En Chile leemos poco. Y lo poco que leemos lo leemos casi todo en febrero. Quizás las vacaciones o el estío son un estimulante de la lectura o es que resulta de buen gusto partir de vacaciones con uno o dos libros bajo el brazo (o más probablemente en el fondo de la maleta), pero el caso es que los libros se recomiendan y se venden para las vacaciones. Y esos libros no sólo son llevados a diversos destinos vacacionales, sino que algunas personas, incluso, los leen (yo cruzo los dedos para que mi libro El Encuentro conozca algún balneario de la mano de uno o más vacacionistas… y que lo lean).

Como quiera que sea, este es el mejor momento para hablar de libros. Cuando el país parece paralizarse y hasta la política se va de vacaciones. Quiero hablar de dos libros o más bien reivindicar a dos autores. Reivindicarlos porque ambos merecen un reconocimiento mayor del que han tenido y también ser conocidos por razones diferentes a aquellas por las que hasta ahora en buena medida se los conoce.

El primero de ellos es el inglés David John Moore Cornwell, conocido por todos por el seudónimo literario que adoptó al escribir sus primeros libros: John Le Carré. Tengo en mis manos, y leo, su último libro Proyecto Silverview. Y es definitivamente su último libro, no el más reciente como quisiéramos sus seguidores, porque John Le Carré falleció el 12 de diciembre de 2020 y ésta, su obra postrera, debió ser terminada por su hijo Nick. Con su muerte se extinguió una de las plumas más exquisitas y elegantes de la literatura mundial contemporánea. Un maestro en la creación de atmósferas y en el manejo de los diálogos. Un escritor capaz de construir una compleja trama a partir de una situación elemental que recorre todas las páginas de un libro sin que nos haga perder el interés. Le Carré fue uno de los pocos autores que en las últimas décadas podría presumir de haber creado un estilo tan propio que resulta inconfundible. Como en el caso de Jorge Luis Borges, basta con leer no más de un par de páginas para reconocerlo. Un estilo en su idioma natal que no fue traicionado por las traducciones a nuestro idioma, en donde destella con la misma gracia con que lo hace en los originales.

Sin embargo, este gigante del manejo del lenguaje no recibió en su vida más que algún reconocimiento menor en sus inicios como escritor (el premio Golden Dagger de ficción criminal por El espía que volvió del frío, publicada en 1963). La razón: era un escritor “de género”. En su caso, el “de espías”. Efectivamente la mayoría de sus obras son protagonizadas por individuos que se dedican a la actividad del espionaje, llegando a crear en esta área personajes enormes y complejos, como George Smiley que protagonizó buena parte de sus novelas, o Alec Leamas, el atormentado espía de su primera novela de espionaje (precisamente El Espía que volvió del frío). No obstante, sus libros, sobre espionaje o no, trataron siempre, principalmente, sobre las relaciones humanas, sobre el amor y la lealtad, sobre la duda y la certeza anidando simultáneamente en el espíritu de personas que deben actuar en un mundo convulso. No fue un “escritor de género”: sólo fue un gran escritor.  Uno que mereció, más que otros, el Nobel de literatura.

El otro autor sobre el que quiero hablar es Leonardo Padura, afortunadamente aún vivo y con su capacidad creativa en pleno desarrollo. Padura es el mejor escritor cubano de este momento. Pero también es el mejor escritor latinoamericano de este momento. Uno al que sólo pueden comparársele el mexicano Jorge Volpi o el chileno Roberto Bolaño, que para infortunio de la literatura murió demasiado pronto. Padura, además, vive en Cuba y escribe desde su país sobre su país. Y sobre sus compatriotas, en Cuba y en el exilio.

Hace poco debí corregir a un amigo que describió a Padura como un disidente. No lo es porque la política no es lo suyo o no lo es en este momento. Pero sí es un crítico. Y un crítico profundo y objetivo de la realidad cubana, que aparece retratada con toda crudeza y dramatismo en cada una de sus obras. Un crítico que se niega a abandonar su país a pesar de todas las presiones que sufre, porque, dice, fuera de Cuba no podría escribir sobre Cuba. Su literatura ha convertido a Padura en la consciencia de Cuba y quizás por ello sus libros, que se leen en el mundo entero, ahora no circulan en su país (en un comienzo sí e incluso alguno fue premiado).

Padura es todo eso: un cubano en Cuba, un crítico de la realidad social de su país y un empecinado en permanecer en él. Pero sobre todo es un escritor, un gran escritor de novelas. Sus obras son siempre conmovedoras, también siempre entretenidas y muchas veces divertidas. A diferencia de Le Carré, él si ha recibido premios y distinciones, la más reciente el Premio Princesa de Asturias 2015. Y, cómo a Le Carré, se lo suele clasificar como un escritor “de género”. El suyo, el “policial” porque, sí, buena parte de su obra ha versado sobre temas policiales (en Cuba) y para ello desarrolló un entrañable personaje, el detective Mario Conde, verdadero alter ego del autor.

Su más reciente obra Personas decentes, nos muestra a un Mario Conde en su madurez física y espiritual y a un Padura en su madurez creativa. Una madurez que le permite mostrar la realidad de su país hoy, tal como la mostró hace décadas cuando comenzó a escribir. Una Cuba en la que los departamentos sobre el Malecón pueden venderse en medio millón de dólares, los clubes nocturnos requieren de matones especializados en detectar el tráfico de drogas y en el que “medio siglo después, las viviendas confiscadas durante los primeros años revolucionarios se habían convertido en monedas constantes y sonantes que mejoraban la huida de los descreídos herederos de los antiguos confiscadores hacia los mismos destinos a los que partieron los dueños originales confiscados”.

Para este febrero les recomiendo a Le Carré y a Padura. Del primero sobre todo El Topo, El honorable Colegial y La gente de Smiley, sus mejores novelas para mi gusto y las que releo una y otra vez. De Padura la ya mencionada Gente decente y la anterior a ésta Como polvo en el viento. Y principalmente El hombre que amaba los perros, una novela extraordinaria que es también, quizás, la mejor biografía de Trotsky y de su asesino, Ramón Mercader. Compren alguno o todos estos libros y llévenlos a su lugar de vacaciones o a su casa. Cómprenlos, pero sobre todo léanlos.

*Álvaro Briones es economista y escritor. Ex subsecretario de Economía y ex embajador de Chile.

Economista y escritor. Exsubsecretario de Economía y exembajador de Chile

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