R. R. Tolkien recordaba la Primera Guerra Mundial, afirmando que “siempre me ha impresionado que estemos aquí, que hayamos sobrevivido, a causa del indomable valor que gentes muy pequeñas opusieron a fuerzas abrumadoras”. En otra oportunidad aseguraba: “así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlo, mientras los ojos grandes se vuelven a otra parte”, en una línea que recuerda el pasaje del Concilio de Elrond, en El Señor de los Anillos, donde unos personajes pequeños, que no gustaban de las aventuras, son los llamados a realizar grandes tareas.

Estos días he recordado la obra del gran autor británico a propósito de las circunstancias especiales por las que atraviesa el mundo. Vivimos una época inédita y extraordinaria, un momento que nadie imaginó, que tiene a la humanidad de cabeza, a los gobiernos profundamente preocupados, a los mercados colapsados y a las personas comunes y corrientes en una situación de incertidumbre e incluso pánico.

La pandemia del coronavirus ha afectado nuestras vidas tal como las vivíamos hasta hace unas semanas, cambiando nuestras prioridades, dando vuelta el tablero de las noticias, revirtiendo el curso de los acontecimientos y mostrando que podemos controlar muchas cosas, pero no todo. Así ha ocurrido desde China hasta Estados Unidos, desde Europa hasta América Latina, en países ricos y sociedades más pobres, afectando a las diferentes razas y lugares, como un adversario que debe ser enfrentado por la ciencia, con inteligencia y capacidad, con reacción oportuna y con sabiduría.

Sin embargo, hoy nos damos cuenta de algo que quizá nunca debió haberse olvidado: no hay ciencia sin conciencia, no hay decisiones políticas sin responsabilidad personal, no hay una sociedad mejor sin un compromiso de cada uno en esa misma dirección. La ciencia hace su tarea, pero no es suficiente: son necesarios los gobiernos y los medios de comunicación, la empresa privada y las familias, en definitiva, cada persona debe desempeñar su propio papel en esta tragedia.

Es probable que la gran enseñanza que nos deja nuevamente esta crisis es la importancia de los hombres y mujeres comunes y corrientes.

Después de meses de coronavirus, las cifras son abrumadoras al 21 de marzo: más de 280 mil contagiados en 170 países de todo el mundo, con cerca de 12 mil muertos. Italia ya superó a China como el país con más fallecidos, mientras España ha llegado a las mil víctimas fatales, en un proceso que todavía cobrará muchas muertes por delante.

En estas semanas se ha visto de todo, de lo malo y de lo mucho de bueno que existe en nuestras sociedades. Irresponsabilidad y heroísmo, dolor y burlas, preocupación sincera por lo que ocurre y personas que parecen despreciar la ciencia, trabajadores incansables y oportunistas de distinta laya. Sin embargo, es probable que la gran enseñanza que nos deja nuevamente esta crisis es la importancia de los hombres y mujeres comunes y corrientes: ellos deben enfrentar esta enfermedad y quizá la muerte, en la soledad de su hogar, en las dificultades de su trabajo o en la ahora obligada reclusión de la vejez. Es indudable que un buen gobierno es de gran ayuda, así como tener autoridades sanitarias competentes y una medicina bien desarrollada contribuyen a sobrellevar mejor las dificultades. Pero también cobra importancia especial el sentido de unidad del país, la capacidad que tenga la sociedad para enfrentar la pandemia de manera integrada, colaborativa y generosa. Y la forma en que cada persona asuma su lugar en esta tarea.

