A casi cuatro meses de instalada la Convención Constitucional son muchos los flancos que se han abierto ante la opinión publica. No vale la pena enumerarlos ni volver a lo ya tan tratado en columnas, declaraciones públicas, redes, charlas y seminarios. Lo cierto es que la popularidad y confianza que se tiene sobre el organismo redactor de una nueva Constitución va a la baja y cuenta con una imagen cada vez más deslucida.
Y es que a la Convención le falta relato y, además, tiene taras que evidencian la inexistencia de cualquier intento por enarbolar algún tipo de narrativa que sea coherente con la relevancia histórica de lo que ahí se (supone que se) hace.
En su momento, la comisión transitoria de Comunicaciones, Información y Transparencia sesionó una veintena de veces y recibió a una serie de invitados para abordar la manera en la que no sólo el producto final se comunicaría, sino además el trabajo día a día de los redactores del mismo. Como resultado de dicha comisión, en el reglamento oficial se consigna en su artículo 45 la creación de una Secretaría de Comunicaciones, Información y Transparencia, encargada de “dotarla (a la Convención) de una voz institucional acerca de sus actividades y su cometido”. Hasta ahí, todo bien.
Si se revisan los documentos emanados –al menos los disponibles para el público– de la comisión transitoria y la secretaría mencionada, las definiciones respecto a la tarea de comunicar la labor de la Convención se centran casi exclusivamente en aspectos como el plurilingüismo, la equidad idiomática, la proscripción de la asimilación, el lenguaje claro e inclusivo, la comunicación oportuna y transparente y, desde luego, todo con perspectiva de género, feminista y no sexista. Todo lo anterior es importante, qué duda cabe, pero aparentemente se ha dejado de lado lo imperioso. Es verdad que lo urgente no debe desviar la atención de lo importante, pero tan cierto como aquello es que lo urgente no debe sencillamente dejarse de lado.
La Convención carece absolutamente de un relato único y los órganos creados para elaborarlo están fallando estrepitosamente. Se ha cometido el viejo error de pensar que abriendo “canales” ya se comunica eficientemente. Lo técnico sobre lo estratégico y profesional. Es verdad, hay una página web y perfiles activos en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube, pero todo dirigido a transmitir íntegramente infatigables sesiones en vivo, publicar largos documentos alambicados y, lo que es peor, hacer eco de lo que dicen en sus perfiles personales solo un grupo selecto de miembros de la convención.
Adicionalmente, el artículo 57 del mismo reglamento general indica que la citada secretaría debe, al menos, publicar semanalmente un boletín –si lo hacen, que alguien lo encuentre–, además de cápsulas explicativas y, era que no, la creación de un personaje institucional de ficción (sí, Contralorito style). Efectismo de alta gama del que nada se sabe.
Urge una narrativa estratégica que transmita a través de contenido propio y adecuado un relato que demuestre, entre otras cosas, lo histórico del momento que estamos viviendo y el impacto que tendrá el resultado en el Chile de hoy y mañana. La inexistencia de este relato tiene dos efectos concretos: por un lado, ganan protagonismo las voces individuales y, generalmente, disonantes y, por otro lado, el cada vez menor porcentaje de ciudadanos interesados en lo que ahí ocurre, decide informarse a través de canales alternativos ofrecidos por medios y organizaciones con agenda propia.
Queremos que a la Convención le vaya bien y, entre otras cosas, para lograr eso la comunicación de su trabajo debe ser profesional.