Angel Soto: El consenso de Chile
El “consenso de Chile” nos puso como referente para el continente en los años 90. No se trata de ser un nostálgico del pasado reciente, sino que de darse cuenta del riesgo que nuevamente estamos corriendo como sociedad, cuando los ánimos se van crispando, el debate se polariza y la descalificación comienza a reinar.
La política no es un “juego suma cero”, en donde el otro ha de ser visto como un amigo o enemigo que “está conmigo o contra mí”. Al contrario, para recibir debemos dar algo a cambio, lo cual nos obliga a negociar. Hay que tirar el “tejo pasado”, pero también hay que ceder. No se puede ser obtuso ni soberbio, aunque tampoco todo es transable. Como en muchas cosas, hay que saber encontrar ese punto del acuerdo que nos permite convivir.
Las posibilidades de alcanzar lo que queremos se moverán tanto en un arco entre lo que el otro esté dispuesto a dar, como en el rango que nos permita la ventana de overton. Esa que define lo aceptable y su viabilidad, más allá de las preferencias individuales.
Varios autores desde la ciencia política y la historia han hablado del consenso. Algunos han trazado el desarrollo histórico de Chile desde la misma independencia como su búsqueda, construcción, destrucción y reconstrucción, demostrando que en los momentos en que primó la cordura y el acuerdo el país pudo progresar.
Fue la ruptura del consenso lo que nos llevó al quiebre democrático en 1973. Pero –como bien afirmó Edgardo Boeninger- fue la construcción de un nuevo consenso el que nos permitió recuperar la democracia. Una de las genialidades de la oposición a Pinochet fue haber sido capaz de ganarle con las mismas herramientas institucionales que este entregaba, y “sin odio, sin miedo y sin violencia” la opción No triunfó el 5 de octubre de 1988. Se trazó un camino en donde lo fundamental fue la construcción de un acuerdo en donde nadie sobró, y en el que colaboraron tanto la oposición, la derecha y el gobierno. Cabe recordar esas palabras pronunciadas por el presidente Patricio Aylwin en el Estadio Nacional ese 12 de marzo de 1990 cuando a todo pulmón dijo: “sí señores, sí compatriotas, civiles y militares: ¡Chile es uno solo!”.
El “consenso de Chile” nos puso como referente para el continente en los años 90. Posicionó al país como un “modelo” a seguir no sólo porque crecía al 7% promedio anual, sino porque comenzó a convivir la libertad política con la libertad económica y social. No se trata de ser un nostálgico del pasado reciente, sino que de darse cuenta del riesgo que nuevamente estamos corriendo como sociedad, cuando los ánimos se van crispando, el debate se polariza y la descalificación comienza a reinar.
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