Al terminar este mes de julio de 2019, nuevamente se han reunido las fuerzas de izquierda de América Latina, agrupadas en el Foro de Sao Paulo. Como en otras ocasiones, hubo una delegación chilena, aunque cada vez menos nutrida y vociferante, siempre leal al chavismo. Entre ellos destacaba el senador Alejandro Navarro, así como miembros del Partido Comunista y del Frente Amplio.

El primer encuentro del Foro se realizó precisamente en esta ciudad brasileña, en 1990, cuando el Partido de los Trabajadores de Brasil, liderado por Lula da Silva, convocó a un Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe. Como en tantos otros proyectos en las décadas precedentes, la iniciativa había surgido de una conversación con el dictador Fidel Castro durante una visita de Lula a Cuba. Hubo una gran respuesta y después el proyecto ha tenido continuidad.

El mundo experimentaba en esos años cambios importantes, que golpeaban las ideas revolucionarias que habían dominado parte del debate continental desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. En 1989 se había producido la trascendental derrota simbólica del comunismo, cuando los alemanes decidieron derribar el Muro de Berlín; al año siguiente –el mismo del Foro– el consenso de Washington anunciaba un camino distinto para los países americanos, que se basaría en la democracia política y en la economía de mercado.

Este 2019 la reunión tuvo lugar en Caracas, mientras el 2018 se había realizado en La Habana. En buena medida, los lugares escogidos ilustran también la decreciente presencia de la izquierda comunista o bolivariana en la región, después de una exitosa primera década en el siglo XXI, que vivió el impacto del liderazgo de Hugo Chávez y luego se extendió a otros países del continente: Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina y Perú. El 2019 Evo Morales ha manifestado sus deseos de reelegirse en Bolivia, a pesar del plebiscito que rechazaba esa alternativa; el sandinismo se perpetúa en Nicaragua, con el gobierno represivo de Daniel Ortega; mientras tanto, Venezuela y Cuba continúan firmes en sus posturas, pero sin la solidez ni el respaldo que concitaron sus regímenes en otros tiempos. Como sabemos, la política es dinámica y veleidosa, y las elecciones en Uruguay y Argentina podrían dar sorpresas a fin de año, que podrían ser favorables a estas ideas o bien permitirían eventualmente consolidar nuevas alternativas en la región.

La reunión de este 2019 tuvo ciertas continuidades y declaraciones tradicionales: respaldo al régimen de Nicolás Maduro, apoyo al derecho de “retorno soberano de Bolivia al Océano Pacífico”, manifestaciones de apoyo a Lula, que se sumaban a la reconocida y repetida diatriba antiimperialista que ha dominado el pensamiento latinoamericano, que suele culpar a Estados Unidos por la miseria que durante décadas han sufrido muchos países de la región. Desde el punto de vista ideológico y político, nada particularmente creativo ni novedoso.

La declaración final del Foro “rechaza las amenazas de intervención militar contra Venezuela”; ratifica las declaraciones de los dos encuentros anteriores del Foro de Sao Paulo; llama a defender la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); rechaza la Doctrina Monroe, a la que califica de imperialista, oponiendo la Doctrina Bolívar, y denuncia “el papel injerencista de la OEA”.

Aquí hay un par de temas que necesariamente generan divisiones en Chile. El primero es el respaldo a la dictadura de Maduro, criticada en el Informe de Derechos Humanos de Michelle Bachelet, documento que ha sido respaldado por un sector de la izquierda, mientras otros insisten en denunciar los ataques al gobierno bolivariano y siguen leales al histórico comandante Chávez y a lo que queda de su revolución. El otro es el tema de Bolivia, que es parte de la historia de Chile y de las relaciones bilaterales con el vecino país, por lo que las declaraciones generales deben evaluarse después en los respectivos países.

Conviene revisar algunos aspectos de la Declaración Final del XXV Encuentro del Foro de Sao Paulo, que advierte desde el comienzo la profundización de “la multifacética ofensiva reaccionaria del imperialismo estadounidense y de la derecha oligárquica aliada”. Frente a ello, destacan las luchas y victorias que han obtenido los sectores “populares” en México, Venezuela, Nicaragua y Puerto Rico.