Pasarán los meses y los años, y seguramente recordaremos esta época –este dramático año 2020– con dolor, pero también con una cuota importante de satisfacción por el trabajo realizado y por numerosos ejemplos de heroísmo. Quedarán atrás los dirigentes incapaces que se cegaron ante la ciencia y la razón por razones ideológicas, por cuidar sus puestos o por dejarse llevar por su supuesta estrella; también los políticos oportunistas que quisieron obtener algún rédito fácil o un punto en alguna encuesta; los comerciantes que pensaron en la oportunidad de obtener una tajada generosa a costa del dolor y la desesperación de la población; los distribuidores irresponsables de fake news; aquellos que prefirieron transformar su cuarentena en vacaciones y vida social; en fin, todos los que se mostraron incapaces de ser empáticos con quienes sufrían la enfermedad y la muerte.

Por el contrario, esa será la hora para recordar a cada héroe que ha emergido en estas circunstancias, a los hombres y mujeres íntegros, a los cientos y miles de héroes que en la vida cotidiana –en la restricción impuesta por las circunstancias o en un trabajo hecho contra las dificultades, pero con vocación de servicio– estuvieron dispuestos a dedicar horas y días para hacer la vida más agradable a los demás, para mantener algo de normalidad donde fuera posible y para mostrar que se puede conservar la buena cara frente a la adversidad.

Estoy convencido que estas horas difíciles pueden ser un buen momento para mirar más claro, para pensar más profundo y para sentir más limpio.

Ahí aparecerán los miles de médicos y personal de salud anónimos pero resueltos y comprometidos con la vida, atendiendo horas extras y que han recibido merecidos aplausos de parte de la población, un reconocimiento pequeño pero muy sentido hacia su labor. Emergerán con brillo todos aquellos que han trabajado para impedir que se corte la cadena de abastecimiento, evitando de esa manera sumar otros males a la situación sanitaria; surgirán los uniformados, los carabineros y militares que han estado en las calles y los lugares más remotos procurando dar seguridad y contribuyendo al orden en circunstancias de anormalidad; destacarán los comunicadores sociales y los equipos de prensa, que han permitido que estemos más informados, que podamos recibir las noticias buenas y malas, estar atentos a las instrucciones oficiales y conocer lo que está sucediendo en otros países; nos acordaremos de los choferes de buses y otros tantos que siguen transportando a la gente que debe asistir a sus trabajos o viviendas; descollarán los emprendedores, quienes dan empleo y viven una realidad difícil, especialmente los que antes de tomar decisiones que puedan perjudicar a sus trabajadores han analizado posibles soluciones, estudiando alternativas, con la disposición a levantarse y a seguir sirviendo a la sociedad.

Pero también hay otros que no vemos y que muchas veces olvidamos injustamente, especialmente todos aquellos trabajadores que no pueden interrumpir sus labores sin perjudicar gravemente a la sociedad; también aquellos que mantienen limpias las ciudades y edificios, los que han tenido que adaptar sus trabajos a las nuevas circunstancias y las familias que han procurado mantener un ambiente agradable a pesar de las dificultades cotidianas. Por último, también es hora de reconocer a muchas personas del sector estatal, a políticos o funcionarios públicos, que han tenido que trabajar en diferentes ámbitos, desde la decisión ante la crisis sanitaria hasta el registro civil de las muertes o la organización del sistema de salud. Muchas veces hay recelo y críticas hacia determinados gobiernos de distinto signo, existen legítimas posturas contradictorias, pero también ataques virulentos que van horadando la convivencia social, la amistad cívica e incluso el régimen democrático: debemos dejar atrás esas querellas y obrar con unidad. Felizmente, hay tantos y tantos héroes anónimos, que sirven sin esperar recompensa y de esa manera luchan por un mundo mejor.

Estoy convencido que estas horas difíciles pueden ser un buen momento para mirar más claro, para pensar más profundo y para sentir más limpio. También para que seamos mejores nosotros y para contribuir a que nuestra sociedad sea a su vez mejor. Después de todo, nuevamente tenía razón Gandalf, aquel personaje extraordinario de El Señor de los anillos y que antes había animado a Bilbo al comenzar El Hobbit: “no nos corresponde a nosotros elegir la época en que nacemos, sino hacer lo que esté de nuestra parte para componerla”.