“Las empresas necesitan que las humanidades tengan éxito”, fue el título del artículo escrito por Donald L. Drakeman y Kendal Hack, recientemente publicado por Law & Liberty. El primero es profesor en el programa de estudios constitucionales de Notre Dame y miembro de la gerencia de la University of Cambridge Jugde Business School, en tanto que la segunda es consultora en temas de estrategia e innovación.
Su objetivo fue explicar al menos dos razones por las cuales es importante que en las Escuelas de Negocio se estudie humanidades. La primera, porque nos permite comprender el significado del ser humano, vivir una vida mejor y ser un ciudadano informado y reflexivo. En tanto que la segunda alude a que en una economía cada vez más interconectada y tecnologizada, las humanidades deben ser parte importante del plan de estudios, ya que nos permiten hacernos las preguntas fundamentales que surgen del uso de dichas tecnologías. Interesante: a mayor tecnología, mayor necesidad de humanidades, pues las empresas pioneras serán las que capten mejor dichas interrogantes, concluyen los autores.
Historia, Filosofía, Literatura, Artes, Teatro debieran ser algunas de las disciplinas dialogantes que acompañen a la macro y microeconomía, el marketing, la organización industrial, las finanzas, la administración, el management y tantas otras consideradas “propias” de la especialidad. Pero no únicamente en una perspectiva de cultura general, sino que fundamentalmente como herramientas que junto con ayudar a entender al ser humano son determinantes en el proceso de toma de decisiones.
El historiador Niall Ferguson, en su libro “La gran degeneración. Cómo decaen las instituciones y mueren las economías”, analizó el ascenso y declive de Occidente identificando lo que el llamó “killer apps”. Es decir, para que los países progresen, al igual que cuando usted necesita sacar más rendimiento a su celular, han de instalar 6 “aplicaciones”: la competencia económica, la revolución científica, los derechos de propiedad; la medicina moderna; la sociedad del consumo y la ética del trabajo. Esta última le da un soporte a las anteriores y se constituye en un pilar fundamental para que una sociedad progrese. Si se descuida y deteriora, comienza una descomposición que rápidamente afectará a todo el cuerpo social.
Todas ellas, al igual que en un equipo celular deben ser actualizadas si queremos que sigan rindiendo y el dispositivo no se ponga más “lento”. Pero, atención, también puede ocurrir no solo que no hagamos un upgrade, sino que sean «desinstaladas», con lo cual no solo se produce un freno en el crecimiento, sino que un retroceso. ¿Están algunos países en esta situación? Evidentemente que sí. Pero lo que es más preocupante es que no es por una cuestión puramente “económica” y/o “institucional”, sino fundamentalmente cultural.
Que las humanidades tengan éxito en la empresa ayudará a entender qué ha ocurrido, qué esta ocurriendo y ciertamente cuál es el camino que debiéramos seguir.
El gran economista alemán, Wilhelm Röpke, inspirador de la economía social de mercado que le permitió a Ludwig Erhard impulsar un poderoso plan de reformas económicas que liberalizaron la economía, eliminaron los controles de precio, prohibieron el déficit público y fortalecieron el marco alemán al punto de convertir a ese país en una de las economías más poderosas del mundo, escribió en 1957: “Las cosas auténticamente decisivas son las que están más allá de la oferta y la demanda, aquellas de las que depende el sentido, la dignidad y la plenitud interior de la existencia, las que se refieren a metas y valores situados en la esfera de lo moral entendido en su más amplio sentido”.
Es decir, el economista inspirador del exitoso modelo alemán de postguerra puso su foco en la cultura, para quien el exceso de tecnicismo en el análisis económico donde todo se mide matemáticamente, convierte a los seres humanos en autómatas o parte de una meta que se debe cumplir. Escribió: “el [ser humano] no vive de radios, autos y frigoríficos, sino de aquel mundo no sujeto a compraventa, situado más allá del mercado y de las cifras del negocio global, vive de la dignidad, de la belleza, de la poesía, de la elegancia, de la caballerosidad, del amor y de la amistad, de lo incalculable que desborda lo cotidiano y sus objetivos, de la comunidad, de la policromía vital, de la libertad y del despliegue de sus capacidades personales (Más allá de la oferta y la demanda, p. 117).
En definitiva, que a las humanidades les vaya bien depende el éxito de la empresa, pues “el que sólo sabe economía, no sabe ni siquiera eso”.