Este domingo 19 de diciembre Chile elige a su Presidente de la República para el periodo 2022-2026. Se trata de una elección histórica y con significados múltiples, en la cual se juega literalmente el futuro del país. Desde hace mucho tiempo no pasaba eso, por cuanto las elecciones solo significaban un cambio de gobierno y de parlamentarios, pero hoy las cosas han cambiado. En parte porque Chile vive también un proceso constituyente, porque va a gobernar una persona que no pertenece a las dos coaliciones que han dirigido al país en los últimos treinta años, porque se da en un contexto crítico de la sociedad y porque hay demasiadas esperanzas entre los partidarios de los candidatos, así como temores entre sus detractores. Y porque uno de los dos candidatos propone un cambio radical del “modelo” que ha tenido Chile durante décadas, por otro que todavía aparece difuso, pero es claramente distinto.

José Antonio Kast y Gabriel Boric estarán en la papeleta, pero desde el 11 de marzo uno de ellos asumirá la Presidencia de la República, sin duda el cargo más importante del orden institucional chileno. ¿Cuánto del país podrán cambiar efectivamente desde La Moneda? ¿Qué lograrán y qué evitarán desde el Poder Ejecutivo? ¿En qué mostrarán continuidad y cambio respecto de los “treinta años”? ¿Qué influencia real tendrán los partidos políticos que los acompañan y cuáles serán parte de sus respectivos gobiernos? ¿Cuán preparados están para el cargo? ¿Cómo se sobrepondrán a sus debilidades y potenciarán sus fortalezas? Las preguntas podrían acumularse hasta el infinito, y por lo mismo conviene reflexionar sobre algunos problemas que enfrentarán Kast o Boric, así como los desafíos que tendrán, cualquiera sea el elegido para la Primera Magistratura.

En el Chile de hoy, cada gobernante enfrenta un problema de base, que no siempre tiene en la cabeza, en circunstancias que debería ser prioritario: de ninguna manera podrá realizar todo lo que señala su programa de gobierno –que más bien debería ser una declaración de intenciones– o lo que prometió durante la campaña. La primera razón es obvia: las aspiraciones son mucho mayores que las posibilidades reales de economía y de la sociedad, la oferta es sobre ingresos futuros que no siempre llegan y se establecen bajo supuestos que generalmente no se cumplen. La segunda razón es política: en este caso ninguno de los dos candidatos tiene mayoría en las cámaras, por lo que cualquier cambio legal implica la necesidad de llegar a acuerdos y, por ende, de modificar algunos aspectos de la propuesta original. Es probable que la oposición a Kast o a Boric no sea tan cerrada y dura como la que ha enfrentado al presidente Sebastián Piñera, pero de igual manera tendrán que demostrar capacidades y liderazgo que no son fáciles en los tiempos que corren y con la conformación política que en existe en el Senado y la Cámara de Diputados. El caso será particularmente difícil para Boric, quien proponía cambios estructurales importantes, aunque ahora devenido en socialdemócrata quizá haya moderado algunas de sus expectativas.

El segundo problema se refiere a la percepción que existe actualmente sobre la Presidencia de la República. Parece claro que en los últimos años se ha producido una degradación de la institución, al punto que han existido avances hacia un “parlamentarismo de facto”. Entre otros temas, la Convención constituyente está estudiando el régimen de gobierno, y hay muchas voces que quieren dejar atrás el presidencialismo para avanzar hacia una fórmula distinta. Incluso hay quienes han insinuado que se podría acortar el periodo del próximo Presidente, pues con la nueva carta fundamental debería haber una nueva elección para el cargo, cuestión ciertamente polémica. Por otra parte, los dos últimos gobernantes –Michelle Bachelet y Sebastián Piñera– han enfrentado largos periodos de su administración con niveles de aprobación bajo el 20%, lo que sin duda influye en la conducción política y la pérdida de respaldo entre los parlamentarios afines, así como afecta a la institución Presidente de la República y no exclusivamente a quienes ejercen la función.

A todo esto se suma un problema práctico, que ha estado vigente en los últimos gobiernos de diferentes maneras: la dinámica de cada administración supera ampliamente lo que pueda hacer el Ejecutivo, la oposición política o los partidos. No cabe duda que la movilización social y el cambio de agenda que produce ha sido determinante desde el 2006, con el movimiento de los pingüinos, luego el 2011 con la movilización de los universitarios y finalmente el 2019 con la revolución de octubre. Nada de eso estaba planificado por los respectivos gobernantes y claramente cambiaron el orden de las cosas, las prioridades y el clima de la opinión pública. Incluso más, significaron mover el sistema institucional por una pendiente en la que se mantiene hasta hoy. Por lo mismo, desempeña un papel fundamental la capacidad política del gobierno y sus equipos, la posibilidad de prever escenarios y responder oportunamente a los problemas más relevantes, así como liderar la agenda y gestionar adecuadamente las crisis.

Chile no vivirá años fáciles en los próximos años, que estarán marcados por la incertidumbre, cualquiera sea el resultado de la elección presidencial. Los problemas económicos y sociales persistirán y estarán íntimamente imbricados con los de carácter político e institucional. Desde ya, los anuncios económicos no son auspiciosos: el Banco Central estima un crecimiento 1,5-2,5% de para el 2022 y un 0 a 0,1% para el año siguiente, lo que son cifras malas y muy distantes de los mejores tiempos; a ello se debe sumar el problema de la inflación creciente. El resultado de la Convención constitucional es relevante, pero la instancia ha ido perdiendo respaldo y no tiene una línea de crédito demasiado grande para experimentar y poder definir el Chile del futuro. Por otra parte, el resultado de su texto –y su eventual aprobación– abrirán las puertas a una amplia y difícil etapa de legislación, que debería realizarla el Congreso Nacional, con la composición que hoy tiene. Finalmente, en la actualidad Chile es un país mucho más difícil de gobernar que hace algunos años, cuestión que se mantendrá con todas sus consecuencias y desafíos.

La elección de este 19 de diciembre está marcada de épica y esperanzas, tanto por parte de los seguidores de Kast como los de Boric. El 11 de marzo comenzará la historia real, siempre más difícil, compleja e inexacta de lo que aparece dibujada durante las campañas electorales.

Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública

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