Se produjo el tan esperado cambio de gabinete… y todo sigue igual. La distribución de cargos entre el Socialismo Democrático, Apruebo Dignidad e independientes en el gabinete, se mantuvo. Salieron algunas ministras de ministerios menores, por razones que todavía son materia de especulación de la prensa y que probablemente no se conocerán jamás con certeza, aunque, naturalmente, se habla de “problemas de gestión” (en ministerios tan importantes como Cultura, Ciencia o Deportes; en cambio en otras carteras como Educación, Desarrollo Social o Salud, parece ser que la gestión es excelente).

Los únicos cambios en ministerios relevantes fueron los de Relaciones Exteriores y Obras Públicas. De este último se ha hablado también de problemas de gestión y específicamente de lentitud en la adjudicación de concesiones, en un Gobierno en el que por lo menos la mitad de su base de apoyo no tiene un particular afecto por éstas.

El cambio más esperado era el de Relaciones Exteriores, no tanto por las gaffes del presidente en esa área o la desafortunada filtración del audio que reveló cómo se tomaban las decisiones en el más alto nivel ministerial, sino porque allí resultaba emblemática la presencia de dos líneas en la gestión ministerial: la de la ministra Urrejola y la de su subsecretario Ahumada. Finalmente, el Presidente cortó por lo sano y los sacó a todos, ministra y subsecretarios, lo que equivale a no tomar partido, a mantenerse en el equilibrio. Urrejola fue substituida por Alberto Van Klaveren, cuyas calificaciones para ese cargo están por encima de toda duda y habrá de esperar que no sufra, como Urrejola, del acoso de subordinados que no creen en más razones que las suyas y que parecen no tener motivos para respetar a nadie que no haya bebido de las mismas mieles académicas de las que ellos abrevan.

Hubo cambios, es verdad: quince nuevos subsecretarios y subsecretarias. Pero ya estaba claro que los iba a haber, dado el reclamo de más puestos (“pitutos” los llamaba la maledicencia pública hasta no hace mucho), realizado sin rubores por las direcciones de los partidos que se sentían postergados. El reclamo surtió efecto y ahora los partidos Socialista, por la Democracia y Liberal, tienen más subsecretarías, lo que ha producido un mayor equilibrio entre éstas y las subsecretarías de Apruebo Dignidad. Nuevamente equilibrio.

Queda pues la impresión de que, como la Reina Isabel I, que por esa razón fue conocida como la “Reina Virgen”, el Presidente Boric hace alentar esperanzas a sus pretendientes, pero nunca las satisface. Los pretendientes del Presidente Boric son las dos alas o “almas” de su base de apoyo y su decisión de dejar las cosas tal cual, excepto una mejor distribución de cargos (sí, no voy a repetir la fea palabra aquella), significa que el Presidente seguirá, seguramente hasta el final de su mandato, haciendo equilibrios entre ellas.

Los que hemos pedido al Presidente que rompa ese equilibrio hemos quedado, así, como los pretendientes de la Reina Virgen, defraudados. Pero ¿por qué pedimos que el Presidente termine con el equilibrio entre las dos alas de su Gobierno? ¿Acaso el hecho de que en su base de apoyo convivan dos tendencias tan diferentes entre sí, no favorece la amplitud de visión y la capacidad de inclusión de un gobierno democrático?

La respuesta a la segunda interrogante no puede sino ser, en principio, positiva. De hecho, la esencia de la democracia radica en el respeto al pluralismo y en la tolerancia, que implica a su vez tener presente todos los puntos de vista en las decisiones colectivas.

Pero esa práctica de la democracia, que se traduce siempre en acuerdos producto de negociaciones en las que las partes ceden en algo hasta alcanzar el convenio final, puede convertirse en un problema cuando esa negociación tiene lugar dentro de un Gobierno que, sólo después, debe concurrir a una negociación con sus opositores.

Y lo ocurrido la semana que pasó es el mejor ejemplo de ello. La Cámara de Diputados, en donde el Gobierno podría sentirse más seguro de alcanzar sus objetivos, rechazó la idea de legislar la reforma tributaria que, junto con la reforma al sistema de pensiones, son las reformas (sí, son solamente dos) que podrían constituir el legado de un Gobierno que asumió como el “gran transformador” de la sociedad chilena. Sin duda esta fue una situación mucho más importante y expresiva de lo que puede ser el futuro, que el cambio de gabinete.