Es interesante observar la indefinición ideológica de la cita, aunque constata que los movimientos sociales y populares “enarbolan propuestas anti-neoliberales que debemos estimular y apoyar de forma decidida”. La fórmula anti-neoliberal equivale al repetido discurso antioligárquico, antifeudal y antiimperialista de la década de 1960, que tenía muy clara su capacidad de definir al adversario. Sin embargo, en la actualidad es necesariamente impreciso, y en la definición caben tanto el régimen cubano como la revolución sandinista o la bolivariana, el experimento mexicano o las candidaturas presidenciales de los Fernández en Argentina y Morales en Bolivia. La “amplia unidad antiimperialista y anti-neoliberal” permite mantener la diversidad de las fuerzas de izquierda y la claridad del adversario común.

La vinculación con la historia cubana y de su revolución no es asignada desde afuera, sino reconocida por los propios participantes del Foro: “El acumulado político de la izquierda y de las fuerzas populares y progresistas desde 1959 a la fecha, multiplica las esperanzas para sostener que sí es posible vencer toda ofensiva imperial. Lo demuestran hoy la Revolución Bolivariana, la propia Revolución Cubana, la exitosa experiencia política boliviana y la Nicaragua sandinista”.

La Declaración culmina asumiendo la máxima de Martí: “El mejor modo de decir, es hacer”.

La última parte de la Declaración es un largo catálogo de apoyos y rechazos, llamados, afirmaciones y exigencias. En esa línea, “rechaza las amenazas de intervención militar contra Venezuela”; ratifica las declaraciones de los dos encuentros anteriores del Foro de Sao Paulo; llama a defender la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); rechaza la Doctrina Monroe, a la que califica de imperialista, oponiendo la Doctrina Bolívar, y denuncia “el papel injerencista de la OEA”.

En otro plano, llama a “Enfrentar de forma enérgica el avance de la derecha sobre nuestros pueblos. Así lo evidencian los gobiernos neoliberales reciclados, autoritarios y profascistas, como los de Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, y Mario Abdo Benitez en Paraguay, Mauricio Macri en Argentina, Lenin Moreno en Ecuador y Juan Orlando Hernández en Honduras, que destruyen la democracia y los derechos sociales conquistados”. La Declaración es especialmente dura para “Condenar enérgicamente el genocidio permanente que comete la ultraderecha gobernante en Colombia contra toda expresión organizada del movimiento social y popular”.

En el plano electoral, decidió apoyar las candidaturas de Evo Morales y Álvaro García Linera en Bolivia; la fórmula de Daniel Martínez para presidente y Graciela Villar para vicepresidenta de Uruguay; la candidatura presidencial de Alberto Fernández y de vicepresidenta de Cristina Fernández de Kirchner.

La Declaración culmina asumiendo la máxima de Martí: “El mejor modo de decir, es hacer”. Esto implica fortalecer los partidos y movimientos sociales, tener acciones de solidaridad mutua y mejorar la comunicación política. “¡Hasta la victoria siempre!”, culmina el texto, utilizando la reconocida arenga de Fidel Castro, manifestación de un voluntarismo que se arrastra por décadas, que refleja una convicción muy asentada en quienes participan del Foro de Sao Paulo, como en los años 60 lo tuvieron la Declaración de la Habana o la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS).

Este 2019 el Foro de Sao Paulo ha tenido una repercusión mucho mayor en Chile que en otras ocasiones, pasando a ser parte del debate político, provocando incluso posiciones encontradas dentro de la izquierda. Es un tema que da para una reflexión mayor. Porque Chile y el mundo seguirán corriendo: habrá victorias y derrotas de los distintos sectores políticos, así como también reuniones internacionales con éxitos y fracasos. Sin embargo, y considerando que el Foro de Sao Paulo manifiesta una fidelidad a toda prueba a las dictaduras que subsisten en la región, con sus secuelas de falta de libertad y violaciones a los derechos de las personas, queda abierta la pregunta y el desafío por otro socialismo para América Latina, un socialismo de progreso, democrático, moderno y de futuro. Esa es, quizá, la principal tarea pendiente que aparece después de leer declaraciones que parecen haber sido leídas antes, varias veces, con el mismo lenguaje y resultados.