones llegarán a la puerta de nuestra casa con una pizza o nos conducirán en el transporte. Harán el trabajo de limpieza y sanitizado disminuyendo el riesgo para los humanos; pero también coparan puestos de trabajo.
Otro ejemplo es la flexibilidad laboral, más comunmente llamada –curiosamente con un nombre del pasado- “teletrabajo”, que se irá adoptando cada vez más, permitiendo una rebaja sustancial en los costos de las empresas, el mejor uso de los espacios y un ahorro del tiempo en los desplazamientos, lo que debiera traducirse en un aumento de la productividad y una mejora en la calidad de vida… al menos de quienes tengan trabajo.
Unos quisieran un mundo más humano y menos materialista. En cambio otros dicen que, apenas se pueda, la “vida” volverá a su cauce “normal”, pero éste no será igual.
Hoy más que nunca, “todo el mundo” esta esperando ese momento en que, de seguro por una cadena de multiplataformas a nivel planetario se dé a conocer el anuncio científico que confirme el descubrimiento de la vacuna o el remedio contra esta enfermedad infame. Pero mientras eso no ocurra, y a la vista de la grave crisis económica que se incuba, me pregunto: ¿Seremos capaces de hacer convivir ese mundo “virtual” con el “real” impulsando la rueda del progreso que permita disminuir la pobreza y acortar las brechas de la desigualdad? O, por el contrario, ¿no será la oportunidad que aprovecharán algunos para cobrarse cuentas del pasado y vuelvan a sus viejos dogmas de antaño, que con políticas fracasadas no hicieron más que fabricar miseria?
La historia del futuro se esta escribiendo ante y –esperemos- con nosotros.