Los jóvenes que nos gobiernan han llegado tarde a todos los grandes eventos de la historia contemporánea de nuestro país y lo lamentan. No fueron parte de la “epopeya” de Allende y la Unidad Popular. Sólo pueden mirarla desde lejos, con nostalgia ajena. Tampoco fueron parte de la lucha clandestina en contra de la dictadura, que probablemente excite sus sentimientos tanto como el período de la Unidad Popular. Y buena parte de ellos ni siquiera llegaban a la adolescencia cuando el plebiscito del Sí o el No, que para algunos marcó el comienzo de los cambios en la medida de lo posible que buena parte de ellos repudia.

Jóvenes nacidos para luchar, han buscado desde la “revolución” pingüina una epopeya propia, que no logran crear. Ahora gobiernan, pero saben que llegaron ahí por “default”, como mal menor ante la alternativa de un gobierno de extrema derecha. Una victoria sin epopeya, lograda con votos ajenos. Por ello, seguramente, siguen resintiendo día a día el déficit de adrenalina y gloria que trae consigo enfrentarse a enemigos tan dispuestos a la lucha como ellos mismos.

De cuando en cuando el Presidente Boric nos brinda una performance que rasguña esa gloria, como cuando en días recientes refutó las palabras que Lula dedicó a Nicolás Maduro. Fue un buen momento, sin duda, y probablemente todos nos sentimos orgullosos de nuestro joven Presidente. Desgraciadamente imágenes como esa son escasas y terminan aplastadas por decenas o quizás cientos de otras imágenes, de otros momentos, en que no hay gloria sino chascarros, “metidas de pata”, desconcierto y desgobierno. En otras palabras, la imagen de un Boric flanqueado por su canciller contestándole a Lula, siempre será ahogada por la imagen de sus piernas pataleando con desesperación para salir de un tobogán en el que él mismo se metió.

Pero no cejan en su búsqueda de una epopeya. El Presidente logró arrastrar en esa búsqueda a veteranos políticos del Socialismo Cemocrático cuando se ilusionó con la posibilidad de una revolución, iniciada y terminada sin disparar un tiro y sin tener que contar una sola baja. Aquella que le brindaba un proyecto de Constitución colmada de logros identitarios con los que ellos, la generación que buscaba la epopeya perdida, por fin podía identificarse. Pero, para su desgracia, los mecanismos de la democracia funcionaron y esa revolución que nacía sin disparar un tiro fue derrotada, también sin disparar un tiro, antes de nacer.

Esta búsqueda de una epopeya que justifique la existencia experimentó sin embargo un cambio en la Cuenta Pública del Presidente el pasado jueves.

Es verdad que, durante las casi cuatro horas de exposición, su discurso estuvo sobrecargado de cifras y de la exhibición de presuntas realizaciones, pero ellas no tuvieron el carácter que algunos de sus seguidores pretendieron otorgarle antes y después del discurso. Algo que notoriamente hizo la ministra Vallejo, que días antes había calificado de “legado” del Presidente la aprobación por el Congreso de la reducción de la jornada laboral a cuarenta horas semanales… algo que ella misma había propuesto siendo diputada. O como quedó expresado en la apología del diputado Gonzalo Winter al terminar el acto, exaltando el carácter de conducción “espiritual” de las palabras del Presidente (parece que el diputado sí encontró su epopeya y es espiritual).

El Presidente, por contraste, se limitó a exponer con detalle cada una de las cosas ocurridas durante los catorce meses de su mandato. Algo excesivo, quizás, pero no distinto de lo que hace cada presidente a la hora de rendir sus respectivas cuentas.

En cambio, muy digno de destacar, en mi opinión, fue el reconocimiento de algunos errores.

Menos explícito aquel relativo a la dedicación de su Gobierno a lograr el Apruebo de ese proyecto constitucional, durante casi la mitad del período del que se daba cuenta. Se limitó a lamentar que la Convención Constitucional hubiese generado “un clima de intolerancias recíprocas y enfrentamientos que terminaron en el rechazo a la propuesta que de ella emanó” (o sea la culpa la tuvieron todos en la Convención, no los que estaban en la posición que fue rechazada); así como que “debimos haber sido más firmes ante las señales de alerta” (un uso del plural que no deja claro al sujeto: ¿se reclama la firmeza a su gobierno, a la sociedad o a los políticos?).

Más explícita o por lo menos más directa, fue la crítica a la actitud de los estudiantes que hace no mucho defendía. A ellos les indicó que “las molotovs, los overoles blancos y el amedrentamiento a quienes piensan distinto no es ni será nunca el camino para avanzar, sino todo lo contrario”.

Pero aún más importante fue el reconocimiento al hecho que el buen resultado de su Gobierno depende de lograr acuerdos con la oposición.

Fue claro en señalar, primero, que “al ver la situación de discordia en que estaban nuestras relaciones sociales, nuestra seguridad y nuestro aparato estatal, hemos reordenado nuestras prioridades y lo seguiremos haciendo”. E igualmente claro en reconocer que la realización de sus proyectos depende en lo fundamental de la aprobación de la reforma tributaria que ya fue rechazada por la Cámara y en la que, declaró, ha decidido insistir en el Senado.

En su exposición fue explícito en la aceptación de que problemas tales como el futuro del sistema de pensiones, mejoras en el sistema de salud, solución a los problemas de seguridad pública, respuesta a la llamada “deuda histórica con los profesores” no sólo exigen diálogo y acuerdos con la oposición en lo relativo a cada tema, sino también en lo relativo a la reforma tributaria. En esa materia, señaló, “todos tendremos que ceder, aceptar fórmulas híbridas, acuerdos sub-óptimos, y no descansar ni levantarse de la mesa hasta encontrar un acuerdo”. Específicamente admitió que la reforma al sistema de pensiones no tenía que salir “como nosotros la presentamos” y que había que admitir que en esa discusión “nadie sacará el 100%”.

Tal parece, pues, que el Presidente ha decidido dejar de correr detrás de su perdida epopeya. Que está dispuesto a aceptar que gobernar es un verbo que sólo se conjuga teniendo como auxiliar la realidad. Y que la realidad no sólo impone el diálogo, sino también la negociación, la capacidad de ceder en lo propio y de aceptar lo ajeno.

Por el bien de Chile es de esperar que en esa actitud no encuentre como obstáculo el rechazo de las fuerzas políticas que hoy lo apoyan y que la oposición no pretenda sacar provecho de esa voluntad presidencial, negándose a aceptar la propuesta negociadora.

Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile

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