En noviembre de 2019 Theresa May, pocos meses antes Primera Ministra del Reino Unido, inauguró en Inglaterra una estatua de Nancy Astor. Se celebraba así a la primera mujer en acceder a la Cámara de los Comunes exactamente cien años antes, el 1 de diciembre de 1919. La ex Primera Ministra declaró en la ceremonia que, con ello, Nancy Astor “había cambiado la democracia británica para siempre y para mejor” y agregó que esperaba que esa estatua inspirara “a personas de todos los orígenes a dar un paso al frente y participar de lleno en la vida pública”.

Sin embargo, el recuerdo de Lady Astor lejos de inspirar sentimientos positivos, aparentemente despertó odios pues, pocos meses más tarde, la estatua fue vandalizada con pintura y la palabra “nazi” fue escrita sobre ella. La razón argüida era la acusación que, casi un siglo atrás, en la década de los treinta, se había hecho a Lady Astor de simpatizar con las ideas del nazismo alemán. 

Es posible que, en vida, Lady Astor no haya sido una persona particularmente simpática. Incluso se la suele recordar por la anécdota que la sitúa diciéndole a Winston Churchill: «Si usted fuese mi marido, le envenenaría el té». A lo que Churchill respondió: «Señora, si usted fuera mi esposa, ¡me lo bebería!». Fue conservadora, anticatólica y al parecer tenía la costumbre de no quedarse callada a la hora de dar su opinión, lo que puede haberle granjeado la antipatía sobre todo de algunos hombres; pero, pronazi, no fue. El tema terminó de ser aclarado cuando, luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, se supo que los nazis, seguros de conquistar Gran Bretaña, habían hecho una lista de 2.800 residentes británicos que serían arrestados después de la invasión. En la lista estaba incluida Nancy Astor, descrita por los nazis como una «enemiga de Alemania». Que Lady Astor fuera inocente de la acusación que se le hiciera décadas atrás había importado poco a quienes la emprendieron en contra de su estatua. Ella ya había sido juzgada y condenada por una turba que no atendía a explicaciones ni razonamientos: había sido “cancelada”.

La llamada “cultura de la cancelación” se ha convertido en el arma favorita de quienes practican la “cultura identitaria”. Su versión más reciente es el llamado “wokismo”, en referencia a estar “despiertos” para defender a aquellos que creen tener la razón y no están dispuestos a escuchar a quien piensa diferente. Su instrumento son los medios sociales, utilizados para denostar al grado de destruir la imagen de quienes son considerados “enemigos”. Quienes utilizan este expediente se declaran progresistas, pero su comportamiento es del todo ajeno a la idea progresista y sólo refleja una intolerancia que, más que rechazar actitudes en su juicio equivocadas, rechaza y “cancela” a quienes se atreven a expresar un pensamiento diferente.

De nada sirvió que Nancy Astor haya sido una pionera en la participación de la mujer en campos que en su tiempo se consideraban reservados a los hombres y que con ello haya dado pasos gigantescos en la lucha por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. No. Lo que verdaderamente importó fue que ella no dijo pensar ni declaró pertenecer a corrientes como las que hoy se arrogan la propiedad de ese reclamo. Ella, en suma, pensaba diferente y eso era inadmisible para quienes practican la cultura de la cancelación y el “wokismo”, como también resultó inadmisible para el fascismo y el nazismo que quemaron libros y obras de arte y ejercieron no solamente la persecución y el crimen racial, sino también la persecución ideológica. Igual que en la Unión Soviética de Stalin, perseguían acabar con las ideas diferentes acabando con la vida, “cancelando”, a quienes sostenían esas ideas (¿Y cómo olvidar los libros que se quemaban en nuestro país luego del golpe militar de 1973?).  

¿Estamos lejos de ese peligro? No, no lo estamos. Las experiencias de Sergio Micco, perseguido hasta prácticamente obligarlo a dejar su cargo de director del Instituto Nacional de Derechos Humanos, y de Matías del Río, despedido de su empleo en el programa Estado Nacional de TVN, demuestran que esa cultura comienza a imponerse en el país, no obstante que del Río fuera restituido en su cargo luego de que las manifestaciones públicas en su favor fueran abrumadoras.

Como esos casos, conozco muchos otros que no han tenido el nefando privilegio de ser publicitados. Una tendencia que se ha agudizado en la medida que se acerca el momento del plebiscito de salida. El epíteto que más se escucha en nuestros días es el de “facho” cuando se trata de personas que manifiestan un pensamiento considerado de derecha, o de “traidor” o “tonto útil” si el objeto de la agresión verbal es alguien que se reconoce de izquierda o centro izquierda, pero declara su opción por el Rechazo. Algunos, muchos en realidad, terminaron asumiendo valerosamente el insulto como un galardón que lucen con orgullo. Tal fue el caso de Amarillos, que ha terminado por agrupar al mayor colectivo de personas independientes que haya terminado manifestándose en la coyuntura creada por el proceso constitucional y plebiscitario. Otros no han tenido tanta suerte, pues han pasado de ser objetos del insulto a ser víctimas de la violencia. Se dan casos de persecuciones laborales que obligan a cientos y quizás miles de funcionarios públicos a ocultar sus ideas por temor a perder sus empleos y “bulling” en colegios y universidades. Jóvenes de la “Agrupación Estudiantil Chile”, que agrupa a estudiante del liceo José Victorino Lastarria y del Instituto Nacional, entre otros colegios, han denunciado las amenazas que se ejercen en contra de ellos por manifestar su pensamiento diverso al de los jóvenes que usan la violencia como su medio de expresión.

No nos queda más que esperar que esta situación se acabe luego del plebiscito, cualquiera sea su resultado. Porque uno de los principios esenciales de la democracia indica que sólo mediante el debate, la confrontación de argumentos y la predisposición de persuadir o ser persuadidos, lograremos la erradicación de ideas que consideremos negativas o aún nefastas. Nunca ignorándolas o silenciando y menos eliminando a quienes las sostienen. Esa última actitud sólo conduce al totalitarismo, algo que podría parecer imposible en nuestro país luego de que nos costara tanto recuperar la democracia, aunque no está demás tener presente lo que nos recuerda el periodista británico Gavin Mortimer, autor del artículo “Cómo los nazis fueron pioneros en la ‘cultura de cancelación’”, “… nunca se debe subestimar a los totalitarios: lo que inicialmente les falta en número, lo compensan con fanatismo”.

*Álvaro Briones es economista y escritor. Ex subsecretario de Economía y ex embajador de Chile.

Álvaro Briones

Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile

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