El rechazo no fue absolutamente novedoso, pues los dos principales partidos de oposición (UDI y RN) ya habían anunciado oficialmente que se opondrían al proyecto, debido a la negativa del gobierno a negociar. No sólo dialogar como sostienen los personeros gubernamentales que han hecho, sino negociar sobre el tema. Y negociar significa aceptar la modificación parcial del proyecto luego de escuchar los puntos de vista de la oposición. Negociar, para un Gobierno que no tiene una mayoría parlamentaria -y aún si la tuviera- significa, en democracia, aceptar en una justa medida las modificaciones que sus opositores le propongan y ello no obstante lo convencido que esté de las bondades del proyecto propio.

Lo novedoso de este rechazo fue que se plegaran también a él independientes que normalmente votan con la izquierda, más diputados declaradamente centristas, así como también diputados del Partido Ecologista Verde, del Partido de la Gente y hasta Pamela Jiles. ¿Habrá ocurrido acaso que también con ellos se negó el gobierno a negociar? Es probable y diré por qué lo creo.

La prensa calificó el episodio de manera casi unánime y con distintos adjetivos, como una derrota del ministro Mario Marcel. El mismo día del rechazo parlamentario, el ministro, en vena polémica y combativa, declaró que se había rechazado una reforma “cuyos recursos fueran a financiar el aumento de la PGU, la reducción de las listas de espera en los hospitales o el aumento para la salud primaria». Y siempre en la misma línea, aunque cargándose ligeramente a la demagogia (lo que no suele hacer), agregó: “Por lo tanto, esta votación es una mala noticia para los pensionados, para la inversión y la productividad». A esos argumentos se unió luego, en el mismo sentido, la voz de su mejor socia dentro del gobierno, la ministra Tohá y luego la del propio Presidente de la República.

Los argumentos son buenos, sobre todo para la pelea en corto (después de todo ya dijo Bill Clinton que la política era “un deporte de contacto”). Pero se refieren sólo a quienes eventualmente deberían ser financiados con los recursos provenientes de tributos, no a aquello que era el centro del reclamo de la oposición: la fuente de los recursos, no sus beneficiarios.

¿Por qué el Gobierno no negoció -insisto, dialogar no es negociar- y aún ahora elude los términos de esa posible negociación? ¿Es que acaso el ministro Marcel dejó de ser la persona negociadora que ha sido en todas sus otras funciones públicas? La respuesta es que el Gobierno, dividido como está en dos partes poco conciliables, simplemente no puede negociar.

El propio ministro está limitado en su capacidad negociadora con la oposición al Gobierno, porque ya agotó toda su capacidad negociadora en la negociación que debe haber tenido con esa otra ala o “alma” gubernamental. Por ello, el proyecto que el Gobierno presentó al Congreso resulta casi imposible de negociar, porque ya es producto de un acuerdo. Si el ministro hubiese aceptado modificarlo, su pleito habría sido esta vez con el PC y el Frente Amplio.

Ese es el signo negativo de un gobierno con “dos almas”. Dos almas que el Presidente no ha alterado con su cambio de gabinete. Dos almas que no significan amplitud, sino todo lo contrario: que impiden la negociación, que encierran el diálogo exclusivamente dentro del gobierno y lo anulan fuera de él.

Una situación que condena, a cualquier Gobierno en las mismas condiciones, a la esterilidad. Ahora cabe la posibilidad de insistir con el proyecto de reforma tributaria en el Senado, pero para reponerlo ahí se requieren los dos tercios de los votos de los senadores. El Presidente anunció la decisión de su gobierno de “poner toda su fuerza en mantener líneas abiertas para dialogar y encontrar un camino» y lo reiteró en la ceremonia del cambio de gabinete. Si ese camino es el de la negociación, seguramente la travesía lo va a llevar a buen puerto. Si sólo se trata de dialogar para demostrar amplitud y simpatía, su Gobierno no va a lograr superar la esterilidad. Es lo que el Presidente debe tener presente si no quiere que esa esterilidad sea su legado.

Álvaro Briones

Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile

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